por Daniel Link para Perfil
Como vivió muchos años en París, mi amigo está empadronado en el Consulado Argentino correspondiente a la jurisdicción de su domicilio legal. No sabe si el próximo 28 de junio estará o no cerca de la urna consular. De las personas que conozco, sería el único caso de alguien que viaja para ejercer su derecho ciudadano. La mayoría hace exactamente lo contrario: viaja para no votar. Porque, no nos engañemos, el voto será universal pero está bien lejos de ser obligatorio y, quienes pueden hacerlo, no titubean en tomarse un micro para estar más allá de los kilómetros que la ley dictamina como requisito necesario para liberarse de una responsabilidad retórica.
Una amiga, desde hace años, se toma un micro el sábado por la noche y el domingo almuerza lentamente a la vera del Paraná. Otro, cruza el Río de la Plata y pasa su fin de semana leyendo en Colonia. Un tercero, desde que hace algunos años tuvo que oficiar de presidente de una mesa capitalina (y lidiar con fiscales inescrupulosos que hacían desaparecer votos y sobres en el momento del escrutinio), prefiere irse a Córdoba a visitar a sus parientes. En cuanto la televisión anuncia los resultados, se toma el micro de vuelta.
Entre las muchas cosas que habría que revisar de nuestro caduco sistema político, una de ellas es la obligatoriedad del voto, porque es evidente que sólo están sometidos a ella quienes carecen de los medios suficientes como para huir del patriótico trance y no es justo que los pobres, además de tener que sufrir la impiedad de nuestros alocados gobernantes, tengan que pasar por responsables de sus triunfos. Que vote el que tenga convicción, o miedo o esperanza, con independencia de su nivel de ingreso.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
6 comentarios:
Buenísimo Dañel! Hace años que vengo diciendo lo mismo... Claro que no había analizado cómo influían las asimetrías aconómicas a la hs de burlar la obligatoriedad a través de algo tan simple como la "evasión geográfica" (quizás por el simple hecho de que no conozco a much*s que apelen recurrentemente a tal método, o al menos no tan deliberadamente).
De cualquier modo estoy totalmente de acuerdo: dadas las circusntancias en que vivimos, realmente es inaudito que sufragar siga siendo u acto compulsivo.
De todos modos moverse 500 kms es al pepe porque igual no pasa nada. Les podemos decir a los pobres que no se preocupen, las multas no llegarán, la federal no les negará el pasaporte cuando quieran ir a pasear a Londres, en fin, nada pasará. No conozco a nadie al que le haya caído la ley por no cumplir con sus "obligaciones ciudadanas".
Lo que menos ganas da de ir a votar, en mi caso, no son los políticos (que no me caen peor que los verduleros, los ciclistas, o los profesores de letras), sino la cháchara mediática sobre el sublime acto la dicha incomparable de introducir la papeleta.
Totalmente de acuerdo.
Yo voté por última vez en 1995. Desde entonces lo que hago es impugnar el voto: meto en el sobre una hoja de árbol, una feta de salame o uno de esos volantes de tarot que te dan por la calle. O bien una notita: "por favor no anoten este voto como voto en blanco: está impugnado". Nunca entendí cuál es la onda de viajar lejos para no votar. ¿Qué hacen, se guardan el ticket del micro por si la cana pregunta, o se presentan en alguna comisaría del lugar de destino para dejar constancia de que están ahí y no en su hogar?
El anónimo que me precede de ningún modo impugna su voto: las acciones que describe resultan un voto nulo o, si se prefiere, anulado. Por su parte, el voto impugnado deviene de la impugnación de la identidad del sufragante: llega un fulano con el DNI de Pérez y otro elector alega que no se trata de Pérez -a quien conoce bien, por ejemplo, porque vive frente a su casa. Luego, la autoridad de mesa no puede impedir que el sujeto vote pero el voto no va a la urna sino a un sobre que se remitirá a la justicial electoral para que decida al respecto. Entonces, impugnar el propio voto implicaría declarar que uno no es quien es y que pretende votar bajo una falsa identidad; supongo que en tal caso debería ser derivado a un servicio de psiquiatría.
Daniel, el problema con el voto optativo es (creo yo) que las elecciones terminan siendo competencias de aparatos, que fomentan las prácticas clientelares en caso de que existan y sobre todo benefician a los partidos con más plata para la campaña. Por todo esto, terminan volviendo la democracia todavía más delegativa de lo que ya es.
Al hombre hay que obligarlo a ser libre.
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