Por Daniel Link para Perfil
Europa se desangra por los bordes y en
el centro mismo de su cuerpo herido se entrega a diversiones cada vez
más neronianas.
El Brexit, resultado del voto rural y
pobre, efecto de la ignorancia cívica en que la derecha matuvo a los
sectores más castigados por el Estado Universal Homogéneo abre una
puerta para que por ella entren las aguas heladas del cálculo
egoísta.
Aunque pretendan negarlo, la idea de
Europa quedó resquebrajada después de la decisión anglosajona,
porque demostró lo precario de los vínculos establecidos.
Por el otro lado, el mundo tártaro que
tantas fantasías alimentó en el pasado, tembló con un golpe de
Estado que, si bien fue conjurado, demostró lo precario de los
límites comunitarios, detrás de los cuales la presión musulmana se
vuelve intolerable.
Nos cuentan que en el corazón de
Europa, Berlín, los jóvenes que piensan "La vida es aburrida,
divirtámonos", se entregan a esnifar chocolate, costumbre
introducida por el belga Dominique Persoone en 2007 (Bruselas es la
capital de Europa).
Aspirar cacao por la nariz produciría
endorfinas en la sangre, lo que, al combinarse con la música, el
baile y las luces de los clubes, genera un estado de euforia y de
huida hacia adelante.
O mejor, hacia el oeste, porque el
xocolātl (así en nahuatl)
es producto americano. El siniestro Hernán Cortés, cuando lo
descubrió (Colón no había tenido éxito en su promoción) escribió
para la posteridad: "cuando uno lo bebe, puede viajar toda una
jornada sin cansarse y sin tener necesidad de alimentarse".
El
siglo XVII desparramó el cacao a través de los reinos europeos
(Italia y Francia, en primer término). En 1646 comenzó a venderse
en las droguerías y farmacias alemanas. En 1763, los cerveceros
ingleses pidieron que se limitara la fabricación de chocolate.
Hoy,
al aspirarlo, Europa dice que ya no da más, y mira hacia este lado
del mundo, buscando su esperanza. Dios nos libre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario