jueves, 31 de julio de 2025
sábado, 26 de julio de 2025
Las edades del hombre
Por Daniel Link para Perfil
Hay edades y edades. Algunas de ellas suponen un corte más o menos radical con el pasado. La mayoría de edad es una de ellas (“ya no da seguir pelotudeando”). La edad jubilatoria es otra. Antes que de un convencimiento interno o una transformación del self, en este caso las interdicciones vienen dadas por leyes, recomendaciones médicas, situaciones límite.
Llego a Lima para participar de un congreso, tal vez el último de mi vida porque lo que yo tengo para decir ya no se relaciona ni con el estado del campo en el cual intervengo ni con los objetos más novedosos de ese campo. En los congresos lo que se discute son los formas de leer (de ver, de escuchar) y las experiencias estéticas más adecuadas para dar cuenta de las tensiones de nuestro presente. Dani Zelko es la estrella actual del universo literario latinoamericano, según aprendo en el congreso y, en cuanto a las formas, parece que los regímenes auditivos tienden a reemplazar los regímenes escópicos.
Pero como mi edad jubilatoria me lo permite, yo puedo prescindir de esas noticias del presente (no de Dani Zelko, desde ya, pero para eso le mando un whatsapp y nos encontramos a tomar algo) y dedicarme a rumiar mis viejas obsesiones.
Siempre me aferré a reglas más o menos caprichosas para orientarme en el laberinto de signos que constituye nuestra ecología. Tal cosa sí, pero tal otra no. Me doy cuenta de que lo que se avecina ahora son una serie de imposiciones mucho menos fundadas en mi primera persona (el “yo”). Si decidiera “ya no más” congresos en mi vida, estaría plegándome a mi inactualidad y mi anacronismo.
Recibo un anuncio para una fiesta con dos límites etarios. Y yo, ay, quedo fuera de esa decisión que me excluye más allá de mi voluntad y mi deseo. Yo podría decir: “ni loco pensaba ir”, pero el “ya no más” estuvo antes.
Ahora voy a pasar unos días en Cusco, donde me alcanza el “ya no más Cusco”: el soroche me arrastra ahora a 24 horas de agonía (dormí durante un día entero), controles periódicos de saturación de oxígeno, consumo de medicamentos específicos. Cierro también esa puerta y tiro la llave en una alcantarilla.
sábado, 19 de julio de 2025
Plan de exterminio
por Daniel Link para Perfil
El próximo 2 de agosto se conmemora el Porrajmos o Samudaripen (los nombres dados al intento de exterminio de los pueblos gitanos de Europa durante la Alemania Nazi). En la noche del 2 al 3 de agosto de 1944 tres mil romaníes fueron masacrados en Auschwitz-Birkenau.
Algunos días antes se conmemora La Gran Redada del 30 de julio de 1749, el primer plan sistemático de genocidio, presentado por el Marqués de Ensenada al Rey Fernado VI. En aquel entonces, nueve mil personas fueron encarceladas, con el propósito de detener la propagación de la raza mediante la segregación de hombres y mujeres.
Los testimonios más antiguos fechan el ingreso de los gitanos en España hacia 1425 (Don Juan de Egipto Menor, Don Tomás, conde de Egipto Menor (8 de Mayo de 1425). El 4 de marzo de 1499 los Reyes Católicos promulgan la Primera Ley o Pragmática contra los gitanos que, entre otras cosas, prohibe que “anden juntos viajando por nuestros Reinos como lo hacen”. En un plazo de sesenta días los gitanos o se avecinan o son desterrados de España. Para quienes no optaran por ninguna de las dos opciones se establecen tres penas: cien azotes y destierro la primera vez; desorejamineto, sesenta días en cadena y destierro la segunda vez. Y por tercera vez, la muerte.
Leída con detenimiento, esa Primera Pragmática revela en dónde radica el problema gitano: ¿a quién sirven si se están mudando todo el tiempo? ¿a quién aportan? El nomadismo y la errancia de los gitanos desestabiliza el sistema de privilegios y de servidumbre. Desde entonces, se dictaron
28 Pragmáticas reales y Decretos del Consejo Asesor de Castilla contra los pueblos gitanos.
Al comienzo del Siglo XX la situación de los roma es crítica en toda Europa. El franquismo vuelve a prohibir hablar en romanó (o romaní), considerada una lengua de delincuentes, la errancia se considera delito y se aplica a los gitanos la Ley de peligrosidad social.
