sábado, 3 de junio de 2017

Misión imposible

por Daniel Link para Soy

La historia de la literatura escrita por mujeres está por hacerse. Las razones de esa postergación forman parte del mismo dispostivo que ponen a la mujer como negro del mundo: esclavizadas, sometidas a un punto de vista (una Weltanschauung) heternormativo, patriarcal, nihilista (en el peor sentido) y autodestructivo, todo lo que la mujer hace es relegado siempre al cuarto de los trastos que se acumulan sin ton ni son.
Si uno quisiera recordar, por ejemplo, qué mujeres se dedicaron a la sátira, se encontraría con un vacío de nombres. Por supuesto, con gran dificultad podrían incorporarse en esa nómina inestable a Juana Inés de la Cruz, a algunas escritoras del Al-Andaluz medieval (la lirica satirica de Wallada, Nazhun y Muhya al- Qurtubiyya), a Mary Wollstonecraft Shelley (la de Frankenstein), ninguna de ellas con la estatura satírica de un Swift (el de Gulliver) o un Rabelais.
En los guiones de la televisión úlima podrían destacarse los extraordinarios parlamentos de Penny Dreadful, particularmente su última temporada, donde un grupo de prostitutas sublevadas se dedica, contra el módico reclamo de las sufragistas, a asesinar a sus clientes. Para acabar con el mundo y fundarlo sobre nuevas bases.
En el contexto de la literatura argentina, sucede lo mismo (nada hay salvo María Moreno). Y por eso sorprende Cat Power, la novela con la que Cecilia Palmeiro acaba de sacudir la modorra de las letras criollas. La sátira es un género literario que manifiesta indignación ante el estado del mundo, con propósito moralizador. No es habitual que se relacione con un programa de acción política, que por lo general los satíricos dejan para otro momento, que nunca llega.
En contra de esa dilación, Cat Power se cierra con una proclama profundamente queer cuyos puntos, individualmente considerados, podrían objetarse, pero cuya contundencia nos arrastra a niveles de conciencia sobre el presente que hasta ahora no sabíamos que podían sostenerse.
Cat Power cuenta el plan de un gato galáctico, cuya raza se encuentra al borde de una catástrofe estelar, para conquistar la tierra y aniquilar la especie humana, utilizando los mecanismos más eficaces de la sátira (los vicios individuales o colectivos, las locuras, los abusos o las deficiencias de conducta o de carácter narradas a través de hipérboles, ridiculizaciones, con el objetivo de provocar una toma de conciencia y una transformación de la realidad),
El gato (Rorro) toma, como punto de partida la conciencia de Cecilia, pero bien pronto se dará cuenta de la inadecuación de esa conciencia para cumplir con el mandato para el cual fue enviado a la Tierra.
Los viajes se suceden y en todas partes Cecilia y Rorro (por su intermedio) encuentran el vacío de sentido, la explotación y el desamor (en suma, el capitalismo en su forma más triste y más cruel).
Progresivamente van construyendo una trama de relaciones queerificadas, donde lo que importa no es tanto la posición subjetiva (que la novela parece considerar el obstáculo principal no para la libertad, porque esa noción es todavía demasiada humana y está preñada de dificultades, sino para encontrar una salida) sino el devenir cualquier cosa (desde ya, el devenir animal de Cecilia, a través de la manipulación de su conciencia por parte del gato alienígena, pero también el devenir puto, el devenir trans, incluso el devenir chongo, posiciones que va ocupando sucesivamente el cuerpo de Cecilia, con una sola excepción: el devenir lesbiana).
Rorro flaquea y se recupera: si por un lado se pregunta cómo el cuerpo de Cecilia podría brindarle el acceso a los círculos de poder que él necesita dominar telepáticamente para cumplir con su plan, luego descubre que su foco estaba mal colocado. De la inteligencia del macho (sea en la versión extrovertida del eje Trump-Putin o en la versión introvertida a la Macri) no podría esperarse sino más violencia y más desigualdad.
El final encontrará a gatos y humanos unidos en la causa común de las féminas, en la huelga de mujeres, en la constatación de que el poder sólo se dejará conmover cuando la mitad más uno de la humanidad comience a decir que no, orgánicamente.
Como lo esencial en la sátira es que la ironía sea militante, la novela encuentra en una causa que la excede y que, en algún sentido, incluso niega su plan (hacia el final hay una interna gatuna que opone una negatividad, por llamarla de algún modo, dialéctica, todavía hegeliana, a la negatividad propiamente acefálica e inorgánica que sostiene Rorro) su apertura al mundo.
Sabíamos que Cecilia Palmeiro era una extraordinaria lectora de novelas y dueña de una sensibilidad sobre el presente inigualable. Con Cat Power nos demuestra que puede llegar a ser, además, una deslumbrante narradora, que maneja con soltura los tonos y matices de una conciencia, los latigazos de la sátira, la sintaxis desmesurada de la indignación y de la cólera.
Un mundo sin Cat Power, ahora lo sabemos, no vale la pena ser vivido.

 

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