jueves, 27 de septiembre de 2012

Qué opio...

Muchos amigos me preguntaron: ¿qué onda la morfina? Vuelto a casa, en régimen de internación domiciliaria y con analgésicos ya no endovenosos sino orales, puedo decir, sin culpa (porque la ciencia me llevó a ese camino que yo no hubiera elegido por mí mismo): la extraño.
La morfina es, como todo el mundo sabe, un opioide controlado utilizado como anestésico y analgésico. Doy fe de sus excelencias en esas áreas. Al mismo tiempo induce a un cierto desapego de la conciencia respecto del cuerpo (ni mío ni de nadie), particularmente apto para los estados de ensoñación.
No tratándose de heroína, ni de puro opio, naturalmente, hay que esforzarse un poco en el control del flujo ensoñativo. O, más bien, en el marco o umbral de imágenes en relación con las cuales uno se dejará llevar (aunque el factor de arrastre de la morfina no sea muy elevado).
Una experta en estas lides, mi chamana hospitalaria, me escribió que "al principio cuesta y puede pasar como con esa máquina que inventó Cohen para un Once del futuro: fallar en sus promesas de jolgorio y la alucinación consistir en encarnar en un camionero que está ajustando algo bajo el mionca. Una vez fallé en mis destrezas y aparecí frente a un conmutador lleno de luces prendidas, incomprensible, además se sospechaba que no llevaba a charlas íntimas sino de una empresa plomo". 
En todo caso, mis ejercicios de morfinómano han quedado atrás y ahora debo contentarme con unas pocas gotas de Tramadol, del que no puedo abusar porque los médicos se negarán a renovar la receta antes de tiempo.

1 comentario:

Cebra dijo...

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