lunes, 12 de marzo de 2007

Libros recibidos

Hacía tiempo que no dejaba aquí constancia de mis lecturas. Como tantas otras cosas, me lo impidió la pérdida de la banda ancha por la que tuvimos que litigar con Speedy, la proveedora de servicios de internet de la inmunda Telefónica de Argentina, con quien tendremos que encontrarnos en el futuro en los tribunales.
Había leído, a finales del año pasado, dos obras maestras de César Aira de carácter muy distinto: La cena y Parménides. Después reclamé y obtuve El curandero del amor (Buenos Aires, Emecé, 2006, 216 págs., ISBN 950-04-2831-8) de Washington Cucurto. Yo no comparto con el autor el gusto por la cumbia (más bien es el cuartetazo lo que me sensibiliza), pero eso no me impidió disfrutar de un texto mayor, del cual algunas páginas (no todas, pero algunas sí, y con eso alcanza) quedarán para siempre en la memoria de lo mejor de la literatura argentina de estos tiempos. No había terminado todavía de disfrutar del barroquismo de la prosa de Cucurto (que como todas las cosas que envidiamos un poco quedan tintineando como un campanilleo lejano en nuestra mente: “Un escritor de culto liquida su biblioteca”), cuando ya estaba inmerso en Sólo te quiero como amigo de Dani Umpi (Buenos Aires, Interzona, 2006, 256 págs., ISBN 987-1180-34-9), novela que comparte con la de Cucurto una interrogación precisa (cada una, claro, la desarrolla a su manera) sobre el tiempo (sus torsiones y, desde ya, ese nudo áspero que identificamos como “presente”). En el medio, o antes (tal vez antes-antes, a finales del año pasado) me dejé llevar, fascinado, al mundo de Fabián Casas: por fortuna no escribí nada en ese momento, lo que me salvó de alguna cocción a fuego lento. Pero voy a seguir pensando en todo lo bueno que hay en la literatura de Casas, en por qué nos interpela, en por qué nos dejamos llevar con felicidad a su mundo, un mundo ajeno.
No sé bien para qué se lee, y toda generalización es siempre abusiva. Entre otras cosas, se lee para aprender. Leyendo los Poemas de Harold Pinter (selección de Harold Pinter, traducción de John Lyons, Madrid, Colección Visor de Poesía, 2006, 192 págs. ISBN 84-7522-740-6) aprendí que había un poeta que yo desconocía que tiene una obra de apenas inferior calidad a la del teatro que asignamos a ese nombre. La traducción no es buena.
En fin, descansé por un rato de la intensidad impar de la literatura argentina (perdón, rioplatense) y después volví a uno de mis grandes amores: María Moreno. Me debía la lectura de su Vidas de vivos (Buenos Aires, Sudamericana, 2005, 336 págs. ISBN 950-07-2678-5), que me divirtió hasta el vértigo sin sorprenderme (María Moreno es una maestra de las entrevistas y ninguna de las páginas que incluye en esta recopilación desmiente esa posición magistral). Si tienen tiempo, lean Vidas de vivos. Si no lo tienen, róbenle horas al sueño: Banco a la sombra, el libro de viajes de María Moreno (Buenos Aires, Sudamericana, 2007, 160 págs., ISBN 950-07-2789-7), organizado en relación con plazas de aquí y allá (porque el formato de la colección así lo exige) es luminosísimo y sería difícil decidir cuál relato es más inquietante, cuál más delicioso, cuál sobrevivirá mejor a la marea de discurso que es hoy la literatura entre nosotros. Lo que es seguro es que Banco a la sombra, como antes El petiso orejudo o El affaire Skeffington (libros que por capricho de María Moreno faltan desde hace años en las librerías), debe leerse con la gravedad que suscita en nosotros la aparición (y la desaparición al mismo tiempo) de la literatura de verdad: ese borde y ese desborde, esa tensión al límite, el llanto de una mujer que llora mientras cocina una papa incrustada en una birome.
El último paquete que recibí, no anunciado, incluía Una novela de mil páginas de David Wapner (Buenos Aires, Siesta, 2007, 352 págs., ISBN 978-9348-32-1), un texto de 336 páginas, 89 capítulos y 1.000 fragmentos presentados como si resumieran páginas diferentes de un libro hipotético, utópico, total (o como si fueran esas páginas, o como si pudieran ser eso las páginas de una novela, o como si…). En la contratapa, Leónidas Lamborghini confiesa que, cuando le pidieron un prólogo, "no sabía que me iba a encontrar con un libro genial".
No soy yo quien para dictaminar que Leónidas Lamborghini no se equivoca, pero me atrevo a decir que Leónidas Lamborghini no se equivoca: "La época aguardaba que este libro fuera escrito".
Vuelvo, ahora, a Poeta en Nueva York. Descanso. Releo María con Marcel de Raúl Antelo, para escribir una reseña para una revista brasileña.
Reviso mi nómina de lecturas (sabiendo que he escamoteado los títulos estrictamente laborales, en los que nunca habrá sorpresa alguna). Si pudiera guardar en un cofre algo, un tono, un percepto, una frase, un carácter o un pormenor de cada uno de los libros preciosos que he leído, en ese cofre estaría el tesoro de la literatura. Pero mejor, que las palabras vuelen.

5 comentarios:

Diego B dijo...

¿A cuál libro de Casas te referís, Daniel?

Anónimo dijo...

Los Lemmings u Ocio?. Bah, creo que tiene dos, no?.

A mi me gusto muchísimo el primero. Aunque con relatos que habían sido publicados por distintas editoriales anteriormente.

Linkillo: cosas mías dijo...

Diego: Ocio.

Anónimo dijo...

daniel: me llamo Pablo Mayer y trabajo haciendo páginas web. también soy fanático de Casas y le hice una página en la red con todo lo que encontré de él en ella. la dirección es fabiancasas.tripod.com. A Casas no lo conozco en persona, salvo por mail ya que yo vivo afuera. Además de Ocio, te recomiendo Los lemmings. es genial. y toda su poesía. creo que él está cambiando las cosas.

Anónimo dijo...

Daniel
Quería preguntarte qué significaría, para vos, pensar los textos de Moreno de Banco a la sombra como "nuevas crónicas". ¿Qué implicaría?
Gracias