El último lector
por Carlos Acevedo para Palabra Pública
Sería conveniente empezar por las credenciales de Daniel Link, pero
él mismo en este libro explica (en tercera persona) que se quedó con
“catedrático y escritor”. Dice poco pero es suficiente, sucinto y
limpio, como suele ser su prosa. Hay algo en la prosa de Link que podría
tener que ver con esa definición: con enseñar, con redactar papers y,
supongo, con presentar a tiempo formularios. En una época en la que el
periodismo diario ha perdido su capacidad para hacer inteligible la
realidad, Link hace un uso exquisito de las herramientas de la expresión
escrita incluso para consignarle al lector datos que precisan de una
explicación algo abstrusa, pero que con él nunca lo es. La generosidad y
hospitalidad de la escritura de Link no es común o no, al menos, entre
sus colegas académicos que han perdido la voluntad de comunicar o
padecen de hacerlo única y exclusivamente para un círculo de iniciados o
cercanos: entendidos. Exagero, pero si no existiese el peligro de que
la expresión se leyera peyorativamente, llamaría la atención sobre su
trabajo con el anacrónico “amena erudición”, pero estoy lejos de querer
celebrar la existencia de este libro diciendo que es legible, apenas
pretendo advertir que los prejuicios que podrían asustar a cualquier
lector más o menos avezado frente a publicaciones de catedráticos son
infundados.
También sería conveniente empezar por el principio, pero tratándose
de un libro recuperado —su primera edición es de 2002— elijo empezar por
el final. El texto que cierra este libro, y que es la única novedad de
esta edición, trata sobre Rodolfo Enrique Fogwill, y la addenda no
parece caprichosa. La figura de Fogwill, por ejemplo, abre también la
novela El amo bueno, de Damián Tabarovsky; además, sus novelas
se reeditan, su poesía se reunió, se publicó un libro coral con
testimonios sobre su persona y se ha informado debidamente que hay una
biografía en preparación. No creo que sea una coincidencia. Estas
apariciones de Fogwill, en el mercado y en los libros, hacen explícita
una manera en que la literatura circula cuando signa con un nombre
propio una política, un modo de hacer. En este libro, la aparición de
Fogwill no es una figuración ni un souvenir, sino más bien un
marco, un área de acción y movimiento, y también un modo de fijar un
momento; o de fijar su importancia, la de Fogwill, en un momento (vital,
también: las escasas tres páginas esconden más de dos décadas de una
vida en común). El texto consigna afectos y melancolía y eso tiñe al
testimonio de veracidad cuando señala que su protagonista es “el primer
amigo que falta”. Que un texto sobre Fogwill, una de las figuras
públicas más potentes (y temidas) por la amplitud y el valor (equívoco
pero entusiasta) de sus movimientos e intervenciones en un campo
literario como el argentino —que, por cierto, periódicamente nos regala
estimulantes anomalías agrupadas bajo el rótulo de literatura—, donde
las polémicas transitan por la academia, la prensa y el mercado, en
parte por sus pluriempleados miembros, en parte porque se reconoce en el
diálogo más o menos militante y casi siempre beligerante en torno a su
propio funcionamiento. Cerrar un libro de las características difusas y
extrañas de éste que ha recuperado Alquimia Ediciones con un texto sobre
Fogwill también dice, o subraya, que el centro de la literatura
argentina tiende, una vez más, a hacerse difuso, quizás en consonancia
con la compleja situación económica y política actual en el país
transandino; se trata de una crisis cuyas encarnaciones anteriores
aparecen, sí, articuladas y pensadas en este libro. Los textos reunidos
en este volumen gozan de una dimensión productiva que hace valiosa esta
recuperación editorial no tanto por el testimonio que, en definitiva,
otorgan, sino porque permite seguir pensando. Link, no sé cómo lo hace, es siempre contemporáneo (en el sentido que le otorga Giorgio Agamben al término).
María Moreno empezaba así un texto periodístico que ya ha cumplido
once años: “Decir yo siempre estuvo de moda, un yo para cada sujeto,
infinitos yoes para cada yo…”. Con eso imponía una cierta distancia
respecto de lo que Alberto Giordano ha querido llamar “giro
autobiográfico” y minaba el tópico de lo nuevo que le resulta tan caro al periodismo. Y aunque es evidente que ese siempre está
cargado de desconfianza hacia las propuestas del mercado y las demandas
académicas, la cláusula insiste en que lo que entendemos como
literatura se ha de pensar desde la lectura y el tiempo —sobre este
aspecto concreto recomiendo viva y alegremente la lectura de Panfleto,
libro que recoge dos décadas de apuntes e intervenciones sobre género
de la autora argentina— o desde el tiempo de la lectura. Esa
desconfianza nos permitiría ver o entender hasta qué punto o en qué
medida la primera persona, el uso de la primera persona, consigna algo
más que narcisismo, algo más que coquetería o, ahora sí a secas, algo más. A Héctor Libertella le llamaba la atención que en castellano la primera persona “se armase con un elemento que conjunde y une, seguido de otro que disyunde o separa”, una precisión sausseriana que intenta señalar algo de lo que se pone en marcha al decir yo:
¿acaso la mera enunciación del pronombre admite la posibilidad de unir y
separar a un tiempo? Pero ¿unir y separar qué? ¿La experiencia del
discurso? ¿Lo real? ¿Lo imaginario? ¿Todo eso junto y a la vez? Y si es
así y es todo eso junto, ¿cómo operaría esa distinción sausseriana a la
hora de hacer públicos textos que es posible catalogar entre los géneros
íntimos? ¿Qué es lo que separaría el “todo eso junto”? Que a estos
escritos les ocupe consignar datos acerca de cómo y dónde se escriben y
que incluso se detengan en cuáles son los motores de su existencia, de
su escritura, subraya su interés como práctica literaria anclada a un
tiempo, sí, pero en el caso de Link aparece también una cuestión
decisiva: lo está diciendo todo (incluso que hay algo oculto en ese
decir). Este libro es una pieza importante —quería decir decisiva, pero
no me gustan las profecías— porque evoca y articula también un modo de
leer.
Vittorio Sereni, de "Diario de Argelia".
-
No saben que están muertos
los muertos como nosotros,
no tienen paz.
Obstinados repiten la vida
se dicen palabras de bondad
releen en el cielo los vie...
Hace 17 horas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario