Cada mañana, cuando abro los postigos
del dormitorio, me saluda el cartel que las monjas de clausura
colgaron de la Iglesia de enfrente: “Toda vida vale”. Me pregunto
qué pensarían esas monjitas de la escena que he visto desde la
misma ventana, en el edificio lindero, cuando un joven derramó su
abundante simiente sobre la cara de una joven. ¿Habrían exclamado
“¡asesinato!”? Aún en los más rigurosos códigos
vetotestamentarios, eso sería pecado de Onán y el asesino, en esa
historia mezquina de desperdicio, herencias y primogenituras, es el
mismísimo Dios.
Los espermatozoides están vivos y
participan de lo viviente. Su destrucción (como entidades
discontinuas) es necesaria para la creación de nueva vida. Sabina
Spielrein, paciente y corresponsal de Sigmund Freud, lo señaló muy
tempranamente: “En la
reproducción se produce la unión de la célula femenina con la
masculina. Por lo tanto cada célula se destruye como unidad, y del
producto de la destrucción nace la nueva vida”. Bataille retomó
esas hipótesis para llevarlas todavía más lejos en El
erotismo,
donde “toda la operación erótica tiene como principio una
destrucción de la estructura de ser cerrado que es, en su estado
normal, cada uno de los participantes del juego”.
Esa
interesantísima discusión (muy biopolítica) poco tiene que ver con
el debate sobre la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo,
debate en la que la grey pasa sin transición de la vida a la persona
y de la destrucción de unidades discontinuas de materia al
asesinato.
En
las sociedades modernas, que lo son porque no son dogmáticas, todo
puede y debe ser discutido, salvo los principios mismos que regulan
la convivencia, el “contrato social” que encuentra en el libre
albedrío y la decisión soberana uno de sus puntos de apoyo.
Muy
recientemente, Margaret Atwood subrayó ese aspecto de nuestro
vetusto debate: “Nadie está forzando a las mujeres a tener
abortos. Nadie tampoco debería obligarlas a someterse a un parto.
Fuerce partos si usted quiere, Argentina, pero por lo menos llame a
lo forzado por lo que es. Es esclavitud: es reivindicar poseer y
controlar el cuerpo de otra persona, y sacar provecho de eso”.
No
se discute el momento en que lo viviente pasa de la potencia a lo
personal, para lo cual habría que convocar a mentes un poco más
brillantes que las de la grey. Se discute si queremos vivir en una
sociedad esclavista o no. Yo no quiero.
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