Anoche fue la última función en el Centro Cultural Ricardo Rojas de El amor en los tiempos del dengue. La sala estaba colmada y los actores terminaron afónicos. Santiago Giralt abrió las puertas de su casa para ver una vez más el video que Sebastián Freire había estrenado poco antes y para el último festejo por algo que conseguimos hacer, como se dice, contra viento y marea: contra un sistema de producción sin tiempos de preparación, contra los presupuestos y sobreentendidos de una concepción del teatro que no podíamos sostener porque no participábamos (no participamos) de esa conspiración, contra la pobreza conceptual de una crítica complaciente y contra nuestras propias (infinitas) limitaciones. Estábamos aprendiendo sobre la marcha.
Cuando termina una función, cae el telón, las luces se apagan y el teatro se abre hacia un abismo; no tanto el vacío de sentido, sino un infierno poblado de fantasmas: qué salió mal, qué habría que pensar de nuevo, cómo mejorar esto o aquello. Me ha parecido siempre que la mera celebración de lo existente es un atentado no sólo contra el buen gusto sino también contra la posibilidad del pensamiento. Con El amor en los tiempos del dengue hicimos un experimento (un designante de algo cuya salida se desconoce), en el contexto de un ciclo experimental sobre el teatro. La mayoría de nosotros no pensaba (ni piensa) "hacer carrera teatral", de modo que podíamos darnos el lujo de ignorar las maneras de moda para investigar las líneas de fuga a nuestro alcance (al alcance de cualquiera).
El dengue volverá o no volverá (hay gente que ya está viendo salas), pero nosotros volveremos a nuestras vidas habituales: yo, a mis libritos. Si hubiera en mí deseo de más teatro no creo que consiguiera hacer algo muy distinto de lo que se vio en el Rojas. Me gustan las obras de teatro que terminan con la muerte de los personajes. Me gustan las ambigüedades de género. Me gusta lo trash (experimentalmente hablando), me gustan los procesos de identificación y me gustan los monstruos.
A la pequeña compañía que formamos para El dengue yo no puedo sino agradecerle la felicidad con la que se entregaron a jugar un juego cuyas reglas se nos escapaban a veces de las manos. Quedan las frases, que volverán en nuestra vida cotidiana como una cancioncilla, para demostrarnos que, pese a todo, nosotros (los de entonces) ya no somos los mismos:
* ¿Y si está con otra, qué?
* Sabías que lo adoraba.
* Todo el mundo toma taxis.
* ¿Qué quiere decir "proporcionalmente"?
* Son dos problemas diferentes, o si querés: dos facetas de un mismo problema.
* La gracia está en creerselo.
* ¡Odio a los lacanianos!
(anterior)
Vittorio Sereni, de "Diario de Argelia".
-
No saben que están muertos
los muertos como nosotros,
no tienen paz.
Obstinados repiten la vida
se dicen palabras de bondad
releen en el cielo los vie...
Hace 1 día.
4 comentarios:
a mí también me gustan los monstruos
Dora
Faltó
VOS QUERÉS MI DESTRUCCIÓN!
me extraña ... x lejos la mejor frase fue: "quedate con eso" ... jejeje, todavía la usamos con mi novia como guiño anti-psi ...
"Dejá de analizar el marco teórico de cada pelotudez que digo".
Así me fui del teatro con una amiga (que por cierto quedó encantada con la obra), recordando e interpretando éstas y otras frases.
Publicar un comentario