miércoles, 7 de febrero de 2007

Diario de un televidente

Así como podría decirse que hay dos clases de capitalismo, sin que esto implique necesariamente una valoración axiológica sino apenas una constatación diferencial, podría decirse que hay dos clases de televisión (es decir: dos clases de reality shows): la norteamericana y la europea. Gran Hermano funcionó durante algunas pocas temporadas en los Estados Unidos, donde luego se optó por los shows especializados: realities de cocineros, de modelos, de cantantes pop, de roqueros, de superhéroes (como pudo verse anoche por Sony en la deliciosa primera entrega de ¿Quién quiere ser un superhéroe?). Las personas corrientes, las historias "verdaderas", en la mentalidad de los productores norteamericanos, carece de interés en el saturadísimo y ultracompetitivo mercado televisivo. Se trata, además, de una concepción del producto televisivo (es decir: cultural), que no admite márgenes de error y que hace del mecanismo de relojería y del time is money las piedras basales de su funcionamiento. Además, la ética protestante que tanto encanta al espíritu anglosajón no admitiría las groseras manipulaciones típicas de Gran Hermano, donde cada semana un nuevo twist impuesto por los guionistas desmiente el carácter plenipotenciario de la cruda verdad a la que el formato, metafísicamente, apela.
Vemos, una vez por semana, una competencia semanal o un docudrama de las mas variadas profesiones (peluqueros, los ha habido; tatuadores y fabricantes de motos, los hay; inventores, también), pero a nadie se obliga al seguimiento minucioso de la taradez o la maledicencia durante veinticuatro horas al día, como sucede en Gran Hermano (el nuestro, el peor, pero también en las demás versiones europeas): ni a los equipos de producción, ni a los espectadores. Lo que se ve en los realities estadounidenses es lo justamente necesario para aderezar el mecanismo seco de la mercadotecnia de algún encanto (de alguna "novedad").
¿Por qué en Europa persiste el formato GH? Tal vez se trate de la inconmovible mala conciencia europea (tanto política como cultural), pero para no llegar tan lejos, mejor sería pensar en un vacío de sentido televisivo: siendo como son los europeos, completamente ignorantes de la "buena televisión" (que no es lo mismo que la "televisión de calidad"), se entregan a experimentaciones triviales cuya única condición de posibilidad es, precisamente, un mercado no saturado (un mercado vacante).
Como la posición excéntrica de Argentina le permite, borgeanamente, recurrir a variadas tradiciones, el GH que se está viendo hoy es una mezcla rara de la vertiente norteamericana y la europea. El GH de gente corriente aquí dejó de funcionar hace tiempo y la versión que ahora vemos funciona más como una competencia de talentos norteamericana, pero sin la producción a la que estamos acostumbrados a ver en los canales de cable: las cámaras erráticas, los micrófonos que no andan, los resúmenes mal hechos, la escasa planificación del plot, la pérdida de información decisiva, la deficiente caracterización de los personajes (que funcionan de acuerdo con grandes masas de sentido: los tarados y los hijos de puta), la conducción que ignora aquello de lo que debería hablar, aburren rápidamente. Se trata también aquí del capitalismo, pero en una versión tan barata, tan triste, tan provinciana, que ni siquiera sirve para aquello para lo que, se supone, el producto ha sido concebido: para evadirse de la realidad y las preocupaciones cotidianas. La televisión argentina decepciona siempre por lo mismo: no por ser demasiada televisiva, sino por ser demasiada argentina.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Cuál es la diferencia entre "la buena televisión" y "la televisión de calidad"?

Anónimo dijo...

jajaja "demasiado argentina" El mejor ejemplo de esto en la TV lo encuentro en la sarta de novelas que siguieron a Gasoleros...este país idolatra y enaltece la pobreza y la brutalidad...? Deberia sentirme culpable por preferir ver The O.C.? GH argentina enaltece las tragedias y no realizaciones perosnales...patetico...pero adictivo

Linkillo: cosas mías dijo...

"Televisión de calidad" es una denominación que suele usarse en festivales y encuentros europeos donde se pretende (todavía) que la televisión sea algo diferente que la caja boba a la que estamos acostumbrados. No censuro la denominación ni el proyecto (aún cuando pueda parecerme utópico). Pero incluso la televisión más entregada al entretenimiento de masas liso y llano debería ser "buena" (en el sentido de responder a ciertos estándares de realización). Por supuesto, ni una cosa ni la otra invalidan todos los análisis ideológicos que queramos realizar: American Idol es un gigantesco dispositivo de humillación, pero está bien hecho.

Anónimo dijo...

Sin mencionar el hecho demasiado evidente de que hay que ser seguidor de GH para entender estos post, me pregunto por qué ese bofe de la televisión argentina puede convertirse en objeto de escritura o investigación.

A menos que se escriba con la curiosidad de un verdadero etnólogo, siempre será una vergüenza incentivar el morbo de los lectores con la excusa de la antropología cultural.

Pasando a otro tema, ¿no hay buenos libros de los que hablar un poco? Y No. No hay. Ya no hay talento, muchachos. Apenas periodistas plagiarios que sudan la gota gorda calcando el ingenio ajeno.

Qué triste manera de ganarse unos mangos esa declaración manifiesta de incompetencia escondida detrás de un pinche premio arreglado.

No hay autores. No hay escritores.

Las editoriales terminaron con eso el día en que decidieron abolir las oraciones subordinadas en beneficio de un lector que (hay que reconocerlo) apenas ha recibido la educación promedio para pronunciar ?y entender? una esdrújula. Hablo del ciudadano argentino, del mexicano, del chileno, hablo del lector de América del Sur.

No es justo. Hasta el individuo más pobre y desescolarizado del mundo debería tener el derecho de aspirar a un buen libro (para no hablar de un suculento puchero, salud, vivienda y otras necesidades básicas por el estilo).

Pero nosotros, en fin. Seguiremos leyendo a Pauls, que emula la sintaxis de Cortázar, que emulaba la sintaxis de Keruak, que emulaba la sintaxis sorpresiva del jaz. Aunque ya nada podrá sorprendernos.

Ni siquiera que Fresan, en el prólogo de un libro, robe asquerosamente una buena parte de los textos reunidos de Peter S. Prescott en Ensayos críticos sobre literatura norteamericana (1972-1985).

¿Emecé no revisa, che? Por lo menos, súbanle el sueldo al pobre negro literario que junta retazos en Word para firmar con el nombre de un tipo que ahora vive en España y que cobrará desde allá el cheque que debería llevarse el negro para hervir su puchero.

En fin. No hay autores. No hay escritores. Y no estoy hablando en el sentido en que Derrida quería afirmarlo. Por lo menos, si bien a Derrida no le interesaba el autor, sí que se preocupaba por el lector.

En cambio hoy ¿a quién carajo le interesa el lector?

Graciela.

rox dijo...

GH se sigue haciendo por el simple motivo de que le sigue yendo bien, sigue funcionando y por ende no hay motivo para querer cambiar su fórmula. En Argentina los realities sobre algo específico (música, fútbol, modelaje) fracasaron, mientras GH mide 37 puntos.
No es que me parezca bueno ni me divierta demasiado, pero evidentemente está lo suficientemente bien como para que la gente lo elija por sobre otra opción, que, en definitiva, en TV es lo que importa.