por Daniel Link para Perfil
Si bien nunca deposité demasiadas
expectativas en el día del padre, las decepciones al abrir los
regalos han llegado a ser mayúsculas, cuando me encontraba con un
pullover gris (o peor aún: celeste grisáceo), que pasaba a integrar
el lote de ropa que jamás usaría, salvo en el campo y para
dedicarme a las más rústicas tareas. ¿Es que tan poco me conocen
mis hijos?
Este año, sin embargo, las
circunstancias se confabularon para regalarme sensaciones
insospechadas. Al abrir el regalo me encontré con un... ¡lector de
libros electrónicos! de la marca kindle, dispositivo que nunca había
incorporado a mi horizonte tecnológico de deseos. Es más: muchas
veces expresé mi desconfianza en relación con nociones como papel y
tinta electrónicos, que me parecían una superchería más
interpuesta en la libre disponibilidad del material de lectura.
Pero mis prejuicios se vieron pronto
aniquilados. Lo primero que cargué en mi kindle fue Proust (en
castellano y en francés), y me lancé a la aventura de volver a
marcar en la versión electrónica mis pasajes predilectos.
Noté que la pantalla, que no emite
luz, es ciertamente mucho más amable que la de cualquier computadora
o tableta: si jamás habría podido leer un libro en los dispositivos
electrónicos con los que contaba, en el lector, en cambio, podía
hacerlo porque la relación física entre el ojo y el papel
electrónico no guarda mayores diferencias que la relación entre el
ojo y el papel de celulosa.
Pronto acondicioné mi rinconcito
hogareño de lectura (sillón cómodo y lámpara focalizada sobre el
lugar donde el libro estará apoyado) al nuevo dispositivo (no debe
ser bueno para su integridad si me duermo y el libro se me cae de las
manos).
Y me lancé a cargar lecturas, porque
pocos días después iba a emprender un vuelo transatlático diurno.
Fue entonces cuando mis aprensiones (todas ellas) fueron a parar al
retrete del airbus que me transportaba. Porque, ligero de equipaje,
tenía sin embargo doce o más libros para entretenerme (uno nunca
sabe cuál libro será el adecuado para pasar el rato en situaciones
tan artificiales).
Empecé a leer una novela de P.D.James
(había cargado dos, gratuitamente). Y fue dulce el encuentro con el
fin del libro impreso. Me incorporé, al final del viaje, a un equipo
de trabajo en la ciudad de Toulouse, al pie de los Pirineos. Mi nuevo
artilugio fue muy envidiado: los demás habían cargado al menos
cinco kilos de lecturas cada uno y yo llevaba en mi bolsillo unos
pocos gramos, atiborrado de mundos y promesas.
3 comentarios:
Además de lo que decís, otra cosa que me encanta es poder sostener el libro y cambiar de página todo con una sola mano. Leer en la cama nunca fue mejor.
bueno y cuando ademas se puede usar para leee comodamente blogs en medio de una aburridisima clase... se vuelve muy queribles.
Genio!
disfruto mucho leyèndote.
Salut!
Publicar un comentario