martes, 11 de enero de 2005

Un cuento

Y el cielo era una plancha lisa de metal inmóvil, blanqueado por el pavor de lo que acontecería en esa remota playa periférica.
Y de la boca abierta del monstruo, de entre sus dientes ordenados en ominosas e incontables hileras, seguían saliendo demonios: diablos de gula y lujuria, ángeles negros de la destrucción, flamígeros espectros de codicia y caballeros del reino de las sombras. Todos habían acudido desde el pozo de la aniquilación para saciar sus apetitos infames con los cuerpos jóvenes de las naciones emergentes.
Y el clamor aumentaba porque era espléndido el banquete que se les presentaba. Corrían grave riesgo los frutos en ciernes y la acumulación de jugos y sustancias que la labor de siglos había depositado en el recóndito corazón de la materia de la flor argentina. Andaba, la flor, como se dice, con las defensas bajas. Debilitada por no se sabe qué podredumbre interior o debilidad de sus raíces, podía, ahora, ser presa de cualquier invasión oportunista. Y eran muchas las cohortes de abominaciones que ya se alineaban en el horizonte para rodearla y acabar con ella, hasta quedar ahítos en un festín hediondo. Había que hacer algo.
Fue entonces cuando el primer bigotudo que había aparecido llamó a los otros. Fue un grito que atravesó las playas, los remotísimos acantilados, los lobos marinos, las estepas jurásicas. Todas las aves clasificadas por los naturalistas ingleses multiplicaron la reclame y cada bigotudo compareció, vio y entendió la situación comprometida de la materia acumulada para las futuras generaciones de bigotudos: la dulcísima savia, las hebras de sabrosa carne, la música de la masa que se transforma en fuerza: nada iba a quedar para el futuro. Desocupados, quedarían.
Y los bigotudos se dieron las manos y formaron multitud ante las amenazas que seguían saliendo del vientre de la bestia. Hicieron coraza, piedra contra el fuego, pared de grito telúrico, anillo de bigotes encrespados como un mar de hiedras. El horizonte mismo era un bigote.


incluido en la obra colectiva Caído del cielo de la colección Zig Zag editada por la marca (Buenos Aires, 2004)

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