miércoles, 12 de octubre de 2005

Fantasmagorías

Por Daniel Link Gracias al boom de los años sesenta, la literatura mexicana pudo proponer para el canon continental sus grandes figuras (Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes) y promover nuevas sensibilidades, como la literatura de la "onda", una "corriente" que, aunque hoy no es reconocida como tal por quienes fueron sus principales exponentes, fue así denominada por la crítica Margo Glantz (Onda y escritura en México: jóvenes de 20 a 33, compilación y prólogo de Margo Glanz, 1971) al hablar de José Agustín, Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña (1944-1982) y Juan Tovar, quienes durante aquellos años comenzaron a publicar ficciones organizadas alrededor de jóvenes de clase media cuya actitud iconoclasta, a la vez que se alimentaba de la cultura de masas, la enriquecía a través de una poética compleja y vagamente contestataria. Quince años después de la publicación de Pedro Páramo, Sex, drugs & rock'roll habían llegado a la literatura mexicana.
La literatura de los "onderos", que no fue recibida sin beligerancia por la crítica de la época, bien pronto encontró sus propios límites: en 1968, las manifestaciones estudiantiles en Tlatelolco iban a terminar en una matanza que haría de las juventudes urbanas un sujeto muy de otro tipo (Elena Poniatowska publicó en 1971 La noche de Tlatelolco, un non-fiction estremecedor y celebérrimo). Los cultores de la onda (y la literatura mexicana en su conjunto) entraban en los años setenta con un baño de sangre juvenil.
A diferencia de lo que sucede con el imaginario agrario-pampeano que constituye a los argentinos, siempre habrá "dos Méxicos": el espectral legado de las culturas precolombinas y la hipermodernidad de la cual el DF es su ejemplo más impresionante. La tensión entre esos dos imaginarios mexicanos aparecerá de diverso modo en la producción literaria de las últimas promociones. El propio Sainz llevó esa tensión al máximo con Fantasmas aztecas. Un pre-texto (1982), una "novela" experimental de cuyos nueve capítulos ocho se presentan como meras variantes del primero (el conjunto está organizado alrededor del descubrimiento accidental en el centro de México DF del Templo Mayor de los aztecas). Abandonando, por su parte, toda experimentación formal y toda referencia al imaginario precolombino, José Agustín ha hecho en novelas como Ciudades desiertas (1982) una investigación sobre la relación entre la cultura mexicana, la cultura norteamericana y, naturalmente, el Go-Between que corresponde a esa complicada frontera.
Igualmente ajenos a todo tradicionalismo y al tipo de persecución de lo moderno característico de los onderos, a mediados de la década del noventa un grupo de cinco escritores lanzó un manifiesto que pretendía recomenzar la literatura mexicana: el crack -por supuesto, no es que después de "la Onda" no haya sucedido nada en la literatura mexicana (y para demostrarlo está la celebrada obra de Sergio Pitol), pero la tiranía del género nos obliga a groseras simplificaciones.
Durante el verano de 1996, una pequeña revista publicó el "Manifiesto crack" (más pomposo que conceptual) firmado por Ignacio Padilla (Si volviesen sus majestades, 1996; Amphitryon, 2000, Premio Alfonso Reyes 1989, Premio Primavera 2000), Jorge Volpi (El temperamento melancólico, 1996; La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, 1998), Eloy Urroz, Vicente Herrasti y Ricardo Chávez Castañeda (Para una evolución de la víctima negra en el cine, 1994; Las montañas azules, 1998). Puestos bajo la advocación de Ítalo Calvino y Umberto Eco, estos jóvenes para los cuales la única patria es la ficción salieron a rechazar toda forma de pintoresquismo (precolombino, hispánico, rural, urbano, juvenilista, etc?) e hicieron de ese rechazo la única garantía para la recuperación del gran impulso del boom latinoamericano y, al mismo tiempo, para evitar las trampas de sus socorridas temáticas. Era el nacimiento de la "literatura internacional" mexicana, que se graduaría en 1999, cuando Jorge Volpi ganó con En busca de Klingsor (¡Klingsor, un personaje de Parsifal!) el mismo Premio Biblioteca Breve Seix Barral que décadas atrás había consagrado sistemáticamente a los grandes patrones del boom latinoamericano.
El gran nombre de la literatura mexicana contemporánea, sin embargo, es un solitario que carece de contextos generacionales y estrategias grupales. Mario Bellatín nació en 1960 y tuvo una formación completamente excéntrica. Suele presentarse diciendo: "Soy Mario Bellatin y odio narrar". Hoy es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México y director de la Escuela Dinámica de Escritores. Su obra, extrañísima y cautivante, está compuesta por una serie de textos de difícil catálogo. Entre ellos: Canon perpetuo (1999), Salón de belleza (2000), El jardín de la señora Murakami (2000), Shiki Nagaoka: una nariz de ficción (2001), Flores (2001, Premio Xavier Villaurrutia 2002), La escuela del dolor humano (2002), Perros heroes. Tratado sobre el futuro de America Latina visto a traves de un hombre inmóvil y sus treinta Pastor Belga Malinois (2003) y Lecciones para una liebre muerta (2005).
Pareciera que, más allá del boom, los onderos, el crack, Bellatín es el único que puede postular una literatura enteramente nueva, en la cual sería difícil decidir si lo más importante es la potencia de las imágenes que convoca o la perfección de su prosa completamente ascética (a Bellatín le repugna lo "literario" en la literatura).

