Las genealogías imaginarias tienen su interés y, para muestra, bastaría citar Cien años de soledad. Una interpretación de Josefina Ludmer, quien atesora el original manuscrito por García Márquez del árbol genealógico de los Buendía. No sé si el método de análisis seguirá vigente, pero en todo caso, así se conforma la rama gatuna familiar:
Tita Merello fue la primera incorporación felina (y, por lo tanto, ella es para nosotros la más protagonista). Después llegaron las hermanas gemelas Mía (r.i.p) (adoptada por mi mamá, hasta entonces enemiga prolija de los gatos, a quienes consideraba "la personificación del demonio" contra mis protestas de que mal puede un animal personificar nada) y Dominique (que fue a parar al cuidado de mis hijos). Aclaro esto porque los neófitos en biología felina tal vez ignoren que los gatos de la misma camada pueden responder a características genéticas diferentes: las hembras aceptan los cromosomas de todos los gatos con los que se aparearon durante un celo. Y como nada es lo que puede presuponerse sobre la moralidad de la madre de las hermanas rayadas, la vida de una de las cuales acaba de ser brutalmente segada, conviene aclarar que Mía (la gata de mi madre) y Dominique (la gata de mis hijos) siempre fueron idénticas en todo y la razón es que compartían exactamente la misma información genética.
Circunstancias de la psicología felina en las que no tiene sentido detenerse aquí hicieron necesario que le buscáramos una mascota a Tita Merello y fue entonces que entraron en la familia las gemelas burmesas Cartulina y Liza. La primera quedó en casa, para entretenimiento de la diva que nos tiraniza, y la segunda fue a parar como acompañante terapéutica de Mía. Como ya se sabe que la adopción de gatos es un camino de ida, una pesadilla que no tiene fondo ni interrupción, mis hijos decidieron adoptar a Nica como contrapeso de la antipatía de Dominique (quien, según cuentan, es peor que su hermana muerta: más asesina, más dispuesta a la emboscada, menos sociable con los extraños de la casa).
Así, pues, yo no abandoné a ninguna gata. Hemos desistido de sacar a Tita Merello de su reino porque siempre vuelve psicótica al hogar y a Cartulina todo le da lo mismo, aunque sospechamos que gozaría tanto como su gemela del campo con las cacerías de pájaros a las que se entrega para escándalo del barrio, que escucha sonar la alarma de la casa cada vez que a Liza se le ocurre llevar una paloma viva entre los dientes y depositarla en la cocina para demostrar su habilidad y su fidelidad a la manada.
Si esa griselda vive por los techos es para mejor atrapar pajaritos con los cuales entretenerse. Son cosas de la naturaleza: la relación entre predador y presa que puede parecernos muy cruel pero que en la cultura animal (que los gatos jamás abandonaron ni abandonarán, y ésa es su gracia) tiene su sentido. Poner delante de un gato una de sus presas es invitarlo a actualizar su sueño, y no otra cosa.
Diferente es el caso de perros que, como un grupo de tareas, entran a una casa que no es la suya con la sola intención de asesinar, entre varios, a una gata (especie de la cual no son predadores) que vaga tranquilamente en sus jardines. Los tres perros de mi mamá (Tango, Pampa y la cachorra de ambos, Sici, por Siciliana), no pudieron defender a Mía de las bestias asesinas.
Se dirá que, tratándose de seres sin conciencia, no son tampoco culpables de sus actos. Eso no los vuelve más inocentes a mis ojos. Psicotizados por el hambre, el abandono o el corte radical con su propia naturaleza a que los han obligado siglos de especialización laboral cada vez más intensa y más comprometida con la manipulación genética, esos seres inmundos matan porque sí, es decir: por maldad.
De modo que yo bien puedo entregarme a la escritura de un planto con todos los recursos literarios a mi alcance, sin que se me acuse por eso de parcialidad felina.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
2 comentarios:
comunicado de prensa: mi gran danés paul protesta de manera vehemente contra la cruzada antiperro del señor daniel link.
afirma que tiene un amigo gato, y niega todo tipo de parentesco o aún relaciones sociales con olmert o nasralah.
Y lo bien que hacés, Link!
Por otro lado, es cierto que se pueden entrever puentes y cruces entre gatos y perros.
Con mi perra W. (Q.E.P.D.), mi gato se daba banquetes de lamidas de oreja y eran fieles compañeros el uno del otro, a pesar de alguna mordida compinche del felino para con la cánida, la que jamás mostró más que incondicionalidad y predisposición para el juego. A tal punto que el minino lloró toda una noche al lado de su cuerpo en una caja de televisor cuando ésta falleció, esperando que pasara el cementerio-movil de perros al día siguiente.
Hace unos siete años cayó en casa un caniche maltratado. Yo insisto en que no son perros. Los caniches son lo otro. Y sigue siendo el gato el que infunde respeto.
Y sigue siendo cierto que, ocasionalmente, fue por culpa de perros salvajes que peligró su vida. Y es cierto que hace apenas un año se me vio a mí, subido a una escalera de albañil, en pijama y con una sola media, a altas horas de la madrugada, intentando bajar a mi aterrado y geronte gato del fresno del frente de casa.
Hay cosas que no se pueden ignorar. No se puede pasar por alto la estigmatización de los gatos y lo que ello implica. La población del mundo se puede dividir entre catlovers y cathaters. Afortunadamante algunos cathaters se rehabilitan. Porque la cosa es así... como les pasó a los salvajes del medioevo que culpaban a los mininos de la peste y los quemaban hogueras de gatos, cuando en realidad el gato era su mejor aliado.
Gato. Gato. Gato.
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