sábado, 12 de octubre de 2019

Casa cuna

por Pablo A. Croce

El 14 de julio de 1779, exactamente 10 años antes de la Revolución Francesa, el Virrey Vértiz dispone la apertura de la Casa de Expósitos para que "estos hijos ilegítimos puedan educarse en el Santo Temor de Dios y ser hombres útiles a la Sociedad", según fundamenta en carta al Rey. La Casa tenía como modelos la Inclusa de Madrid, fundada por Felipe IV en 1623 para cuidar a los menores abandonados en dicha ciudad y la de Lima, en 1590. Se asemejaba a las Casas de Expósitos de Méjico y Santiago de Chile, casi contemporáneas a la de Buenos Aires. Vértiz tenía experiencia directa en esta problemática por haber sido juez de menores.
La Junta de Temporalidades, creada para administrar localmente los bienes de los Jesuitas recientemente expulsados de América, la desaparecida Compañía, ofrece una parte de la luego conocida como Manzana de las Luces, que los Jesuitas habían comenzado a construir en 1622, la esquina parcialmente demolida en 1936 para abrir la Diagonal Sur, de San Carlos y San José (hoy Alsina y Perú) en ese momento Arsenal de Guerra, como edificio para la Casa Cuna, y el alquiler de nueve pequeñas propiedades frente a la Plaza Mayor, (casas redituantes)como presupuesto para su funcionamiento. De este primer edificio de la Casa quedan en pie dos salas que hoy se usan para el Mercado de las Luces, una galería de artesanías.
El 7 de agosto de 1779 Martín de Sarratea, su primer Director, en la hoja inicial del libro de ingresos, anota junto a la frase de subido paternalismo autoritario todo debe hacerse para el pueblo y nada por él, a la primera expósita admitida, una negrita bautizada Feliciana Manuela. El origen de la Casa Cuna está así rodeado de apellidos de familias ilustres de la Ciudad, con vocación por el bien público, agrupados en la Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, creada en 1727, en la Iglesia de San Miguel Arcángel, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios, por Don Juan Guillermo Gutiérrez González Aragón, para dar cristiana sepultura a las víctimas desamparadas de la epidemia que entonces se abatió sobre Buenos Aires, lo que provocó duros cuestionamientos de los párrocos dispuestos a inhumar sólo a quienes podían pagarlo y que ya en 1755 había propuesto la creación de una Casa Cuna en esta Ciudad. Estas familias, al comienzo del Siglo XIX serían decisivas para el nacimiento de la Nación Argentina. En la Iglesia de San Miguel se conserva aún hoy la imagen de Nuestra Señora de los Remedios a cuyos pies se reunía a rezar la Santa Hermandad.
El esfuerzo de sostener la Casa de Expósitos [para lo cual se usaban las ganancias de las imprentas virreynales] facilitó la producción periodística, literaria y teatral de la Ciudad, con evidentes consecuencias en la formación cultural e ideológica y en la toma de conciencia de la comunidad en la que crecía la idea de la Independencia. Pero fue sólo gracias a las generosas donaciones que Vértiz continuó realizando aún viviendo en Montevideo, y a otros aportes que Casa Cuna tuvo una cierta estabilidad financiera en sus primeros años, pues ni José de Silva y Aguiar con la Imprenta ni Francisco Velarde con el Teatro, aportaron los recursos como se esperaba. Es de remarcar que el propio Rey de España dispone que si no es posible reunir con sus providencias y la venta de Bulas para poder comer carne en Cuaresma, 5.000 pesos anuales para la Casa Cuna de Buenos Aires, se completase la suma indicada, sacándosela del ramo de la guerra. Las autoridades españolas no dudaron de desplazar recursos militares, en momentos en que ingleses, portugueses, franceses e indios salvajes acechaban al Río de La Plata, para reforzar los de Casa Cuna, ya que el esfuerzo valía para que estos niños no se malogren en la tierna edad, según nota de 1783.
