Acaba de distribuirse En la pausa, la parca autobiografía de Diego Meret (Buenos Aires, mansalva, 2009, ISBN 978-987-1474-14-1, 80 págs.), que resultó ganadora del Premio Indio Rico en su edición 2008.
Yo, como jurado de la edición 2007 del mismo premio, había leído con enorme placer la novela que, entonces, Meret había presentado a concurso, La ira del Curupí.
En la pausa, en rigor, también debería ser leída como una novela, y de las más intensas que tendremos ocasión de leer este año. Meret, que seguramente sabe desconfiar de la indulgencia que la autobiografía suele proponer, hace un relato de retazos y de olvidos, centrando el delgado hilo de una vida (la suya) alrededor de esos peculiares momentos de paranoia en los cuales el sentido parece disolverse y la conciencia se vuelve acuosa.
Muchos se preguntarán por la pertinencia de la publicación de una autobiografía de un escritor sin obra conocida (mi suerte ha querido que yo no integre ese conjunto casi universal). Pero eso, si no me equivoco en la interpretación de decisiones de las que no participé, también debe haber estado en la cabeza de los organizadores del Premio y del Jurado (Edgardo Cozarinsky, María Moreno, Ricardo Piglia): mediante la sencilla operación de establecer un límite etario, lo que se consigue es llevar lo autobiográfico a un umbral de experimentación y de abstracción que de otro modo no hubiera tenido. El texto de Meret carece por completo de cualquier complicidad con la autocomprensión y, libre de toda necesidad de mistificar (una vida a término, una carrera, lo que ha sido), se entrega a un proceso de ascesis y de transformación que, gracias a la calidad infrecuente de la prosa, arrastra al lector a los mismos abismos de indeterminación a los que el protagonista se asoma.
La autobiografía termina con el narrador acostado en una cama, al lado de su hijo y su mujer embarazada, que es como decir, precisamente, que todo está, todavía, por venir. Lo demás, lo que se ha leído, es probablemente una teoría de la infancia (de sus desarreglos, de sus terrores y de sus malos entendidos), de la lectura y de la escritura (pausa, rewind, play: ¿hace falta más?), en fin: de lo imaginario.
Si hubiera políticas editoriales, alguien debería estar ya contratando la edición de La ira del Curupí y revisando el sistema de archivos de la computadora de Diego Meret, a quien conviene imaginar mucho menos entregado al sinsentido de la vida que lo que En la pausa haría suponer.
Las tres gracias
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Hace 2 semanas.
1 comentario:
Pero cómo: ¿Mansalva? ¿No era que este año Estación Pringles se autoeditaba el premio?
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