También fue escritor y traductor.Entusiasta de su trabajo, sostenía que "El dicho debería ser: plantar un árbol, tener un hijo, editar libros".
por Diego Erlan para Clarín
Suele decirse que
el mejor retrato de un editor está en sus catálogos. Elegante y
exquisito, entonces podrían ser los trazos del retrato de Edgardo Russo,
poeta, ensayista, traductor y uno de los nombres imprescindibles de la
edición argentina independiente, que murió el miércoles a los 66 años.
Nacido
en 1949, empezó como librero en su Santa Fe natal con una librería
llamada El Aleph. En los 70 filmó en 16 milímetros una película basada
en el relato “El acomodador”, de Felisberto Hernández donde gastó todos
sus ahorros y escribió una novela vanguardista llamada Tantalia
en homenaje a Macedonio Fernández (“de la que no quedan rastros”,
decía). Fue en esos años de oscuridad y represión en los que empezó a
escribir un texto autobiográfico (“Nosotros no somos los polacos”) que
aparecería en el número 2/3 de la mítica revista Literal. “Aquello que
estaba intentando se relacionaba en muchos sentidos con Nanina de Germán García, El frasquito de Gusmán y El fiord
de Osvaldo Lamborghini”, recordaba Russo en la edición facsímilar de la
revista Literal que publicó la Biblioteca Nacional. En esas esquirlas
de una vida cultural inquieta podría restituirse su mapa estético.En el año 1988 armó la editorial de la Universidad del Litoral. A mediados de los años 90, ya instalado en Buenos Aires, fue responsable de varias colecciones para la editorial El Ateneo así como el catálogo de Adriana Hidalgo, en el que reunió poetas como Leónidas Lamborghini, Marosa di Giorgio, Juana Bignozzi, Juan José Hernández y Diana Bellessi. Participó también de la fundación de la editorial Interzona (donde armó el sello y publicó los primeros títulos para dejarle su lugar a Damián Ríos) y terminó en El Cuenco de Plata, donde publicó toda la obra inédita de Manuel Puig (un verdadero acontecimiento editorial), y siguió publicando a Copi, Felisberto Hernández, Rodolfo Walsh, Leopold Sacher Masoch, Marguerite Duras, Antonin Artaud y Witold Gombrowicz, entre tantos otros autores clásicos pero muchas veces escasamente leídos.
No sólo a ellos publicó. También al Premio Nobel Patrick Modiano. “Mi actividad como editor es casi más gratificante que la de publicar un libro propio. Es la literatura más allá del escritor, es poner al alcance de los lectores autores u obras olvidadas. El dicho debería ser: plantar un árbol, tener un hijo, editar libros.” Ese es el manifiesto que lo llevó a ser elegido por la Asociación de Libreros Argentinos como Editor del Año.
Consideraba que el libro como objeto sagrado (sea La Biblia o el Talmud) se superpone siempre a la realidad más procaz del libro como mercancía. Así se lo decía en 2004 a Walter Cassara: “A partir de allí se generan equívocos insolubles y a menudo ridículos. La vieja disputa 'cultural' sobre el best-seller vs. libro de calidad sólo se dirime en el tiempo.” Russo entendía a El Cuenco de Plata como “una editorial de catálogo”, un catálogo vigente en un territorio donde predomina “la guerra de las novedades”, disparaba. Rebeldía e iconoclasia fueron algunas de las marcas de identidad en su paso por librerías.
La solidez de su proyecto editorial no sólo se basaba en la calidad literaria que derramaba sino también en una seria planificación económica, con la que pudo llegar a distribuir en España y autogestionarse la distribución en el mercado argentino. Eso lo ubicaba entre los editores díscolos que optaba por no llevar sus libros a las grandes cadenas.
Su libro de poesía Reconstrucción del hecho, de 1989, obtuvo el Premio Fondo Nacional de las Artes. Le siguieron Exvotos (1990), Landrú por Landrú (1991) y el ensayo La historia de “Tía Vicenta” (1992). En colaboración con Leopoldo Brizuela publicó Cómo se escribe una novela (1992) y, junto a Daniel Freidemberg, Cómo se escribe un poema (1994). Guerra conyugal fue su novela, publicada en 1999 por Adriana Hidalgo. Además, tradujo a diversos autores como W. H. Auden, George Steiner, Harold Bloom y Henry James.
En noviembre de 1990, convocado por Clarín entre una selección de importantes poetas, tuvo que elegir algún poema propio que fuera su preferido. Eligió “Love streams”: “Navaja, como filosa te das, Amor/ a lo que filtras por la línea discreta de tu vena.// En la muñeca se perfila el viaje tumultuoso:/ desde un nudo –por el brazo– hasta el codo./ Pequeña cicatriz, pálida peca, lunar/ bajo el vello que destacas al desliz del dedo./ Y desde allí subiendo al escarpado paisaje de músculos,/ nervios como trenza en una calva, carne,/ remontas hasta el hombro donde una mano confiada se apoyaba./ Y trucha derivas bajo el amoroso hueco articulado al tronco por la aorta/ hasta la zona dilecta para el beso, allí, segundos antes de que el corazón se rompa.” Podría funcionar como una despedida. Edgardo Russo fue encontrado muerto, al parecer de un infarto, en las oficinas de su editorial. Una postal estremecedora y emocionante. Se lo extrañará.
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