jueves, 20 de mayo de 2010

Preguntan si...

por Carolina Goth para el vernáculo

Leyendo entrevistas que te han hecho, encuentro que te mostrás optimista sobre la producción literaria argentina del momento.

¿Cuál creés que es la tarea del periodismo cultural frente a ella? (y esta pregunta sería una excusa para llegar, en un diálogo imaginado, a la función de los suplementos, los premios, festivales y ferias).

No sé si “optimismo” es la mejor manera de predicar una constatación: creo que la literatura argentina actual es interesante por varias razones: hay muchos proyectos a partir de los cuales imaginar un debate sobre el lugar (la forma y la función, usando jerga vieja) de la literatura en relación con el presente. Los autores ya consagrados (Fogwill, Cozarinsky, Aira, Carrera) no dejan de publicar intervenciones decisivas en este punto, y los jóvenes multiplican sus formas de ejercitar la literatura según horizontes novísimos que ponen en entredicho toda sospecha de “fin de la literatura”. Comparada con otros aspectos de la producción estética (el teatro y la música, en primer término, tan castigados en los últimos años), la literatura argentina sigue mostrando un vigor inigualable. No hay misterio en eso: se trata de la práctica que menos necesita del ala protectora del Estado, tan ausente hoy en el diseño de políticas para las artes.

Por supuesto, todo esto sucede también a espaldas de las políticas de las grandes editoriales, cuya estrategia sigue siendo esperar que algo “cuaje” para capturarlo, pero en ningún momento se atreven a tomar riesgos. La política de “premios literarios”, tan desacreditados últimamente por los escandalosos casos de corrupción que se han revelado, nada tiene que ver con la literatura sino, apenas, con el marketing de ese producto tan extraño, el libro. Curiosamente, los jocosos traspies de los jurados de los “grandes premios” (que terminan premiando, oh casualidad, lo ya contratado) potencia los otros premios, los “premios pequeños” patrocinados por fundaciones pobres (Estación Pringles, por ejemplo) o por municipalidades (el premio Musto de Córdoba, por ejemplo), cuyo prestigio no deja de crecer. De Ferias y Festivales ya se ha dicho casi todo y no vale la pena insistir en la farsa que promueven.

En cuanto a los suplementos literarios, creo que están atrapados entre el deseo de actualidad y la obediencia a las líneas hegemónicas, todo lo que desemboca no exactamente en un relativismo valorativo según el cual cualquier cosa equivale a cualquier cosa, sino más gravemente un pluralismo según el cual meramente se festeja lo existente sin mayor análisis de sus condiciones de existencia.

Si en el Centenario, cuando Martín Fierro era convertido en la épica nacional, se instituía la argentinidad con sus exclusiones:

-Hoy, en la política cultural oficial de los festejos, ¿quiénes se están quedando fuera de “los argentinos”?

Creo que la situación entre 1810 y nuestros días es tan diferente que parece que habláramos de dos países diferentes. ¿Imagina alguien conferencias de un poeta a teatro lleno, con asistencia de la presidencia, sus ministros y sus edecanes militares? Somos hijos del multiculturalismo, y está bien que así sea: ninguna ilusión totalitaria puede hacer presa de la literatura, que tanto acepta experimentos como los extravíos nómadas de Edgardo Cozarinsky (Blues, 2010) como las inscripciones migratorias de Bruno Morales/ Sergio Di Nucci (Grandeza boliviana, 2010). Cito esos ejemplos porque son precisamente los que mejor amplifican el sentido de lo nacional, es decir: lo borronean, y n hacia la pérfida “literatura internacional” que imprimen los catalanes sino hacia una concepción que es puro afuera, ilimitado, lo abierto y la transformación de “la tierra” no en terruño patriótico sino en desierto sin fronteras.

-En el campo cultural en general, desde la literatura (si es que continúa rigiendo o canalizando los sentidos sociales) a la escuela,

¿qué líneas se defienden, aparecen más visibles o mejor visibilizadas?

No, no creo que la literatura conserve ese lugar de síntesis de los sentidos socialmente admitidos o culturalmente aceptados. Además, nuestro presente tiene la forma de la guerra civil. Y esas batallas son, también, batallas de discurso.

Leyendo aquí, me queda la impresión de Internet como un último bastión de la “ciudad letrada” de Rama.

¿Describirías los atributos de ese nuevo intelectual que la habita? ¿Qué armas tiene, cuáles son sus debilidades? Sobre todo, ¿contra quién o qué pelea?

No estoy seguro de haber aspirado a una identificación tan total, pero en todo caso, sí a líneas de continuidad entre un pasado “glorioso” y un futuro incierto. La lógica de la ruptura y los saltos temporales me parece excelente para describir el universo de lo estético, pero la cultura es otra cosa y necesita de referencias “viejas” y poleas de transmisión. Si un “nuevo intelectual” puede existir (pero creo que no) será el que mejor adecue su existencia a la ecología nodal y reticular que define nuestro tiempo. No se puede, ya, pontificar, porque los lugares de enunciación se han multiplicado hasta el infinito. Armas, herramientas y debilidades son las mismas: la ubicuidad, la imaginación paranoica, las comunidades imposibles. ¿Contra qué o quién se pelea? Contra el terror, es decir: contra el terrorismo que es siempre (y en primer término) terrorismo de Estado. Debemos luchar contra el cumplimiento de las siniestras utopías del capitalismo (arruinarlas desde dentro) y en contra, también de las reterritorializaciones compensatorias que el Estado produce. Debemos luchar contra las políticas de fronteras cerradas y ciudadanía de segunda clase. Lo que está en juego, hoy lo sabemos, no es la libertad, esa entelequia, sino la felicidad.


Entre el blog y el e-book, hay mucha aparente preocupación por la muerte del libro y aún de la literatura. ¿Cómo lo ve alguien que aún puede escribir un ensayo sobre la imaginación literaria?

No importa tanto que algo vaya a morir sino la superviviencia de eso a su propia muerte. En la década del treinta del siglo pasado hubo debates intensos sobre la superviviencia del ser humano a su ocaso final y definitivo: ¿cómo sería esa forma de existencia totalmente posthistórica? Sabemos que aquel debate estaba fundado en premisas falsas. Hoy, más módicamente, podemos debatir sobre la superviviencia del libro a su propia muerte: ¿cuál es la forma de existencia de la literatura después del “fin del arte”? Las imágenes, en todo caso, tienen más memoria y más potencia que quienes las perciben, establecen una onda mnemónica que atraviesa las eras, nos alcanza y nos supera.


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