sábado, 24 de junio de 2017

Treinta mil víctimas


Por Daniel Link para Perfil

En la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” (1977), Rodolfo Walsh define una verdad histórica que hoy pretenden poner en entredicho sectores canallescos de la sociedad. Walsh escribe: “en un año ha habido 15.000 desaparecidos, 10.000 presos y 4.000 muertos”. No incluye en la nómina a los niños apropiados y tampoco a quienes morirían después de marzo de 1977, incluidos los combatientes de Malvinas. En todo caso su total, bastante prudente, suma 29.000. 
En El dictador, María Seoane y Vicente Muleiro transcribieron respuestas muy escalofriantes del dictador Videla sobre el asunto: “No, no se podía fusilar. Pongamos un número, pongamos cinco mil. La sociedad argentina, cambiante, traicionera, no se hubiere bancado los fusilamientos: ayer dos en Buenos Aires, hoy seis en Córdoba, mañana cuatro en Rosario, y así hasta cinco mil, 10 mil, 30 mil. No había otra manera. Había que desaparecerlos. Es lo que enseñaban los manuales de la represión en Argelia, en Vietnam. Estuvimos todos de acuerdo. ¿Dar a conocer dónde están los restos? Pero ¿qué es lo que podíamos señalar? ¿El mar, el Río de la Plata, el Riachuelo? Se pensó, en su momento, dar a conocer las listas. Pero luego se planteó: si se dan por muertos, enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder: quién mató, dónde, cómo”. El propio Videla da como verosímil la cifra ahora cuestionada y menciona dos escuelas de aprendizaje: Argelia y Vietnam.
Ese segundo magisterio es particularmente importante en relación con Rodolfo Walsh, quien en 1972 había traducido para Ediciones de la Flor Johnny fue a la guerra, la novela antibelicista de Dalton Trumbo llevada al cine por él mismo un año antes. En un prólogo a la novela fechado en 1970, Trumbo también se había entregado al recuento de víctimas:
“A la hora del desayuno leemos que 40.000 norteamericanos han muerto en Vietnam. En lugar de vomitar, nos servimos una tostada (...). Una ecuación: 40.000 jóvenes muertos = 3.000 toneladas de carne y huesos, 124.000 libras de masa encefálica, 50.000 galones de sangre, 1.840.000 años de vida que no se vivirán, 100.000 niños que jamás nacerán”.
Mucho menos carnal que el recuento del norteamericano, el de Walsh, sin embargo, se abre también a una dimensión que excede por completo la mera manía cuantificadora. Si los números importan para algo es porque muestran los efectos de un Estado absolutamente criminal y absolutamente fascista ya no sobre unas determinadas ideas políticas y quienes de ellas simpatizaban sino sobre la definición misma de lo viviente, la sustancia humana, tal como escribe Walsh: “Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido.”
La figura jurídica “Desaparición forzada de personas” y los “Detenidos-Desaparecidos” como víctimas de ese crimen comenzaron a debatirse en foros internacionales recién en 1980 y a partir de 1983 van ganando legitimidad (jurídica) hasta su tipificación universal en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (1998) y su incorporación como obligación jurídica vinculante para todos los países signatarios del Convenio propuesto por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2007.
Que haya ignorantes y miserables de derecha que pretenden discutir los numeritos de la Dictadura no sorprende en un país barbarizado como Argentina. Pero da pena que la izquierda no sepa contestar con inteligencia sus argumentos torcidos.
Es probable que no haya registro de 30.000 “detenidos-desaparecidos” (como figura jurídica). ¿Y qué? Eso no significa que la Dictadura no haya producido mucho más que 30.000 víctimas o, como el mismo Videla dijo en 1979, “muertos-vivos”. La aniquilación de la sustancia humana: eso es lo irreparable, lo sin olvido ni perdón.



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