Los alumnos de Letras recordarán mi último curso, que incluía una reivindicación como instaurador de discursividad (o como logoteta) de Daniel Paul Schreber, ese triste retoño penúltimo de la dinastía de los Daniélidas que nos legó ese libro extraordinario, las Memorias de un enfermo nervioso.
Recordarán el pormenorizado análisis del árbol genealógico schreberiano y el desdén con el que tratamos al padre de Daniel Paul, ese sanitarista y ortopedista tan preocupado por la salud de la especie que su hijo no pudo sino decretar que ésta había muerto, que no había ya más hombres sobre la tierra y que por eso Dios lo había señalado con sus rayos para engendrar con él, luego de cogérselo bien cogido, una nueva especie.
Recordarán también que a mis últimas lecciones me presenté cojeando (Lábdaco, Layo, Edipo, otra dinastía), con apenas capacidad para apoyar el pie izquierdo (mi pie izquierdo). La transfiguración del punto de apoyo en síntoma sucedió de la noche a la mañana, y los médicos encargaron el abanico completo de los grafos (radiografías, ecografías), sin ver en ninguna de esas imágenes cuerpo extraño alguno. Lo más probable es que durante esa semana atroz de junio pasado haya llorado, y más de una vez, pero ya no me acuerdo. Me acuerdo de la vergüenza de poder moverme apenas, del dolor al pisar y de la última clase, cuando les dije a los chicos: "volveremos a vernos, o no, porque como verán, me estoy muriendo..."
En respuesta a su airada protesta, aclaré que hablaba en broma, sobre todo porque "yerba mala nunca muere" y me retiré cojeando, como el amado Federico.
En algún momento los traumatólogos (que no son taumaturgos, ni mucho menos) me enviaron a cirugía, destino que atiné a esquivar con ayuda de un "podologo UBA" que trabajó con la delicadeza del caso la planta de mi pie izquierdo hasta que consiguió drenar una considerable cantidad de pus (¡infección!), pero sin localizar, de nuevo, cuerpo extraño.
Lo demás, ya se sabe: Staphylococcus aureus, osteomielitis, internación y secuestro.
Entre mis médicos hay dos partidos: los que creen que el episodio plantal fue la primera manifestación maléfica del staphylococcus, ya instalado en mi cuerpo, y los que creen que fue entonces cuando entró en mi torrente sanguíneo, dispuesto a anidar allí donde más daño pudiera infringirme: el corazón o la columna.
Pero en el medio, sucedió todavía algo extraordinario que nos retrotrae al discurso paranoico y los instauradores de discursividad. Mis persistentes dolores de cintura me habían llevado de un traumatólogo a otro, sin que ninguno consiguiera otra cosa que aligerar mi pena lumbar con diferentes dosis y marcas de analgésicos (algunas de ellas, prohibidas en países más civilizados que el nuestro).
Finalmente uno de ellos, especialista en columna, ordenó la punción (dolorosísima) que terminó descubriendo el bajtiniano polizonte de mi tercera vértebra lumbar.
A ese médico lo había elegido yo, y lo había elegido por su nombre: Dr. Gottlieb. Y no por el significado de ese nombre que invoca el amor divino, sino porque Gottlieb había sido el nombre del padre del penúltimo trastornado de la dinastía de los Daniélidas.
El padre de Daniel Paul Schreber se llamaba Daniel Gottlieb Schreber. ¿Cómo iba yo a ignorar esa llamada, esa interpelación que me venía desde el fondo de mis cursos y que trazaría una línea de sombra en los acontecimientos de mi vida?
Mi cuerpo no me pertenece: es apenas la cicatriz, el punto de juntura de dos dinastías, la de los Labdácidas y la de los Daniélidas.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
7 comentarios:
Sí, recuerdo todo eso del curso (una de las últimas clases dijiste que rengueabas porque se te había descalibrado el pie ortopédico). Y también recuerdo que fuiste el único profesor cuyas clases teóricas me conmovieron hasta lo más profundo.
Lo mismo que el de arriba (en serio). Muchos de esos alumnos no te vamos a ir a visitar, pero te agradecemos infinitamente esas clases y te deseamos lo mejor (incluida una prontísima recuperación).
Recuerdo sus clases cuando usted se encontraba ssano y bueno y espero que vuelva muy pronto a gozar de buena salud.
ASÌ, ESTE DUENDE DICE A GRITOS CON ANÒNIMO UNO: "¡¡¡Y también recuerdo que fuiste el único profesor cuyas clases teóricas me conmovieron hasta lo más profundoOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!!!!!!!" EL UNICOOOOOOOOO!
BESOS INTENSOS DESDE PUKIANIA.
Link, usted es la máquina literaria. Usted ya no es (de) usted, ni de sus deudos ni sus médicos.
Es pura pulsión literaria
que, en ebullición permanente,
brota con dolor,
desde las entrañas
y busca estallar
como pus
infecto,
de poesía y prosa.
También recordaremos aquél épico: "A mí va a quererme apurar éste, justo a mí, con lo de estar lisiado"
cuando intentó entrar a mendigar aquél lisiado que hacía de su condición un gran show rentable.
uf daniel! acabo de ver todo esto, porque hace rato no visitaba el blog. que pena me da! que muchos deseos tengo de que te recuperes pronto! te mando un gran abrazo, desde la Atalanta....Jose Q.
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