En 1784, ante el pedido de relevo de Sarratea y en víspera de su regreso definitivo a España, Vértiz, para asegurar la continuidad de su obra, entrega la dirección y gobierno de la Casa, a la Hermandad de la Santa Caridad, pero reservándole el superior gobierno de la Institución a la autoridad virreinal. La Hermandad nombra administrador a Pedro Díaz de Vivar, quien dispone mudar la Casa a otro edificio, en Moreno y Balcarce, junto al Hospital de Mujeres y al fondo del Convento de San Francisco, predio que hoy ocupa el Museo Etnográfico, más discreto, para alejar de miradas inoportunas al torno en que se abandonaba a los niños, conforme a lo que se estilaba en España, inspirado en el del Papa Inocencio III, en el Siglo XII, y que repetía la sentencia de San Vicente de Paul colocada en 1638 en la primer Casa de Expósitos de Francia, mi padre y mi madre me arrojan de sí, la piedad divina me recoge aquí.
El torno, era un mueble giratorio de madera compuesto por una tabla vertical, cuyos bordes superior e inferior estaban unidos como diámetros a sendos platos. El conjunto tapaba completamente un hueco hecho ex profeso en la pared externa. Cuando alguien depositaba sobre el plato inferior un bebe y hacía sonar la campanilla que acompañaba el artefacto, un operador desde adentro giraba el dispositivo y el bebé ingresaba a la casa, sin que quien lo dejaba y quien lo recibía, pudieran mirarse. El torno que todavía conserva la Casa de Ejercicios de la Avenida Independencia da idea de lo que era el de la Casa de Expósitos.
En 1788, en sus Instrucciones para Corregidores, Carlos IV, preocupado por una corrupción que por sus víctimas es más inadmisible, dispone que en las casas de expósitos no se extravíen sus caudales y rentas, sino que se apliquen a los niños que precisamente se críen en ellas.
En 1795, teniendo la Casa un presupuesto anual de pesos 7.890, ya le debía al Defensor de Pobres y Tesorero de la Casa, D. Manuel Rodríguez de la Vega, pesos 38.344 con 7 reales, por lo que este ilustre caballero resuelve perdonar esa deuda y dejar a la Casa toda su herencia. Lamentablemente el cuadro pintado en vida de D. Rodríguez de la Vega que lo representaba, brindándose a los Expósitos, rara muestra de la pintura porteña del siglo XVIII, a cuyo pie entonces se escribió que como especialísimo tutor de los huérfanos, con admirable caridad, los protegió en lo moral y material, obteniendo del Virrey Arredondo medidas eficaces para salvaguardar la vida de los huérfanos, desapareció de Casa Cuna en la década de 1980 o 90, dejándola sin uno de los más significativos soportes materiales de su memoria.
Desde 1801 y en forma discontinua, la Imprenta editó sucesivos periódicos: El Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Histórico Geográfico del Río de La Plata, dirigido por Cabello y Mesa, El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, dirigido por Juan Hipólito Vieytes, El Correo de Comercio de Buenos Aires, dirigido por Manuel Belgrano. El nombre de los periódicos y las personalidades de sus directores muestran claramente la intención con que fueron publicados. Finalmente , ya en 1810, sale el diario más famoso impreso en la Casa y el más trascendente para difundir el ideario revolucionario, La Gazeta de Buenos Aires, que tenía como lema tiempos éstos de rara felicidad en que es lícito al hombre pensar lo que quiere y decir lo que piensa.
El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio de Vieytes, el de la famosa jabonería, publicado por la imprenta de la Casa de Niños Expósitos, muestra el interés de su Director no sólo por la industria y el comercio, sino también por la química y la salud.
A partir de 1810 el Gobierno Patrio toma progresiva injerencia en la Casa Cuna, disminuyendo las atribuciones de la Hermandad de la Caridad. El interés del Estado por la salud es tal, que la misma Asamblea de 1813 dispone que los niños sean bautizados con agua tibia, para evitar el mal de los siete días (tétano del recién nacido), que atribuían al frío del agua bautismal. Al retirarse el último administrador de la Casa, nombrado por la Hermandad, Don José Martínez de Hoz, recibe un reconocimiento de parte del severo inspector Elizalde, por su celo nada común.
