domingo, 25 de junio de 2017

Autobiografías literarias: el autor como lector

por Carolina Esses para La Nación

"No sé lo que soy", dice Daniel Link, "pero sé lo que he leído": quién se adentra en La lectura, una vida. -que junto a Excesos lectores, ascetismos iconográficos de José Emilio Burucúa y Fantasmas del saber de Noé Jitrik forma parte de la colección Lectores dirigida por Graciela Batticuore y publicada por Ampersand- comprende rápidamente que para Link vida y literatura son términos idénticos. La lectura no funciona como un catálogo de libros sino como una práctica que atraviesa y modifica la experiencia.
"Confesar lo que le leído no tiene ninguna importancia -dice-. Mejor es consignar quién me llevó a hacer esas lecturas y cómo esas indicaciones se transformaron, tarde o temprano, en una manera de leer y en una pedagogía." De lo que se trata es de rendir cuenta de escenas de lectura: cuándo se leyó qué y qué efectos tuvo en aquel momento preciso de la vida: las revistas Anteojito y Billiken, la historia familiar que se lee como la primera ficción y después el profesorado, el encuentro con Enrique Pezzoni y el nacimiento a partir de esa amistad -discípulo y maestro- de una manera de entender la crítica.
La literatura atraviesa el cuerpo, es una manera de entender la propia subjetividad, incluso a partir de categorías literarias. Link va tejiendo la trama que lo llevará más tarde a no dejar de leer jamás, a "leer hasta que la muerte nos separe" como reza la bajada de Subrayados, de María Moreno, publicado por Mardulce en 2013, otro gran libro que traza un mapa de lecturas.

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