He aquí un libro, el libro, ante el cual deberíamos callar, si no estuviéramos obligados por las reglas de la sociabilidad a saludar su venida.
Es un libro que nos deja sin palabras, un objeto fantasmático que no quiere (ni necesita) ser tomado a cargo por un metalenguaje (científico, histórico, sociológico). Ese no querer (que misteriosos pliegues semánticos hacen coincidir con el amar) supone una epoché, una puesta entre paréntesis salvaje y ciega del comentario en el que, sin embargo, debemos recaer, obligados por las leyes de la cortesía.
Habrá que dejarse llevar por esa atracción irresistible hasta las últimas consecuencias si es que queremos llegar al punto ciego adonde Sylvia Molloy quiere que lleguemos: allí donde la articulación ya no es más posible (pero, tampoco, necesaria).
Se trata, claro, del principio de articulación que el libro niega desde la portada: no tanto por el prefijo negativo (des-), cuanto por el plural (-es): no siendo posible (ni necesaria) la articulación (en fin, la semiosis), el libro se entrega al plural de las notaciones.
Ese “espíritu de la anotación” que he llamado ahora “fantasma de escritura” bien podría entenderse como nuestro Zeitgeist. Alan Pauls me comentaba el fin de semana pasado, en una fiesta, las razones que lo llevaron no a administrar un blog, pero al menos a colaborar con uno. “Me contrataron para eso”, me dijo. Le contesté “¡Mercenario!”, porque conozco a la perfección su renuencia (o mejor: su desconfianza irrenunciable) a esa forma de la notación a la que han claudicado también Josefina Ludmer, Diego Bentivegna o Beatriz Sarlo.
Pero, en rigor, no se trata de eso, porque Tamara Kamenszain ya había señalado, a propósito de El común olvido (2002), que el “espíritu de la anotación” transmigra fresco, intacto, desde En breve cárcel (1981), “como si escribir, para quien narra, no fuera un asunto del todo decidido, como si se tratara de una casualidad sólo justificada por el ademán de anotar”, que debería entenderse
como una resistencia fenomenal a consolidar un estilo. Porque lo que menos parece querer [SM] es transformarse en autora. Que todo se vaya anotando, mejor, que es como decir, que se vaya olvidando todo posible comienzo, que el punto de partida de la intriga confunda, como la amnesia, sus coordenadas temporales, y allí, en esa permanente negligencia de la memoria, que se dé por hecho un libro que nadie recuerda haber pretendido escribir.
(…)
Desarticulaciones no es novela sino interrogación radical sobre una posibilidad de vida: “¿Cómo dice yo el que no recuerda, cuál es el lugar de su enunciación cuando se ha destejido la memoria?”.
Es esa pregunta, que Sylvia nos formula desde su infinita sabiduría, con su más profunda generosidad pero, sobre todo, con la exquisita amabilidad que la caracteriza, la que nos obliga a callar.
2 comentarios:
cuanto corte y pegue, cuanto flyer, cuanta cosita, y ni
un texto de autor, ese es el reclamo, esto de que postees cositas ya es un poquito cualquiera,
y aunque no creas, es un comentario cariñoso,
de onda, como los ositos,
un texto de autor, uno sobre series, sobre las pelis que nadie ve, sobre cómo se extraña lost y lo difícil que ha sido todo este tiempo, ya te imaginarás que el comentario no es para darte ideas,
pero justamente, un texto de autor acerca de esas cosas que sabés que nos gusta leer, porque los lectores no nos tomamos vacaciones, te seguimos...
A
La pregunta de la autora...
¿no es acaso un cruce de caminos entre las desavenencias de lo cotidiano y la tensión por querer significar lo que se desteje?
Saludos
Daniel
Publicar un comentario