Por Daniel Link para Perfil
En cuanto el Honorable Senado de la
Nación aprobara la llamada Ley de Identidad de Género iba a
presentarme al Registro Civil para solicitar la rectificación
registral de mi nombre.
Había pensado hasta los últimos
detalles y las conversaciones más pormenorizadas. Imaginé un
diálogo con un alumno insolente al que le respondería: “Más
respeto, joven, que podría ser su madre”.
¿Cuál nombre había elegido? Siempre
sentí (autopercibí) que me habitaba una mujer de mucho
predicamento. Decidí que iba a pedir llamarme Cristina Fernández
(Cristina Fernández Link).
Por cierto, debo aclarar que sólo
quería cambiar de nombre, sin intervención quirúrgica, terapias
hormonales o cualquier otro tratamiento psicológico o médico.
Tampoco afeites o cualquier instrumento de disimulo mimético (¡ni
keratina!). Sólo cambiar mi nombre, y empezar de nuevo, como
escritora y catedrática...
Cuando comuniqué mi decisión
comenzaron los problemas: mi marido protestó diciendo que no se
había casado conmigo para, ahora, tener que presentarme diciendo “mi
señora”. Le recriminé su prejuicio misógino: ¡qué culpa tenía
yo de qué el hubiera abrazado la causa del amor que no osa decir su
nombre! ¿Iba yo a silenciar para siempre a la mujer de mucho
predicamento que siempre me habitó por un capricho sexual suyo?
Después me llamó mi hija para
contarme que se iba a México en viaje de trabajo. Le dije que a su
regreso no tendría una madre sino dos, y se quedó muda. Me advirtió
que no pensaba llamarme “Ma”, ni nada por el estilo y me acusó
de querer arruinar nuestra excelente relación (porque sabido es que
las hijas mujeres se llevan mal con sus madres). Censuró, por
último, la elección del nombre: “no tenés cara de Cristina
Fernández”.
Mi mamá (oficialista hasta el delirio,
hasta defender a Boudou) no podía objetar la nominación, pero no le
hizo ninguna gracia que le dijera “Siempre quisiste tener una hija,
voy a darte el gusto”. “Ya estamos grandes para empezar de
nuevo”, me contestó.
Cada persona a la que la notificaba de
mi decisión tendía a rechazar de plano la rectificación registral
como si se tratara de un pecado o de una frivolidad (o las dos cosas
al mismo tiempo).
Yo sabía que iba a sufrir, pero decidí
cumplir mi propósito: después de todo, vivir es atravesar un valle
de lágrimas.
Cuando un amigo me sugirió que iba a
tener que hacer trámites ante la AFIP, pedir la renovación de mis
tarjetas de crédito, cambiar la cédula verde del auto, y otros mil
trámites, desistí: demasiado Estado. Seguiré autopercibiéndome, en
secreto, “Cristina Fernández”.
8 comentarios:
Estimado (y gran) Profesor:
Hay nombres que le sentarían mucho mejor, y que no requerirían un cambio de género. Aquí, algunas sugerencias: Bernardo Neustadt Link, Eduardo (no Luis) Duhalde Link, Jorge Asís Link, Adalbert Kriger Link. Si insiste en el cambio de género y nominal en forma simultánea, podríamos probar con: Beatriz Sarlink, Sylvina Walger Link, Mirtha Legrandink.
Un saludo, Didier Deschamps
Sos un C! buenísimo linkillo!
abrazooo
Más de una gerenta se va a cambiar el nombre a Carlos Garompa para que le paguen un sueldo de hombre.
Yo le agregaría un nombre en tu caso:
Emperadora Cristina Fernandez.
Empe suena lindo como diminutivo.
Mujer no se nace, se tramita.
Isabel Sarlink
Jajajaja! Genial!
Me encantó! Aunque es verdad ser mujer es un trámite muy complicado, demasiado para las pocas ventajas que tenemos, pero a veces lo vale. Esta bueno ponerse un vestidito y pedir mas respeto por cualquier cosa alegando a la maternidad. A no desistir con el trámite es cuestión de paciencia y el nombre es lo de menos. Cariños!
Pensar que en algún tiempo leíste tan bien. Pero siempre creíste que alcanzaba con leer s/z y conseguir un buen marido. Lo último lo lograste, lo primero también pero se ve que no alcanza. No sólo de buenos posts se construye la realidad. Un abrazo.
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