Después de Bellatín, hay todavía una camada de nuevos escritores mexicanos, la mayoría de los cuales (fieles al espíritu de nuestros tiempos) intervienen en Internet a través de sus blogs: Tryno Maldonado (Zacatecas, 1977) escribe en
http://atari2600.blogspot.com. Epigmenio León Martínez es más conocido como Nicoménicus, su seudónimo en internet bajo el cual publica un diario empapado de alcohol y resentimientos amorosos (http://nicomenicus.blogspot.com/). Heriberto Yépez nació y vive en Tijuana. Ha publicado, entre otros libros, A.B.U.R.T.O (2005). En la actualidad trabaja en novelas cortas de tipo experimental, algunas de cuales pueden leerse fragmentariamente en http://hyepez.blogspot.com/. Siguiendo la senda de vínculos trazados por ellos tres es seguro que el lector llegue a un panorama de la actual literatura mexicana infinitamente más rico del que he intentado en estas líneas.

4 comentarios:

Diego dijo...

Certero y esclarecedor panorama de la historia de la literatura mexicana de los últimos 50 años. Muy bien, eh.

Anónimo dijo...

El problema es que Bellatin no representa nada de lo que usted plantea, preguntele a Yépez o a León. Bellatin no es más que un proyecto editorial espúreo, íntimamente relacionado a las ventas interesantes (interesantes para un mercado editorial como el hispano actual) de cierta capitulación de la literatura argentina llamada César Aira; "yo escribo media hora por día y soy felíz". Me extraña en un crítico de su capacidad -que se le nota y que la tiene, y esto no tiene nada de irónico, los mejicanos no nos dedicamos a la ironía- que se coma así una galletita que para pretenderse dulce es demasiado salada. No tiene nada de mejicano Bellatin, eso al menos es lo que debería saber. Es más bien, una especie de proyecto multinacional para la escritura.

Diego dijo...

"No tiene nada de mejicano Ballatín", decís amigo. Esa verdad que para el tono de la discusión de los ambientes literarios actuales parece ser un dato menor incapaz de generar controversias, en su comentario vemos como efectivamente las crea. Ballatín nació en Perú. La literatura mejicana hoy en día la hace un peruano de nacimiento. A mí me habían dicho que los mejicanos eran muy nacionalistas. De todos modos me cuesta creer que ese tipo de cuestiones sigan siendo el meollo de discusiones bien intencionadas. Y no lo digo porque no crea en su sincero enojo, sino porque creía que eran temas superados, pero parece que no lo son.

Saludos

Anónimo dijo...

"Ballatín nació en Perú."

Me parece que ambos se equivocan: Bellatín nació en México. Luego se crió en Perú, donde empezó a escribir y publicar. Estudió cine en Cuba. Ahora reside en México. En lo que sí concuerdo es que estos datos dicen poco o nada de su obra. Para ello, mejor leerla, ¿no creen?

Un saludo,