domingo, 19 de junio de 2005

Libros recibidos

Traducido y prologado por Patricia Willson nos llega Sobre la traducción (Buenos Aires, Paidós, 2005, 80 págs., ISBN 950.12.6544.7) de Paul Ricoeur, hermenauta recientemente fallecido (conservo la lección "hermenauta", inventada por Enrique Pezzoni para burlarse de la sociedad de amigos del Ser de la que Ricoeur formaba parte porque se trata, precisamente, de la traducción y sus metáforas).
El librito (una astucia de la industria editorial francesa) reúne, con tipografía de catástrofe planetaria, dos conferencias (una de ellas famosísima) y un texto inédito que reflexionan sobre la teoría más o menos imposible de la traducción.
Sobre la traducción servirá para alimentar el mito (que yo sostengo con algarabía compartida) de que la "escuela argentina" de traducción es mucho más culta y elegante que cualquier otra que exista en el mundo hispanoparlante (por supuesto, mucho más que la "escuela española", a cuyos desatinos hemos debido acostumbrarnos por circunstancias sólamente políticas).
Ricoeur se entretiene en estos textos de ocasión en los tópicos habituales sobre el arte de traducir (que, como todo el mundo sabe, no conducen a ninguna parte). Afortunadamente, no pierde de vista lo evidente: traducir, se traduce. Y está bien que así sea.
En el texto inédito, "Un 'pasaje': traducir lo intraducible", Ricoeur enumera y analiza los que podrían llamarse "intraducibles universales", porque aparecen una y otra vez en todas las reflexiones sobre la traducción, desde Benjamin hasta Paul de Man. En última instancia, todo es traducible con la condición de que entendamos que traducir es proponer equivalencias (presuntas) sin identidad. Si hay un absoluto intraducible ése es la experiencia de lo otro (otro lenguaje, otra cultura, otra historia). Para salvar esa imposibilidad, la traducción se postula como la construcción de una equivalencia (de un campo de comparación). Traducir es "construir comparables". Dicho de otro modo: traducir es tomar partido en el combate de los hombres y los signos.
"El paradigma de la traducción" es una lección inaugural en la Facultad de Teología Protestante de París en la que (institución y lección), naturalmente, se presupone la existencia de Dios. Más allá de ese detalle, lo que se lee es una hermosa hipótesis hermenáutica: Dios es progresista, la garantía del progreso humano. Porque al haber observado que los hombres construían la torre de Babel y al haber decidido (en su bondad infinita) interferir contra ese proyecto desmesurado, multiplicando y confundiendo sus lenguajes, IHVH no los estaba castigando por su soberbia sino todo lo contrario: estaba arrojando el ser de los hombres a la marea de la diversidad, estaba indicando el lenguaje único como un lenguaje concentracionario y liberando al ser humano de esa determinación sombría de lo único, estaba inaugurando los tiempos históricos. Desde entonces, desde el fondo del mito, la unidad sólo podría concebirse como unidad en la diversidad (una totalidad no sintética). Después de Babel sólo se puede reconocer la diferencia como la garantía del pensamiento (lección que los vientos de la historia, los totalitarismos políticos y los fundamentalismos religiosos parecen haber borrado de un plumazo, oh, Sebastiano).
Ahora bien, lo que queda es siempre la sospecha sobre los resultados de la traducción: ¿no debería, la traducción buena (no quiero decir la "buena traducción", sino la traducción bondadosa, la que se deduce del amor infinito de aquel Dios hipotético), conservar precisamente lo intraducible? El riesgo de la traducción (trascendentalmente considerada) es la normalización en términos de la propia lengua (la propia cultura, el sistema clasificatorio que adoptamos como natural) aquello que se presenta, por definición y por principio ético, como lo otro: la anulación de las diferencias, en primer término, y las fantasías de exterminio, en última instancia (lo hemos visto, lo estamos viendo).
Todo es traducible y, al mismo tiempo, toda traducción es provisoria: ésa es la única regla que el traductor debería tener en cuenta. No que su traducción pueda ser mejor que otra (hipótesis banal), sino que su traducción ha hecho pensar más y mejor a los lectores en los misterios de la diversidad y en la irrisoria nimiedad del punto de vista propio como patrón de juicio y comprensión.
Sabemos algo del mundo gracias a los traductores (gracias al "deseo de traducción"), pero mucho más gracias a la resistencia a la lengua única, ese regalo de los dioses que atesoran los luteranos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen texto ¿conoces el blog de Das Mystische? tu texto me lo recuerda un poco (http://blogia.com/das_mystische/index.php)

saludos ivan
http://www.tenedorparapescado.com/plog/

Linkillo: cosas mías dijo...

Gracias, Iván. Ya he agregado ambos a mi lista de lecturas frecuentes...