sábado, 19 de mayo de 2012

El fin de Europa

por Daniel Link para Perfil

Una de esas bellas jóvenes parisinas, rubia como Catherine Deneuve (es decir: como la República francesa se imagina a si misma), que ha abandonado hace años el confort y el hastío de una Europa ya entonces sin rumbo para instalarse en Buenos Aires (donde, dice, “los hombres son más divertidos”) aparece en una vernissage, después del triunfo de François Hollande, con su pelo teñido de castaño.
Como la he visto llorar por algun acontecimiento trivial (darse cuenta de que en todos sus años de estudio en la Sorbonne nunca le dieron a leer a Foucault, que nuestros niños leen en el jardín de infantes), considero que tengo la suficiente confianza como para burlarme de su repentino “aindiamiento”.
Es como si ella, rechazando todos los componentes identitarios propios de su Galia mitológica, hubiera decidido encarnizadamente volverse un poco india, un poco negra, un poco “chinita”, haciendo causa con su (y nuestra) mal-dicción, la maldición de la historia.
Como se sabe, las dos mujeres más prominentes del nuevo gabinete de Hollande son la ministra de Justicia, Christiane Taubira (originaria de la Guyana), y Najat Vallaud Belkacem, portavoz del Gobierno y titular de Derechos de las Mujeres (nacida en Marruecos).
En sus fantasías teleológicas sobre el final de la Historia, Hegel, Marx y Alexandre Kojève, justo es decirlo, se equivocaron fiero. Ellos pensaron que, a partir de cierto punto, la historia estaría realizada (completa) y que, una vez alcanzado el estadio del Estado Universal Homogéneo, viviríamos en situación de contentamiento. Alexandre Kojève promovió, consecuente con ese ideario que niega la multiplicidad (o que la subordina a un Único), el Mercado Común Europeo.
Por desgracia (porque nos obliga a suspender nuestra pereza) no fue así, y no lo fue porque el tiempo histórico tal como esos paladines de la modernidad lo diseñaron se niega a funcionar tan rectamente, y porque Oriente (eso que Marx propuso destruir porque de otro modo no habría día después de mañana) sigue complicando las fantasías concentracionarias de un Estado cada vez más incapaz de controlar a la bestia voraz y desaforada del capitalismo financiero para el cual no parece haber ejércitos suficientes que pongan a los pies de la civilización a los bárbaros que la acosan.
La madre de la francesita, cuando la vio por skype con su nuevo color de pelo, le preguntó con sarcasmo: “¿para cuándo la burka?”.
Más conscientes del declive occidental que la marea crítica europea representa, los griegos no consiguieron armar gobierno y deberán volver a las urnas. Más allá de sus fronteras, lo sabía Góngora, en el siglo XVII, “el mentido robador de Europa/ media luna las armas de su frente,/ y el Sol, todos los rayos de su pelo–,/ luciente honor del cielo,/ en campos de zafiro pace estrellas”.
Si esta vez Europa consigue salvarse, lo hará raptada por (de la mano de) la media luna turca. Y más allá, tiene razón la madre de la francesita acriollada (creolizada), nos esperan la burka y el caftán.
Esto parece, no da para más.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Mientras no copie la actitud histerica de las argentinas y siga levantando la bandera de buenas peteras que tienen las francesas, no importa el color de pelo.