sábado, 23 de junio de 2007

Pharmacon

Por supuesto, entre arte y cultura, todos los equívocos. Una obra comienza. Digamos: ¿Quién le teme a Virginia Woolf? ¿Qué significa la entrada en escena de los personajes, Martha y George? Todo el delirio de las proyecciones imaginarias y las presuposiciones culturales se desata: es que ella está borracha, es que él es un caballero, etc. Tratamos de comprender, con arreglo a un sistema de enunciados que vienen de la la cultura, los comportamientos y los diálogos del teatro. Un sistema de enunciados (los diálogos) reenvía a otro sistema de enunciados (la cultura), o un sistema de comportamientos (los movimientos, los gestos, la encarnadura) reenvía a otro sistema de enunciados (la cultura). En ambos casos, se trata de proyectar un sistema de enunciados como garantía de sentido y de legilibilidad (de discusión sobre el sentido): es que ella/ él es un psicoanalista lacaniano, es que ella/ él lo engaña.
No todo teatro funciona del mismo modo, y basta recordar el nombre de Harold Pinter, en cuya obra se discuten de forma radical las presuposiciones culturales: ha sucedido una catástrofe (por ejemplo, en
El cuidador) que deja al sentido huérfano de todo sistema de reenvios. Pinter bloquea la presuposición (diálogos y comportamientos dislocados de todo sistema de referencias culturales). En un teatro así pensado (que no corresponde llamar "teatro del absurdo"), las matrices dramáticas más usuales son 1) la repetición (el desdoblamiento del self), 2) la espera (el anonadamiento del self), 3) la mera duración (la distorsión del self en una duración temporal vacía) y 4) el malentendido (el desconocimiento del self). Matrices de comportamiento vacías de sentido que necesitan del silencio como contrapunto rítmico (así en Pinter como en la sit com).
En una memorable puesta de Pinter (Polvo eres), Rubén Szuchmacher (uno de los más inteligentes directores argentinos de teatro), subrayaba el silencio mediante una marcación sencilla: los actores (
Ingrid Pellicori, Horacio Peña) tenían en la mano sendos vasos de whisky que nunca, nunca, llevaban a la boca.
Tal vez se pueda leer allí una lección teatral, una lección de vida (y las lecciones de lo mínimo son siempre las de más largo alcance): aunque la copa de sentido parezca llena de elixires, lo que contiene es el veneno de la presuposición, y por eso no conviene tocarla con los labios.

(anterior)

2 comentarios:

Tommy Barban dijo...

No sabemos (yo no sé) que opinaba Borges sobre Pinter o qué hubiera opinado sobre Link (y qué entretenido imaginarlo este aburrido sábado de veda), pero ABC dejó registrado el parecer de B sobre Albee y "Who's afraid of Virginia Woolf": "Cómo será de casual todo en la invención de este autor, que después de llegar a la miserable ocurrencia de esa parodia, la emplea en el título." Desde luego, detrás del brulote hay una idea, la condena de la casualidad, anticipada con más gracia unas páginas antes: "Shakespeare es un poco irresponsable: en ningún momento uno puede estar seguro de que un personaje no mate a todos los otros." Hasta cuando se equivoca feo, B te aclara el panorama. No sé los demás, yo voy al teatro para no estar seguro.

Anónimo dijo...

jxkSi, Rubén es un gran artista y por eso encara altos textos con resultados inolvidables: Las Troyanas, Sueño de una noche...., Juan Moreira, Babilonia.
Hace poco tuve la desdicha de ver "Quien le teme..." y pienso: cómo podría un director magnífico como Luciano Suardi componer semejante bodrio de fealdad casual y responsable.