viernes, 15 de enero de 2016

Un amor en Chihuahua


Por Daniel Link para Soy

Todos los 29 de diciembre, un día después del día de los Santos Inocentes y dos días antes del fatal final de año, mi marido cumple años. Desde niño arrastra el “síndrome de Capricornio (primer decanato)”: los amigos (si no se han ido de vacaciones) no se acuerdan de saludarlo y nadie tiene plata para regalos.
Este año se me ocurrió regalarle un engaño: le dije que tenía una invitación para pronunciar una charla en el Museo Provincial de Gualeguaychú. Por fortuna no preguntó detalles y apenas terminamos de almorzar el día 29 salimos con rumbo entrerriano. Llovía a cántaros. Cuando llegamos a nuestro destino me dio indicaciones para llegar al hotel en el que le había dicho que iban a alojarme. Simulé que como era temprano mejor era mirar un poco los alrededores, pero la costa estaba totalmente inundada (los recreos habían desaparecido bajo el agua) y no pude sostener la ficción por más tiempo. Le revelé el regalo verdadero: cuatro noches en la playa naturista de Chihuahua (Uruguay), en un complejo hotelero nudista.
Yo había imaginado algo así como un loco paréntesis ibicenco en nuestras rutinas laborales, pero fue más bien un viaje en el tiempo. En una de las casas (vacías) de los alrededores un cartel rezaba: “aquí lo único que corre es el viento”. La lentitud uruguaya se nos impuso y entramos en una zona pantanosa donde todo nos costaba el doble (no hablo de precios: en ese caso, hay que multiplicar por ocho).
Tardamos dos noches en darnos cuenta de que nuestro hotel no era en verdad un hospedaje destinado a cultores del amor que no osa decir su nombre, sino un resort de swingers. Para entonces ya estábamos tan acomodados que nos dio pereza mudarnos y, de todos modos, habíamos apostado toda nuestra libido matrimonial a la playa nudista a la que no pudimos bajar sino hasta la segunda mañana porque antes el tiempo no había acompañado. Mayúscula fue nuestra sorpresa cuando encontramos (en un paisaje ciertamente hermoso) a tres chicas asexuadas, completamente vestidas, jugando al scrabble. Desnudos no se veían en ninguna dirección y yo no iba a ser quien diera la nota. El repertorio de heladeritas playeras, termos, mates y bebidas compradas en el supermercado (incluidas las nuestras) alejaban a Ibiza todavía un poco más de nuestro horizonte.
Por la tarde, después del frugal almuerzo de fiambres que podíamos permitirnos, la cosa mejoró un poco. Había dos señores, que pronto fueron cuatro, como Dios los trajo al mundo.
Me dejé llevar por el naturismo y me despojé de toda prenda, salvo el pudor. Hice mal, porque pronto mi marido estaba saludando a funcionarios de derechos humanos, de economía, de cultura y yo, cada vez, tenía que volver a vestirme para decir “Qué barbaridad, este Macri”. Aprovechando un consejo que nos dieron los funcionarios, nos corrimos más hacia la laguna, y volví a desnudarme. Pero entonces se acercó un diseñador amigo mío a decirme “Feliz año”. Vuelta a la sunga.
Y más tarde llegó el whatsapp de una autoridad de este suplemento que anunciaba su inminente llegada a la playa con toda su comitiva (nunca menos de seis personas). Me puse la bermuda.
Me di cuenta de que en esas condiciones es imposible practicar el nudismo. En el hotel, molestábamos a los matrimonios heterosexuales que pretendían armar sus intercambios. En la playa, éramos nosotros los molestos por las oleadas de sociabilidad que nos alcanzaban. En los médanos, entre los pajonales, desnudarse era una invitación a algo para lo cual no teníamos (ni tenemos) sentido de la audacia suficiente.
Nos volvimos al hotel y nos encerramos a mirar, desnudos, la última temporada de Luther. Cuando no había ninguna señora en las inmediaciones de la alberca (iba a escribir “piscina”, pero me pareció forzado), salíamos a darnos un chapuzón.
Y así se nos fueron los días y las noches que separaban a un año de otro. Nada cuadraba con las más esclerosadas fantasías que se nos habían impuesto, pero nos dimos cuenta de que la habíamos pasado bien: con la excusa del nudismo huimos de la sociabilidad y con la excusa de la especificidad sexual huimos de la histeria. 

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