Por Daniel Link para Perfil
En 2018, un texto publicado por el Centro de Innovación para la Gobernanza Internacional estableció una cierta geopolítica del gobierno digital, esquema que, previsiblemente, copiaba las tensiones de la cosmopolítica a secas, con un pequeño aderezo romántico, para no perder las esperanzas del todo.
El primer modelo era precisamente el de los creadores de Internet, que la imaginó abierta, transparente, portátil, interoperable, colaborativa, libérrima.
La segunda visión es la de la Comisión Europea, que propone una Internet un poco más “burguesa”, con los mismos principios del modelo anterior, pero con un mayor acento en la protección de la privacidad y una mayor censura de los malos comportamientos digitales (sobre todo el trolleo) y una obsesión por el orden y la democracia.
Yo abracé el primer modelo y ahora trabajo amparado por el segundo, que me ha enseñado las “buenas” prácticas de escritura y protección de datos.
China y Rusia, junto con otras naciones, sostienen una tercera Internet, en la que las tecnologías de vigilancia e identificación ayudan a garantizar la cohesión social y la seguridad.
La cuarta visión, más comercial, entiende los recursos en línea como propiedad privada, cuyos propietarios pueden monetizarlos.
Vaya un ejemplo. Entrenado en las prácticas del acceso abierto, estoy acostumbrado a leer lo que me parezca sin pagar un centavo (por supuesto, también publico bajo las mismas condiciones: cedo lo que escribo según los mismos sistemas de cesiones).
En cambio, cada vez resulta más complicado leer diarios, porque son enormes los obstáculos que ponen a la mera gratuidad. No es que les importe demasiado que uno lea sus versiones de las noticias (escritas desde un rencor y una mala conciencia que ya resulta tan intolerable como la grosera ignorancia del lenguaje escrito que exhiben) sino más bien los avisos publicitarios con los que lucran.
Tan así es, que uno puede eludir un buen porcentaje de notas del diario La nación sencillamente leyendo en la aplicación BBC Mundo lo que han levantado de ahí. La mayoría de las veces la fuente está aclarada, pero llega un momento que es muy fácil darse cuenta de cuáles son. Por supuesto, en las aplicaciones de la BBC no hay publicidades ni restricciones.
En algún momento, la compleja arquitectura que es internet (con una multiplicidad de actores, normas, y como queda claro, diferentes políticas de contenido) deberá decidir qué se amolda más a un “buen desarrollo” de Internet, porque tampoco es justo que la comunidad científica comparta con alegría y convicción cada uno de los pasos de su trabajo y, por otro lado, los diarios lucren con la mera distribución de inmundicias de todo tipo.
A favor del modelo de Silicon Valley y en contra del europeo (los demás no hay ni que considerarlos): la concentración del conocimiento en un mismo sitio obligatorio. Cuando la IA deje de ser tan idiota, leerá en un tris esos millones de artículos que hemos depositado en Zenodo y propondrá su solución para nuestros males.
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