La eficacia de los agentes
por Daniel Link para Perfil
La semana pasada pensé que el Sr. Fogwill continuaría con la serie de vergüenzas que, en relación con los sistemas de premiación y representación literarias, venía revelando en las semanas previas.
Para mi decepción, esta vez lo escuché decir (cuando leemos textos escritos por personas que conocemos la experiencia de la escucha siempre se impone) que “la disfunción eréctil, que afortunadamente ataca a viejos y a jóvenes cuya vida no merece reproducirse, tendría que ser para sus víctimas un tema de meditación, pero se ha convertido en un argumento de la industria de consumo para que sigan tributando”.
Dejo de lado la, tal vez limitada, asociación de sexualidad y actividad reproductiva, y el darwinismo implícito en el lapidario juicio sobre los derechos reproductivos (que desembocaría en sombrías utopías eugenésicas). Dejo también de lado el pormenor (en absoluto despreciable) del uso del viagra como droga recreativa e, incluso, me abstendré de caracterizar la intervención del Sr. Fogwill como.... feminista (es decir: anti-falócrata). En el fondo, el Sr. Fogwill quiso regalarnos su modernísima versión de aquella vieja sentencia italiana que hacía coincidir la gradación del “vigore bene”, el que “mengua” y el “nulo” con prácticas rimadas, a todas luces poco reproductivas. En lo esencial, coincido con el Sr. Fogwill, que coincide con Pasolini, que coincide con...
Yo, de todos modos, hubiera esperado más. Quiero decir: que recordara, por ejemplo, el caso de aquel noble escritor que en cierta ocasión suspendió su agenda de compromisos sociales porque (así lo decía al teléfono) tenía que terminar una novela que iba a ganar un premio catalán. Ignoro si hubo agentes (literarios o químicos) involucrados.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 3 semanas.
2 comentarios:
La verdad es que si vos no lo decías, a mí no se me hubiera ocurrido ni en 100 años que esa "intervención" fuera antifalocrática. Pero tal vez esto sea porque yo he recorrido un largo camino. Cuando un especimen te parece absolutamente irrecuperable, no deja de ser un consuelo pensar (si es que tenés motivos para conjeturarlo) que por lo menos no se multiplicará.
Explico: un ex novio, que por cierto no tenía disfunción sexual de ninguna clase, viene un día después de nuestra ruptura y me dice "me voy a cortar las pelotas". Yo pensé que era su desesperación por haberme perdido, hasta que el tipo siguió insistiendo y abjurando de toda metáfora. Lo que quería era hacerse la vasectomía porque no quería tener hijos desde el momento en que no podría tenerlos conmigo; y estaba realmente convencido de que la vasectomía consistía en la ablación testicular. Cuando lo entendí, apoyé su moción de esterilizarse para que en el futuro otras mujeres no padecieran a otros sujetos, si que muy bien dotados, tan bestias peludas como él.
Y sí, me hice feminista. Pero no por eso considero que cualquiera tenga "derecho" a reproducirse.
(Ya sé que Fogwill explicaría este razonamiento de pobre mujercita creída de inteligente por el hecho inexplicable de haber desdeñado un amante bien dotado y a quien el amigo le funcionaba bien. Pero ser misógino en el varón no es lo mismo que ser feminista en la mujer. En forma anticipada, me ne frego en sus sarcasmos y me ahorro los que podría propinarle, que son muchos dadas las puertas que él mismo dejó abiertas.)
Una inquietud para Fowgill: ¿qué se debería hacer en el caso de un individuo que, supongamos, engendra un hijo a los diecisés años, y a los dieciocho comienza a padecer de impotencia? ¿Se tendría que ubicar al vástago para su supresión? La lógica indicaría eso, pero se me ocurre una solución intermedia, bastante más copada y humanitaria: ¿por qué no se resucita el estatuto legal del esclavo, y esa resaca genética la ubicamos ahí? ¡Con la cantidad de gente que en este país estudia humanidades hasta se podría armar algo parecido a la Atenas del siglo V!
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