Fuimos, la semana pasada (no: a comienzos de esta semana, o tal vez: durante ese día extraño en el que una semana termina y otra comienza, no sé cuándo, pero fuimos) a Rosario, para participar de un encuentro regional de Sitios de Memoria.
A la vuelta, a la salida misma de la Chicago argentina, tratamos de esquivar el sempiterno piquete que corta la autopista. El piquete no lo vimos, sobre la calzada, pero en cambio vimos a las fuerzas del orden (la policía provincial) desviando el tráfico. De tan naturalizada que la protesta está, en aquellas latitudes (lo que la vuelve un poco inconsistente, creo), las rutas se cortan, aunque el piquete haya salido a almorzar.
Tomamos la autopista, lloviznaba. Teníamos que llegar a General Rodríguez, para buscar las gatas. En la autopista, brumosa, los camioneros, esos tiburones del presente, manejaban sus naves a la perezosa velocidad del que ha comido bien, por los carriles rápidos. Alrededor, los automovilistas (me gusta manejar en ruta) revoloteábamos como pececitos-piloto, como parásitos que esperan una migaja alimenticia: ellos mandaban, marcaban el paso, los seguíamos en caravana. Así en la ruta 2, así en el camino del Buen Ayre, así en la ruta 7: siempre, siempre, los camiones circulaban por los carriles centrales, como diciendo: ¿quién te crees que manda en la pecera?
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
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