En 1817 se hace cargo de la dirección, con el nombre de Padre de los Huérfanos, el canónigo Saturnino Segurola, Dr. en Ciencias de la Universidad San Felipe de Santiago de Chile, religioso preparado en el arte quirúrgico, conocido por haber introducido y administrado la vacuna antivariólica en el Río de La Plata, desde julio de 1805, por impulso del Virrey Sobremonte, sólo 6 años después de la comunicación original de Jenner, y por ser también, Director de la Biblioteca Nacional.
Desde el comienzo de su gestión, Segurola insiste en la importancia de contar con un profesional médico que asista los expósitos, una botica que los provea de las medicinas necesarias, y una sala especial para los expósitos enfermos. En 1817 se nombra médico de la Casa al Dr. Juan de Dios Madera, que como practicante se había destacado en el cuidado de los heridos durante las Invasiones Inglesas, como vecino firmó el petitorio para la constitución de la Primera Junta el 25 de Mayo, que en junio de 1810 fue el primer cirujano militar del Ejército Patrio, fundador de la Cátedra de Materia Médica y Terapéutica de la Escuela de Medicina, y que estaba trabajando para el Cabildo como médico de policía; y como boticario se nombra a Diego Gallardo. El Regidor Defensor General de Menores debía controlar el cumplimiento de las tareas de ambos. Es notable que en una época en que por falta de médicos, los barberos, sangradores y algebristas tenían gran prestigio, no hay registro que alguno de estos subprofesionales, hayan sido llamados a trabajar en la Casa de Expósitos.
En 1818, Madera contra su voluntad es reemplazado por Cosme Argerich, como aquél, ex-cirujano de los Ejércitos Patrios y futuro profesor del Departamento de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Madera apela al Cabildo, suscitando un lamentable conflicto que dura dos años, del que ninguno de los involucrados sale indemne. Posteriormente, Madera y Argerich fueron miembros fundadores de la Academia Nacional de Medicina.
Cuando en 1820 el Gobierno Central entró en colapso y cada Provincia asumió su total autonomía, Buenos Aires, monopolizadora del tráfico marítimo y sin compromiso de solidaridad con el resto de la Nación, vio enriquecerse rápidamente a su clase privilegiada. Políticamente desarrolló una actividad secularizadora, limitando las injerencias sociales que las órdenes religiosas y las hermandades de laicos conservaban de las épocas coloniales.
Riqueza y secularización llevaron a Rivadavia, ministro del Gobernador Martín Rodríguez, a disolver la Hermandad de la Santa Caridad y a organizar la Sociedad de Beneficencia, presidida por Mercedes Lasala de Riglos e integrada entre otras por Juana del Pino de Rivadavia, hija del ex Virrey y esposa del Ministro, María Rosario Azcuénaga, Bernardina C. de Viamonte, esposa del General y Mariquita Sánchez, dando espacio comunitario a las mujeres de clase alta, pues según su Decreto Fundacional la existencia social de las mujeres es aún demasiado vaga e incierta...siendo las damas la mitad más preciosa de la especie, con cualidades, ideas y sentimientos que no posee el hombre. La Casa de Expósitos, nacida por iniciativa de las autoridades locales de Buenos Aires, administrada casi desde su comienzo por una cofradía confesional no integrada al gobierno de la Iglesia (la Santa Hermandad), con varias e irregulares fuentes de financiamiento pasa a depender de una organización no gubernamental pero apoyada desde el flamante Estado Provincial, la Sociedad de Beneficencia.
En 1824, ya asumido el sostenimiento de la Casa Cuna por la Sociedad de Beneficencia, y disminuida la importancia de la Imprenta de los Niños Expósitos, por la presencia en Buenos Aires de otra más moderna, Rivadavia entrega la vieja imprenta al gobierno de Salta, donde sirvió para publicar la acción oficial y la cultura salteña. Se mantuvo funcionando, hasta que en octubre de 1867, sitiada Salta por las fuerzas de Felipe Varela, sus plomos fueron fundidos para hacer las balas que defendieron a la ciudad. La imprenta creada por los Jesuitas en 1701, que ayudó a sostener Casa Cuna en sus inicios y que difundió las ideas revolucionarias de Mayo, las noticias de la guerra de la Independencia y la primera literatura argentina, terminó sus días ayudando a derrotar la última montonera que interfería en la Unión Nacional.
