Cada tanto, me hago un examen de glucosa en sangre. Siempre, pego en el palo. No soy diabético pero poco me falta. Siempre pensé que no debía preocuparme demasiado por el asunto dado que la diabetes de la que sufría mi padre, y que terminó llevándolo a la tumba, en realidad, era adquirida y las cadenas de adn, por mucho que se las pretenda manipular, todavía no han conseguido incorporar accidentes de ese tipo en la información que transmiten de generación en generación. Pero hace unos años, noticias que me llegaron del norte del continente americano modificaron mis presunciones sobre la información genética que soy capaz de transmitir. Aparentemente, la diabetes ha sido una constante familiar desde los tiempos de la fábrica de limonada. Jakob Link, primo hermano (por via paterna) de Johann Link, mi abuelo, no consiguió pasaje en el mismo barco que trajo su semilla a estas tierras de promesas agropecuarias. Desembarcó, en cambio, una turbia mañana de febrero de 1924 en el puerto de Nueva York. No permaneció mucho tiempo en la gran ciudad y se mudó al poco tiempo al interior de los Estados Unidos, donde contrajo matrimonio con una granjera acomodada de Oregon. Ya he dado noticias de algunas peripecias del mayor de sus vástagos, Daniel Carl Link, la oveja negra de la familia. El segundo hijo, cuyo nombre (como el de mi hermano menor, Juan Link) homenajeaba la memoria de mi abuelo, de quien Jakob se consideraba antes amigo que pariente, John Link, sufrió un episodio de hipoglucemia en el año 2003 mientras conducía la camioneta de la granja familiar en los alrededores de Milwaukie. El vehículo, una vez que él hubo perdido la conciencia, fue a estrellarse contra uno de esos micros amarillos que, típicamente, transportan niños a las escuelas norteamericanas o a destinos menos tediosos (y más graves) en las películas de terror que tanto nos gustan. Mi pariente resultó milagrosamente ileso pero nunca se recuperó de la culpa que sintió cuando le dijeron que tres criaturas habían perdido la vida en el trágico accidente. Creo que el expediente judicial todavía está abierto, e incluye la fotografía de la patente del vehículo que John ya nunca volverá a manejar. Lo entiendo perfectamente: yo tampoco tengo auto, precisamente para evitar accidentes semejantes (aún cuando, hasta ahora, los análisis de sangre no me han dado motivos de intranquilidad).
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Según uno de los contadores de visitas que instalé en el blog, mucho más nuevo que el de shinystat, hemos sobrepasado, gracias a la fidelidad de los lectores, hoy viernes santo, 1001242 visitas. Como no recuerdo cuándo lo instale (aparentemente hacia junio de 2011, disconforme con el conteo del anterior) la cifra no sirve para demasiado. El de shinystat lo instalé el 23/12/04 y ya está por alcanzar los 3.000.000 de visitas. Nada, comparado con las cifras que en las TMA (Tecnologías del Mal Absoluto: facebook y twitter) se manejan. Pero acá somos buenos sin claudicación.
Gracias a los 535 participantes suscriptos a este sitio y a los 220 que me tienen en sus círculos.
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