Por Daniel Link para Perfil
Edgardo Cozarinsky llamó palacios
plebeyos a las grandes salas cinematográficas (Gran Rex, Opera,
calle Lavalle) construídas durante la época de oro de cine sonoro:
monumentales, ofrecían a quienes los visitaban una ilusión de
grandeza que se compadecía bien con los ideales de progreso de una
época. Lo mismo podría decirse de los edificios escolares, de los
cuales el Colegio Mariano Moreno (1910) y el Instituto Bernasconi
(1929) son un ejemplo cabal, porque en ellos el ascenso al cielo de
las artes liberales se volvía materia palpable: mármol, arcos de
medio punto, escaleras, majestad.
En una de sus primeras composiciones,
Rubén Darío daría el tono definitivo de una ambición americana
hoy perdida para siempre: “Cuando
por los guerreros se agitan palmas,/ y hay una Patria grande para las
almas;/ cuando los luchadores bravos y fieles/ adoran la frescura de
los laureles;/ y cuando las espadas y bayonetas/ escuchan las
canciones de los poetas;/ entonces, de los altos espíritus en pos,/
es cuando baja y truena la voluntad de Dios” ( “A
la Unión Centroamericana”, 1883). ¿Quién puede escribir así, en
nuestras tristes épocas donde la educación se acomoda en “espacios modulares” apenas funcionales a la lógica capitalista, que
necesita escuelas que sólo separen a los niños que se le
encomiendan de la animalidad (y, a veces, ni siquiera eso)?
Los grandes colegios e institutos de la
Argentina del Centenario fueron los primeros palacios plebeyos, que
todavía están ahí como el testimonio de generaciones que querían,
necesitaban y podían imaginar un futuro (si se quiere, discutible)
henchido de grandeza.
Cuando ya nadie escucha “las
canciones de los poetas”, cuando la educación se instala en
contenedores modificados, cuando las imágenes vagan huérfanas, sin
palacios que las contengan, cuando el Estado patrocina “soluciones
habitacionales”, lo único que queda claro es que ya no hay “una
Patria grande para las almas”.
2 comentarios:
Hermoso texto, Daniel, gracias.
EL futuro ya fué.
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