Una acumulación de compromisos nos obligó a salir el sábado a la noche (los viernes, S. trabaja, lo que elimina esa noche del calendario recreativo). Fuimos, tan temprano como pudimos, a la inaguración de la Casa Brandon que, lejos del reciclado berreta al que la modernidad local nos tiene acostumbrados, es un lugar hermosísimo y apto para tantos usos que daban ganas de quedarse a vivir allí todo el tiempo. Por supuesto, lo más granado de la juventud dorada se había dado cita en el lugar así que aproveché para repartir estampitas para la vernissage del jueves.
Teníamos entradas para ir a ver la última producción de Emilio García Whebi (La balsa de Medusa), pero definitivamente no llegábamos (pido disculpas por este medio). Nos fuimos a comer a Güerrín, que estaba atestado de gente salida de los teatros de la calle Corrientes. Fue como atravesar todas las fronteras y aduanas estilísticas y, además, una experiencia de retroceso temporal de las que sólo en Güerrín pueden experimentarse (escribí sobre el tema, pero no encuentro el texto). Después, nos fuimos a la fiesta aniversario de Espacio Ecléctico, que parecía una postal de modernidad latinoamericana. Afortunadamente, habíamos previsto todos los requerimientos vestimentarios y la neutralidad de lo que llevábamos puesto nos permitió sentirnos cómodos en todas partes.
Hoy, presentación de La escuela del dolor de Mario Bellatin en el Malba donde, como se sabe, se concentra lo más cool de la modernidd palermitana. Pero la presencia de Mario en Buenos Aires bien valía el esfuerzo de sobreponerse a tan penosa experiencia. Unos cieguitos habían sido convocados para que cantaran. Lo hicieron mal, lo que opacó por completo el efecto buscado. Después, hablaron Ariel Schettini (más para el Oscar a la mejor actuación dramática protagónica que para el Nobel), Alan Pauls (que después de la actuación de Ariel decidió imprimir a su lectura un distaciamiento brechtiano que la favoreció poco) y Jorge Panesi (con el texto, creo, más sólido de la noche).
Terminado el acto, Graciela Speranza se tomó a mal que le rechazara un programa del evento que organiza para la Ciudad de Buenos Aires. Son pocas las causas respecto de las cuales sostengo una militancia, le dije, y una de ellas es en relación con la renuncia de Aníbal Ibarra. El encuentro (barcelonés) que Graciela patrocina puede ser espléndido, pero no seré yo de la partida.
Después, fuimos a comer árabe*. Fogwill me increpó para que desistiera del blog. Le di la primicia de que Linkillo (al menos en su forma actual) se acaba en pocos días, cuando termine de cobrar los dineros que Página/12 desembolsó durante un año para que me quedara en mi casa. Ahora tendré que tasar todas y cada una de las líneas que escriba para poder comprar el alimento balanceado para gatos con transtornos alimentarios que Tita Merello devora. Además, la escuela de travestis que funciona en el anexo del Chez Freire me consume las pocas horas libres que me quedan.
Hacia el final de la comida me obligaron a leer la borra del café (una de las habilidades que menos practico por las cosas inquietantes que veo en cada poso). Lo hice con el profesionalismo que me caracteriza y los comensales quedaron meditabundos. No es mi culpa: yo no adivino, sólo interpreto signos (soy semiólogo).
Mientras escribo esto, S., levemente ebrio, critica el formato de de este blog ("¡son criticas constructivas!", dice) aprovechando comentarios malignos que le hizo Cecilia Pavón. A uno y a otra quisiera tranquilizarlos: ya van a ver.
*Versiones de conversaciones puede haber tantas como participantes. Véase, en ese sentido, la mejor novela de Juan José Saer, Glosa.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
5 comentarios:
Leí otra versión de lo de la borra de café en un blog, creo que de uno de los del intepretador, se hace llamar rex o al estilo. ¿incardona? ¿terranova? me los confundo
buenísimo el post, me hubiera encantado esa velada. yo lo único que se interpretar es la "línea de la vida" en la mano derecha. a los siete años me agarró una vieja (mi abuela) me miró la mano y me dijo "vos te vas a morir joven" (la línea de la vida de mi mano es casi nula)y cosas así , pero de heroína romántica nada aun...
Sí, pero, "hay que rendirse ante la evidencia: no me invitaron"
Incardona y Terranova son cosas muy diferentes, querido.
¿Y se deja increpar por Fogwill?
Entiendo que abandone el blog: Fogwill SIEMPRE tiene razón. Por algo es la versión local y literaria de James Petras.
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