Casa Cuna continuó con similares características, hasta que en 1838 el bloqueo anglo-francés colocó al Gobierno de Buenos Aires en una grave crisis financiera. El Gobernador Rosas, no teniendo fondos el erario, dejó entonces sin presupuesto público a todas las Instituciones dedicadas a la salud y a la educación, ordenando que Casa Cuna no admita nuevos expósitos y distribuyendo a los existentes entre las personas que tengan la caridad de recibirlos. Ante tal orden, Segurola presentó su renuncia indeclinable.
La mortalidad promedio de los Expósitos desde 1779 a 1838 se estima en un 40%.
Recién en 1852, con la caída de Rosas, por Decreto de Vicente López y Valentín Alsina, se restablece la Sociedad de Beneficencia, ahora presidida por la ya anciana Mariquita Sánchez, famosa por haber sido la primer mujer en Buenos Aires que se negó a casarse con el hombre impuesto por su padre, aquélla en cuya casa se cantó por primera vez el Himno Nacional y en la que se conocieron San Martín y Remedios de Escalada; también integraban la Sociedad Pilar Spano de Guido (esposa de Tomás Guido y madre del poeta), Lucía Riera de López (esposa de Vicente López y Planes y madre de Vicente Fidel López) y, por decreto de Urquiza, Agustina Rosas de Mansilla (hermana de Don Juan Manuel y madre de Lucio V. Mansilla).
La Sociedad rehabilitó la Casa de Expósitos, fundamentalmente por la valiosa donación de Mariquita Sánchez y 66 onzas de oro legadas por el General Urquiza. En el Reglamento de 1855, se establece que los médicos de la Casa de Expósitos deben curar a los enfermos, registrando sus malestares, cuidar a los internos sanos, vacunar y visitar a los expósitos externos, vigilar el estado de salud de las amas y atender el botiquín, exigiéndoles que coloquen en aislamiento a los que padezcan coqueluche, sarampión, garrotillo y sífilis. Indudablemente Casa Cuna era ya entonces un Centro Médico Integral para los expósitos y sus amas.
En 1873, designado Juan Argerich, director en reemplazo de Blancas, resuelve que la Casa Cuna, después de estar durante casi 90 años en Moreno y Balcarce, cambie otra vez de domicilio, a su actual predio hoy avenida Montes de Oca 40, el terreno en lo alto de la "Barranca de Santa Lucía" de Doña Trinidad Balcarce. Su casa había sido volada por venganza durante el sitio de Buenos Aires en 1852; en el terreno se construyó entonces el "Instituto Sanitario Modelo", desplazado por Casa Cuna.
Historiadores como Torre Revello suponen que en el Parque Lezama, a 500 metros de la Casa Cuna, Pedro de Mendoza instaló su primera y frustrada Buenos Aires, con su penoso cortejo de hambre, violencia desaforada, canibalismo, desilusión y fracaso. A mediados de 1700, el Parque tuvo el triste destino de ser el mercado de esclavos de la Compañía Guinea, donde sobresalió como "comerciante" Martín de Alzaga.
Transitaban así por sus calles, además de familias patricias, troperos, matarifes, faenadores de ganados, triperos, changadores, quinteros, carreros, cuarteadores para los días de barro, marineros y negros libertos. Esta clase trabajadora y semirrural, habituada a las tareas más duras, entretenía sus descansos con famosas carreras cuadreras y de sortijas, cinchadas de carros, riñas de gallos, corridas de toros (al menos hasta 1835), y célebres payadas en varias pulperías de las que, según Héctor Pedro Blomberg, salió Ramona Bustos, la pulpera... cuyos ojos celestes reflejaban la gloria del día... cuando el año (18)40 moría y Lavalle sitiaba Buenos Aires.
