Una poeta versada en tradiciones clásicas me dijo, después de la última función de El amor en los tiempos del dengue: "Te quiero decir que me gustó mucho la obra, y también que no sé por qué se ríe tanto la gente. Es muy serio y muy triste todo lo que pasa". "Coincidís con mi mamá", le dije. "No sólamente", agregó. "A mi lado estaba sentada una chica que lloró durante toda la función". "¿Pero vos cómo la escribiste?", insistió la poeta. "Salvo la indicación: 'entre réplica y réplica, una pausa mínima' no hay otra didascalia", le dije. Todo el sentido y la fuerza de los parlamentos (me parecía, me parece) descansa en el estilo de actuación de los actores. La modalidad de la producción quiso que los cuatro actores convocados tuvieran formaciones diferentes y que pensaran su propio oficio desde ópticas distintas. Santiago Giralt, que venía de ganar en el BAFICI, nunca había hecho teatro, lo que no hace sino potenciar los chispazos de conflagración que inevitablemente se suceden en el escenario. Como la pieza oscila, deliberadamente, entre el melodrama y la sitcom, cada actor puede imprimirle a sus parlamentos la carga que prefiera y, como el diálogo se repite dos veces (aún cuando las historias que se cuentan sean diferentes), lo más interesante es ver el choque de estilos actorales contrastantes (podemos creerle a Alan Pauls cuando dice que el estilo no es otra cosa sino ese choque de heterogeneidades): el manierismo hiperbólico de Fabiana Rey, la intensidad introspectiva de Fabiana Falcón, la mundanidad de Esteban Meloni, la vulnerabilidad de Santiago Giralt. Si el ciclo Óperas Primas es el laboratorio que se pretende, no es un tema secundario la reflexión sobre las complejas batallas entre texto y estilos actorales que, combinados aleatoriamente, hacen del espectáculo teatral una u otra cosa. Ésa es la riqueza que, sobre todo, los actores aportaron a El amor en los tiempos del dengue.
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Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
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hay...
Hace 2 semanas.
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