por Daniel Link para RadarLibros (20 de julio de 2002)
Blas Matamoro nació en Buenos Aires en 1942 y desde 1976 vive en Madrid,
donde dirige la revista Cuadernos Hispanoamericanos. Entre sus obras figuran los
ensayos La ciudad del tango, Saber y literatura, Por el camino de Proust, Genio
y figura de Victoria Ocampo, Lecturas americanas y Lecturas españolas,
además de las narraciones Nieblas, Las tres carabelas y Viaje prohibido.
Hace dos meses, Espasa publicó en la colección “Vidas de escritores”
su Rubén Darío, una biografía correctísima y elegantemente
escrita del más grande de los poetas finiseculares (aun si se lo compara
con sus pares franceses, Baudelaire o Verlaine, Darío sale ganando).
Consciente de los riesgos que implica la crítica biográfica (después
de todo, Matamoro es una autoridad en Proust y puede citar de memoria el Contra
Saint-Beuve), el crítico argentino no se privó, sin embargo, de
“iluminar” las zonas oscuras de la vida de Rubén Darío
a partir de sus textos, tarea no sólo lícita sino necesaria, si
de lo que se trata es de comprender una vida agobiada por el alcoholismo, las
penurias económicas y el vacío existencial. No es una aventura menor:
después de todo, se trata del poeta que más amaron las maestras
de primaria y del poeta cuyos versos (memorizados a la fuerza por millones de
escolares: “La princesa está triste... ¿Qué tendrá
la princesa?”) constituyen el mayor tesoro de América: nuestra memoria
literaria colectiva. Hay, al menos allí, una contradicción que pide
a gritos un poco de sentido.
En el final del capítulo que reproducimos en esta edición, Matamoro
lee en clave ciertas citas de Darío: “La más picante y gruesa
es, precisamente, la del armario: en el fondo de Rubén había una
mujer que no terminaba de reconocerse como tal y que tenía fobia a las
mujeres a la vez que se sentía atraída fuertemente por ellas para
identificarse con el género femenino. Sin ir tan lejos, puede decirse de
nuestro poeta lo mismo que de cualquiera: que todos tenemos un fondo femenino
porque hemos sido mujer en el cuerpo de nuestra madre y hasta feto de mujer los
primeros cuatro meses de embarazo”.
Nicaragua puso el grito en el cielo. Ni lerdos ni perezosos, la Academia Nicaragüense
de la Lengua y el Banco Central de Nicaragua (!) organizaron en la Biblioteca
Roberto Incer Barquero un panel para discutir “la más reciente diatriba
contra Rubén Darío”, el libro de Blas Matamoro. Con la coordinación
del director de la Academia, Jorge Eduardo Arellano (“autor de casi un centenar
de libros”), expusieron sus descargos, el pasado 9 de julio, Pablo Kraudy
(Premio Nacional Rubén Darío 2001) y Ramiro Argüello Hurtado
(crítico y psiquiatra). Bajo el ominoso título de “Rubén
Darío, ¿homosexual?”, los expositores analizaron el ensayo
biográfico de Matamoro, “abogado del movimiento gay del Uruguay en
los años sesenta y radicado en España desde los setenta”. Consultado
por las causas de tan singular convivio, Arellano señaló que “además
de negar la trascendencia literaria de Darío, Matamoro realiza una interpretación
homófila del poeta”, según el académico entiende en
la cita reproducida más arriba. Nicaragua, dijo Arellano, como si de un
mérito (y no un déficit) se tratara, “no ha producido ningún
intelectual homosexual”. Arellano aseguró que Matamoro, como “defensor
de los derechos de gays y lesbianas”, “reduce a Darío y su obra”.
Para Arellano, el Rubén Darío de Matamoro “carece de fundamento”,
es “inconsistente y procaz” y “está manchando el nombre
de Rubén Darío”.
Por su parte, el Dr. Argüello Hurtado señaló que “De Rubén
Darío, nuestra gloria, ya hemos aceptado su alcoholismo, porque el etilismo
es el vicio nacional, pero con el acuerdo tácito de que no surja otro borrón
infame en su conducta y estilo de vida. No tengo claro si Rubén es tan
nicaragüense o los nicaragüenses somos tan rubenianos, pero tengo por
cierto que ninguno de nosotros, incluso radicado en el extranjero, pudiera haber
acumulado la osadía y la impertinencia para escribir y dar a la imprenta
una biografía como la del bonaerense”.
Por su parte, el joven poeta Héctor Avellán (premio Alma Mater 96 en el Festival Artístico Interuniversitario y ganador de los Primeros Juegos Florales Centroamericanos del 2000) se mostró impresionado por la rapidez y furia con que respondió la élite de intelectuales del país ante las páginas de Matamoro. “Parecían miembros de la Inquisición los que hablaban, dispuestos a quemar a todo aquel que aceptara ser gay”, declaró luego de la alarma estatal que expresó el Panel convocado por Arellano. De acuerdo con una encuesta publicada por El nuevo diario de Managua el lunes pasado, la sociedad (acorralada por el FMI y presenciando con estupor un turbio proceso de concesiones petroleras) rechazaron de plano la posibilidad de que Darío haya ejercido el amor que no osa decir su nombre, pero por otro lado dejaron en claro que nada eso importa en relación con el juicio sobre su obra.
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