La puesta de Saula Benavente de El amor en los tiempos del dengue funciona para mí como una lectura crítica: ella eligió algunos caminos de la obra que tal vez yo no hubiera transitado, pero los potenció con tanta gracia que ahora me resulta difícil desprenderlos del texto, considerarlos una "mera" interpretación, y si tuviera que volver a publicar la pieza, le pediría que incluyéramos todas sus decisiones y la firmáramos entre los dos. El partido especular que ella tomó desde un principio se vio pronto reforzado por la aparición de los actores, dos de los cuales se llaman Fabiana (por azar) y otros dos, Santiago y Esteban, que son nombres más o menos equivalentes en la memoria de la gente* (lo mismo sucede con Daniel y David: yo soy testigo y víctima de confusiones como ésa). El espejo (roto) de lo imaginario aparecía por todas partes y la primera decisión de la escenógrafa y vestuarista Cecilia Figueredo fue que los dos actores masculinos estuvieran vestidos con la misma ropa, para acelerar todavía más la calesita loca de las identificaciones imaginarias. Lamentablemente, después del ensayo general resultó imposible sostener esa línea de trabajo, pero creo que lo esencial de la concepción (dominada por el azar y la coacción) sobrevive, como sobrevive la peste de las identificaciones. Al haber decidido comenzar la representación por el final (el medio acto), el primer parlamento que se oye convoca la peste: "Odio a los lacanianos", dice el personaje que representa Santiago Giralt. Lacan dijo alguna vez que le dijeron que Freud habría dicho, a punto de desembarcar en Nueva York, "No saben que le traemos la peste". La anécdota parece falsa (o quiere la posteridad que no sea cierta), pero sirvió para designar la subversión analítica propuesta por Lacan como "la peste". Yo, que había incluido esa línea de diálogo apenas como un chiste, percibí lo bien que quedaba desde la primera vez que la escuché, en uno de los ensayos, porque hacía eco con la idea de teatro como peste propuesta por Artaud en El teatro y su doble, libro fascinante pero respecto de cuya aplicación al universo teatral siempre tuve mis reparos, que no tuve en cuenta en lo más mínimo cuando escribí el texto, pero que, durante el montaje, vi que aparecía con su propia fuerza.
La primera versión de El amor en los tiempos del dengue no llevaba el nombre que ahora tiene (el dengue se volvió tristemente célebre recién el año pasado, y el texto estaba ya escrito), y mis amigos siempre me reprocharon un título que consideraban (y consideran) "grasa". Yo sé que lo es, pero pensaba (sólo ese pensamiento guió mi decisión) que si le había funcionado antes a García Márquez, bien podía yo intentarlo. No me daba cuenta de las fuerzas que estaba convocando.
La peste lacaniana, la peste teatral y el dengue parecen, ahora, funcionar como los vértices visibles de un tratado de epidemiología. "Empezar por acá es empezar muy arriba", murmuré durante un ensayo en la gélida oscuridad de la sala, porque me parecía difícil que todo lo que sucedía después pudiera estar a la altura de ese comienzo (insisto: debido a la imaginación de Saula y no la mía). Naturalmente, me equivocaba.
*Por supuesto, S. interviene en este punto ("te corrijo", dice): "Esteban" y "Santiago" son los dos nombres que se confunden con "Sebastián", más que entre sí. La calesita loca de las identificaciones imaginarias.
(anterior)
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Hace 1 día.
1 comentario:
tengo un débil recuerdo prepúber sobre la fama primera del dengue, allá por 1997, con pauta oficial y todo
el título abraza lo grasa y queda barbaro, sobre todo para los boludos (myself) que vemos peliculas/obras engatuzados por un sintagma
mqgwc
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