por Rodolfo Walsh
-Aunque sólo fuera por usted -le dijo el juez-, lamento que hayan sacado la pena de muerte.
El juez Olivia era un hombre de mirada bondadosa, que afilaba sin descanso un Fáber nº 2, soplando las virutas y apilando el polvo de grafito en pequeñas cordilleras.
Esa frase que Arias no olvida, pero que acaso va puliendo con los años hasta darle una tersura de guijarro que no tuvo, sitúa el comienzo de su historia allá por el
-Matar a su madre -dijo, y enumerando las circunstancias en que la mató-: lo que ella era para usted y aún para cualquiera, lo que significa matar a una madre. Consumió un tercio del lápiz, sin cesar de mirarlo de reojo.
Arias repitió, sin mayores esperanzas, la historia que al principio contaba a gritos: que su madre era pobre, era desgraciada, sufría permanentemente con sus malos pensamientos, y que él no podía hacer por ella otra cosa que aliviarla de la vida.
-¿Con un garrote?
-El garrote -volvió a decir- fue una inspiración del momento.
El juez dejó por un instante la yilé, el lápiz resbaló de sus dedos, y en ese pequeño gesto advirtió su enorme desesperanza.
-La escoria de la tierra -canturreó tristemente-, el salitre de las viñas, el verdín del estanque, la quereza [sic] de la carne, el que pudre la semilla. ¿Qué pena bastaría para usted, hijo mío?
Después volvió a sacarle punta al Fáber, una mina larguísima, tal vez microscópica en su ápice.
-Ninguna -confesó Arias.
Entonces el juez, con el canuto de lápiz que le quedaba, en un papel cualquiera, hizo la suma: 214 años.
(En esa cifra advirtió Arias por primera vez la impresión que causaba en los demás.)
-No pienso escaparme -contestó Arias.
-Error -dijo el funcionario. Es natural que trate de escaparse, pero también es imposible. Para serle franco, preferimos a los penados que piensan en la fuga, son los más tranquilos, los que mejor trabajan, jamás intervienen en un desorden. Llegamos a estimular algunas tentativas, hasta cierto punto.
-¿Hasta dónde?
-En este momento -apoyó un dedo en el plano-, siete penados del pabellón C están cavando un túnel. Llevan cuatro meses en eso. El túnel -deslizó el dedo- ya llega hasta aquí. Vamos a pararlo -otro movimiento del dedo- aquí.
-¿Y si yo les cuento? -preguntó Arias.
El director enarcó una ceja.
-Es lo mismo. Ninguno de ellos cree realmente que yo lo ignoro. Necesitan un motivo para vivir, ¿comprende?
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