domingo, 13 de marzo de 2022

Leer con Beatriz

Por Daniel Link para Revista Ñ

Beatriz fue una de mis maestras de lectura. Hay que subrayar (una y otra vez) su generosidad, su rigor, sus apasionamientos, que son los rasgos por los cuales alguien alcanza el umbral del magisterio aún cuando no lo pretenda para si.

Aprender a leer con Beatriz significó para mí aprender a valorar un horizonte democrático de la lectura (por eso se interesó por las maestras en La máquina cultural) y las perspectivas que pudieran burlarse de las hegemonías (incluso cuando ella misma contribuyó a construir perspectivas hegemónicas). Cuando intentábamos imitarla, ella ya estaba en otra parte.

Le reprocharon (¡no yo, por supuesto!) que en el libro Literatura / Sociedad que firmó con Carlos Altamirano no estuviera Gramsci. Ella contestó: “es que es un libro de vanguardia”.

Luego de entrenarnos en el más riguroso formalismo ruso (oh, decirlo hoy parece chiste) e incentivarnos a los consumos culturales más sofisticados (en cine, en teatro, en música) ella se entregaba a leer las novelas sentimentales de comienzos del siglo XIX (El imperio de los sentimientos) con un aparato crítico desconcertante. Nunca nadie intentó algo parecido y años después todavía se dio el lujo de intervenir en un proyecto nada menos que de Franco Moretti con Signos de pasión, un mapa de la novela sentimental del Siglo de las Luces hasta nuestros días que, cuando apareció en castellano, no recibió la atención que merecía.

¿Qué no hizo Beatriz, qué no leyó? Leyó un libro de Oscar Landi que no le gustó. Escribió, en modo polémico, Escenas de la vida posmoderna. El tema tampoco la abandonó y tiempo después publicó La ciudad vista. Mercancías y cultura urbana. Pero en el medio entabló otros combates (por ejemplo en La pasión y la excepción y Tiempo pasado).

El mundo académico (¡no yo, por supuesto!) deploró su paso por la revista Viva del diario Clarín, que puede ostentar orgullosamente uno de los más frívolos registros dominicales. Pero sus crónicas allí fueron un experimento de relación con el público que todavía merece nuestra atención.

Como cronista, publicó su extraordinario libro de viajes (Viajes. De la Amazonia a Malvinas) y luego comenzó a cubrir todas y cada una de las grandes manifestaciones políticas de la ciudad de Buenos Aires, con un empeño y una lucidez que ningún otro joven cronista de los diarios es capaz de ejercer.

En el final de La intimidad pública, probablemente un poco harta de la banalidad, Beatriz se pregunta: "¿Por qué ocuparse de estas cosas?". Por fortuna tiene la respuesta exacta: "Por su lugar en la cultura cotidiana contemporánea y, en consecuencia, por la fuerza que ejercen sobre la sensibilidad y experiencia".

Sensibilidad y experiencia son las cosas que le interesan a Beatriz, no sólo como tema sino también como predicados suyos: ser sensible, experimentar. Entregarse a la hiperconciencia y a la hiperestesia para poder escribir el presente. No: para poder reescribir o transformar el presente. Eso es una maestra. No tanto alguien que nunca se equivoca sino alguien que reconoce que el equívoco debe transitarse.

 

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