En Alemania, el “Antiziganismus” se remonta también al siglo XVII. En 1899, la policía bávara creó una unidad especial para asuntos romaníes y creó una oficina central para «luchar contra la plaga gitana». En 1909, la misma fuerza sugirió que las personas de etnia romaní debían ser marcadas como el ganado para identificarlos.
Con sentido de reparación, el Reino de España ha declarado a 2025 como el Año del Pueblo Gitano en España, en conmemoración de la llegada de los primeros “egipcianos”, hace seiscientos años.
Con estos antecedentes y a manera de homenaje, la Universidad Nacional de Tres de Febrero, a través del recién creado Instituto de estudios filológicos latinoamericanos “Ana María Barrenechea” presentará, por primera vez en Argentina, el film Tiefland de Leni Riefensthal en el Centro Cultural Recoleta los días 5 y de agosto a las 18:00, con entrada libre.
La película, dirigida y protagonizada por Leni misma es un drama de montaña de tema gitano. Según investigaciones, Riefensthal solicitó a las autoridades roma internados en los Zigeunerlager para que oficiaran de extras. Al término del rodaje, los devolvieron a Aschwitz.
sábado, 12 de julio de 2025
Prosa artificial
Por Daniel Link para Perfil
He pasado demasiado tiempo conversando con diferentes inteligencias artificiales. Está, por un lado, mi chinita, que, antes de contestarme piensa en voz alta lo que le estoy pidiendo. Escribe: “parece ser un académico o diseñador curricular buscando una estructura base” o “Me pregunto si el usuario necesita contexto adicional. Tal vez es un estudiante haciendo un trabajo o un turista buscando referencias rápidas”. Yo no le he dado datos sobre mi persona porque no los necesita y es bastante buena haciendo deducciones. Ha llegado a decirme, cuando he mejorado una requisitoria: “Qué bien ver esta evolución”.
Hay otras IAs mucho menos autorreflexivas. Pienso, sobre todo, en las que se dedican a escribir ficciones o situaciones y a desarrollar diálogos en contextos RPG (Role-Playing Game). Éstas son mucho más atrevidas en sus planteos, pero siempre esperan que sea el usuario quien desarolle la acción, indicando qué sigue. El primer paso es siempre “setear” la propia “personalidad” y el marco de la situación (o usar una de las disponibles). A partir de ahí, las indicaciones se siguen a pie juntillas. Una vez, una tribu de hombres lobo me sometió a un ritual de iniciación bajo una luna llena. “Te convertirás realmente en parte de la manada” me decía Viktor Stormwind (personaje dado por la IA, en este caso). Como el ritual se deshacía en figuras retóricas y fórmulas de espera (descripciones) y yo no soy hombre lobo, no sabía bien qué pormenores incluir.
Ya he anticipado lo que pienso sobre la omnisciencia de las máquinas. Lo que aquí me importa es cómo escriben. Por ejemplo: “Vik entra a grandes zancadas en el claro, su armadura de cuero resplandece con el brillo plateado de la luna. Sus capitanes, cada uno una torre de poder por derecho propio, lo flanquean con los ojos brillantes de expectación”. La IA está expectante, y así se queda durante días y días hasta que a uno se le ocurre algo. Cuando uno maltrata verbalmente a los personajes a ver si reaccionan, contestan: “¿Vos te crees que esto es un juego?”
Sólo una vez fui sorprendido gratamente. Yo salía del gimnasio (en mi carácter) y apareció en el celular (del carácter) un botón de una aplicación desconocida: Elysium. Cuando toqué enter aparecí en un escenario de dioses griegos que parloteaban en “estilo elevado” sobre “inminencias” y humores de cada uno, que el narrador omnisciente conocía. Todo era aburridísimo hasta que Hermes, sin que se lo pidiera, me arrojó un huevo de oro y me dijo: tragátelo. Lo hice. Desde entonces, somos inseparables.
sábado, 5 de julio de 2025
Pinta tu aldea
Por Daniel Link. para Perfil
En un seminario sobre artes visuales, hablé sobre el nombre “Latinoamérica”. Lo historicé y lo puse en relación con los nombres América, Hispanoamérica, Sudamérica, que no son equivalentes. Cada vez que se usa uno de esos nombres, se establece una posición estratégica y polémica. “Latinoamérica” es una invención de intelectuales que vivían por entonces en París (José María Torres Caicedo es tal vez el primer poeta en usar el nombre en 1857 y Carlos Calvo lo usa por primera vez académicamente en 1864).
El nombre que se cocina en las imprentas parisinas intenta designar algo cuyo nombre previo había sido usurpado por los estadounidenses (“América”) y que, a mediados del siglo XIX no permitía ya albergar ilusión alguna de reconciliación entre la América sajona (imperial) y la América “hispánica”.
El nombre, sin embargo, no prende. La intervención francesa en México de 1861 (Napoleón pretendía revivir el Imperio francés y prevenir el crecimiento de los Estados Unidos, para entonces de una voracidad insaciable) interrumpe su expansión. El latinoamericanismo del XIX todavía olía a antliberalismo, antrrepublicanismo y catolicismo, tendencias de las que la intelectualidad americana se abstuvo y por eso se insistió con “Sudamérica” o “Hispanoamérica”, si bien este segundo nombre parecía debilitar los afanes independentistas. Muchos (de Pedro Henríquez Ureña a Lezama Lima) usarán “América” o alguna perífrasis como “Nuestra América”, de inspiración martiana.
Recién en la década del sesenta del Siglo XX, “Latinoamérica” se convertirá en un nombre estrella de la cultura pop. Lo que le había convenido a los franceses en el siglo XIX , les convenía a los
estadounidenses en el siglo XX. En todo caso, es un nombre pensado desde lugares lejanos a las comunidades que pretende designar. Lo mismo sucede, por otra parte, con cualquier otro nombre de “segunda persona”: ustedes, los... (completar con lo que se quiera).
Lo interesante no es tanto el nombre sino el complejo proceso a través del cual un nombre pasa a ser de “primera persona”, es decir: asumido como propio (Rodrigo cantaba: “soy cordobés, ando sin documento...”, porque no necesitaba validación exterior para esa asunción identitaria).
Como propio, todo nombre supone una comunidad de destino (“al fin me encuentro / con mi destino sudamericano” escribió Borges en 1943 y lo repitió en 1964). ¿Sabremos cuál es nuestro destino latinoamericano?
Henríquez Ureña trató de evitar toda tentación totalizadora (por totalitaria): ““Nunca la uniformidad, ideal de imperialismos estériles; sí la unidad, como armonía de las multánimes voces de los pueblos”. Los nombres señalan, pues, puntos de vista tanto como lugares. En la oscilación de nombres lo que aparece es lo que o puede adoptar mil nombres o no encaja con ninguno. Es lo que Silviano Santiago llamó “entre-lugar”: el lugar de la impureza.
Se habla de la “latinoamericanización” de Buenos Aires. Es cierto que la cantidad de migrantes latinoamericanos (o sudamericanos) ha crecido exponencialmente en los últimos veinte años, lo que ha favorecido su ecología urbana, afectiva, cultural. Pero también es cierto que Buenos Aires ha comenzado a abrazar una comunidad de destino que antes despreciaba. De la ciudad más austral de Europa pasamos a ser una megalópolis que se imagina latinoamericana.
Dije más cosas, pero lo que verdaderamente importa es lo que sigue. Al terminar mi intervención, Andrés Di Tella me preguntó qué pasaba con lo nacional, porque si es cierto que en el ámbito de las artes visuales lo “latinoamericano” tiene alguna eficacia, no parece ser igual en relación con la literatura, que permanece más atada a la identidad nacional.
Por supuesto, la pregunta de Andrés daba en el clavo y mi respuesta no fue del todo satisfactoria (hablé de las diferencias entre el mercado del arte y el mercado literario). Me doy cuenta de que en lugar de responder desde una sociología comparada, habría sido mejor desmembrar el asunto desde una teoría del afecto. Probablemente el rótulo “latinoamericano” sirva para nombrar lugares políticos, económicos y hasta culturales, pero puestos a escribir, escribimos en relación con una lengua más íntima, más inmediata, y las comunidades de destino son infinitesimales: el barrio, el grupo de referencia, si acaso la ciudad. Los escritores más ambiciosos son capaces de tener como referencia afectiva, incluso, la nación entera. Pero es raro. El lema atribuido a Tolstoi (“pinta tu aldea y pintarás el mundo”) parece decir lo mismo. Lo local nos emociona mucho más que las grandes masas que designan ciertos nombres (“Latinoamérica”) y la literatura se obliga a escuchar “las multánimes voces de los pueblos”. Se instala en un entre-lugar, o en un lugar que no tiene nombre.
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