lunes, 25 de octubre de 2010

911

¿Jornada de entrenamiento (2)? Más bien: Pesadilla de Graduación o Fiesta Loca de Egresada.
Tina ya había demostrado sobradamente que se podía subir al limonero. Después le tocó encontrar su lugar (a los cachetazos) entre tanto gaterío campestre y porteño y, finalmente, aprender a dominar a los perros.
Había llegado el momento de que pudiera demostrar todas sus habilidades juntas. Yo dormía la siesta, pero los gritos me sacaron de mi sueño: aparentemente, la gata urquizina se había asustado de no sé qué movimiento desconsiderado de los perros (que nunca jamás la atacaron, ni lo harán, porque la adoran y le temen) y se trepó al eucaliptus. Y como es bien conocida la taradez de los gatos, siguió trepando hasta alcanzar la nada despreciable altura de diez metros. No iba a poder bajar por sus propios medios. Imposible bajarla a mano.





Tuvimos que llamar a los Bomberos Voluntarios de General Rodríguez, quienes se apersonaron luego de apagar un incendio, con su carro, sus gorras y sus trajes característicos (la estatura, en cambio, nos desorientó un poco).



Los arrojados salvadores evaluaron la situación y decidieron que no había forma de bajar a la gata porque ni sus propias escaleras servían para alcanzarla. Salvo que... ¡un momento! Uno de ellos recordó que en otra circunstancia parecida había bajado un gato a manguerazos.



No sé si fue el estupor o el deseo de ver esas mangueras en acción lo que nos hizo acceder a una hidroterapia semejante. Tina cayó desde diez metros, cual ardilla voladora, hasta una rama más baja, a cosa de cuatro metros del suelo.


Foto: Sebastián Freire

No contentos con el resultado, los Bomberos Voluntarios la siguieron con el chorro hasta que la gata cayó al suelo, pero fuera de nuestros territorios, en un monte o mato prácticamente impenetrable que linda con nuestros terrenos.
Se escuchó el grito desgarrador de mi hija, la media dueña de Tina: "¡Pareeeeen, pareeeeen!"
Fue inútil: la gatita de siete meses ya se había perdido en la espesura erizada de pinches (dramatizo: aterrada, empapada, vuelta hacia sus más salvajes instintos por obra y gracia de la civilización).
Una vez despedido el carro de bomberos con sus ocupantes, con los debidos agradecimientos ("¡ya va a volver!", dijeron), salimos a buscar a la gata, mientras caía la noche: ¿estaría herida? ¿se habría perdido en su loca carrera por salvarse del agua?
Sintetizo horas de angustia y de zozobra: Tina no apareció, mi hija pronunciaba desatinos como "No sé si podré vivir con una realidad como ésta", y el macho de la manada visitante miraba el suelo en comprensible estado de shock.
La hembra alfa de la manada campesina (mi mamá) quería mandar a los perros (¡a Niro!) para que buscaran a Tina (¡era como apagar agua con agua!) y la gata no aparecía a pesar de los llamados, los llantos, las fogatas, los campamentos instalados en el monte reclamando su vuelta.
A la medianoche (cinco horas después de los desafortunados incidentes) decidí que 1) nos llamáramos a silencio (los perros de las inmediaciones estaban casi tan locos con nuestros movimientos como los vecinos a quienes mi hija había ofrecido recompensa y que habían transformado el mato lindero en una Reserva Ecológica sumamente transitada) y que 2) reemprendiéramos la busca a la mañana siguiente, con el alba ("Nos levantamos a las seis", dijimos).
Cada cual imaginaba a la gatita muerta de un modo diferente (y cada cual barajaba diferentes contrafácticos: "No deberíamos...", "El error fue...", "Si no hubiéramos..."). Nadie pudo pegar un ojo. Vi temporadas enteras de series.
A las cinco de la mañana, los gritos de mi hija (que dormía en su casita propia) me levantaron de un salto y salí en paños menores al jardín, pensando que, en su desconsuelo, había salido a buscar de nuevo a Tina y se había topado con el cadáver.
Pero no, la muy pilla había vuelto después de diez horas de parranda (de dónde, nunca lo sabremos), se había metido por la ventana que le habían dejado abierta siguiendo mi consejo, y se había puesto a dormir entre mi hija y su novio, como si nada hubiera sucedido.
Sabios, los bomberos habían tenido razón. En todo caso, Tina ya demostró que es capaz de sobrevivir en la espesura y en las más adversas condiciones: "a la noche la hizo Dios, para que el gato la gane".

6 comentarios:

Eu dijo...

Hoy no fui a trabajar y me quedé todo el día con ella (las hipótesis acerca de su destino no me dejaron dormir más de dos o tres horas interrumpidas). Ahora Tina duerme arriba mío mientras escribo...con un suspiro todo lo de ayer parece un mal viaje, una pesadilla, un momento extraño. Qué bueno que estabas ahí para ayudarme a convivir "con esa realidad", y para aconsejarme que dejara la ventana abierta.
Antes de Tina (y con el perdón de Domi), no sabía que uno podía querer tanto a una mascota.
A los bomberos, todavía no sé si putearlos o agradecerles.

Julia dijo...

Compruebo ahora que los dibujos animados me han engañado toda mi vida: no hay que llamar a los bomberos para socorrer gatos.
Es bueno saberlo, ahora.
Me alegro del felino final feliz (no pude resistir la idiota aliteración)

Santiago Giralt dijo...

Muy buen cuento.
Cuando un animal se sube a un árbol o se entrega a su goce hay que dejarlo ir. Vuelven. Y si no vuelven, ganó lo salvaje. Es su ley.

PUPITA LA MOCUDA dijo...

¡¡¡Bien por Tina!!!, que sobrevivió a pesar de todo. Imagino tanto la angustia como el posterior alivio de Eu. En las fotos los bomberos parecen enanos (pero puede ser en comparación con el árbol, que es inmenso.) No entiendo cómo pudieron proponer semejante cosa...

Mariana dijo...

Qué noble profesión la de los bomberos, me recordaron a los Enanos de Mantua haciendo esgrima con sus pequeños escarbadientes.

Anónimo dijo...

Hace algunos años, también me vi en la obligación de llamar a los bomberos para socorrer a mi gata PETUNIA. Acorralada por feroces mastines, subió a una enorme y añeja magnolia, ubicada en el jardín de una antigua casa renacentista de Témpeley. Gracias a un grupo de gatos callejeros, que maullaban sin cesar, descubrimos, después de dos días, que allí estaba. Vino en nuestra ayuda un único y audaz bombero quien trepaba y trepaba ayudado por su escalera, mientras la gata buscaba ramas cada vez más alejadas de sus manos. Entonces, este servidor pidió nuestra ayuda: niños, abuela, tía abuela y yo, madre de los pequeños, rodeamos el árbol al canto de PETU..PETU..., quien finalmente, condolida por nuestro tono lastimero, bajó.