Casa Cuna vino a afincarse entonces en una avenida y un barrio cuya historia y leyenda hacen juego con las del propio hospital, al punto que en pleno Siglo XX, Leopoldo Marechal en Adán Buenosayres pone a Samuel Tesler en el Hospital Borda, tal vez en alusión a Jacobo Fijman, Sábato, en Sobre Héroes y Tumbas, ubica a la desdichada protagonista, Alejandra Vidal Olmos, último exponente de una trágica familia patricia, devastada por la locura y la violencia, en una deteriorada mansión en la Calle Río Cuarto, cerca de la Avenida Montes de Oca, y Borges sitúa "El Aleph", el mítico rincón donde se reúnen sin mezclarse todos los lugares del mundo, en la Avenida Garay, en vecindad de la Casa Cuna.
En 1884, recién nombrado Bosch director en reemplazo de Argerich, aconseja una serie de reformas edilicias para asegurar el aislamiento de los pacientes infectocontagiosos y brindar a todos los internos espacios llenos de luz y bien aireados.
El impacto que produjeron las vacunas elaboradas por Pasteur, fue tan grande que el Jefe de Infecciosas de la Casa Cuna, Dr. Desiderio Davel fue a París a buscar la vacuna antirrábica, trayéndola cultivada con riesgo de su vida en lotes sucesivos de conejos para conservarla. Llega a Buenos Aires en 1886, justo a tiempo para salvar la vida de un niño uruguayo mordido por un perro confirmadamente rabioso, derivado especialmente a Buenos Aires para su tratamiento, siendo ésta la primera administración de esa vacuna fuera de Francia, y tal vez el antecedente del turismo sanitario hacia Bs. As.
En 1891, las Hermanas de Caridad, no comprendiendo una indicación profesional, ante una orden de las Inspectoras, lavan y reutilizan material que los médicos de la Casa habían ordenado descartar por su contagiosidad. El conflicto que desencadena este hecho, determina al Gobierno Nacional disponer que el Departamento Nacional de Higiene, supervise en adelante la actividad asistencial de la Casa Cuna, por encima de la Sociedad de Beneficencia, dando lugar a un largo entredicho de baja intensidad entre los conceptos médicos y el criterio de las Inspectoras de la Sociedad de Beneficencia que alimentó al que finalmente estalló con el Estado Nacional en 1946.
Una evaluación de los abandonos ocurridos entre 1912 y 1914, mostró que el 72% de los niños eran dejados por personas que aclaraban su identidad y las motivaciones del abandono. En el 37% de los casos, las madres se manifestaban sin leche, y en el 7% estaban judicialmente recluidas; en el 9% los niños eran huérfanos de ambos padres, en el 15% huérfanos sólo de madre y en el 9% tenían enfermedades que dificultaban su crianza. El 82% de los familiares que ponían a los niños en la Casa, eran extranjeros, la mitad de ellos italianos.
Centeno organizó los Consultorios Externos para atender también a niños que vivían con sus familias, aunque ya desde 1820 se atendía a los hijos y criados de las cuidadoras externas. Construyó el Gabinete de Rayos X, donde, antes que terminara el Siglo XIX se tomó la primera radiografía de un niño en Buenos Aires. Consiguió que la Sala de Cirugía quedase a cargo del reconocido y aún joven profesor de Clínica Operatoria de la UBA, Alejandro Posadas.En 1909, se compraron a la Sucesión Reiynaud otros 1.400 m2 de terreno; en 1911 el Congreso de la Nación expropió y donó a la Casa el lote de la familia Rezzonico, que da salida a la Avenida Caseros, y en 1913 la Sociedad le dio la esquina de Caseros y Tacuarí. En 1912, se habían construido los túneles de comunicación por debajo del jardín central y se había comenzado la construcción de la actual capilla. Los azulejos color cobalto, probablemente holandeses, con paisajes típicos y escenas tradicionales, antes abundantes en la Casa, pero hoy apenas presentes en alguna pared, son de esa época.
Mientras Centeno intentaba sacar el torno, en 1890, llegó a la Casa su más renombrado Expósito, bautizado con los nombres de Benito Martín y adoptado 6 años después por la familia Chinchella, carboneros de los barcos de la Boca, gracias a los cuales tuvo un papá y una mamá para mí sólo. Cuando comenzó su carrera de pintor modificó su nombre a Benito Quinquela Martín. Usó buena parte de su fortuna para construir y donar el Lactario, el Hospital Odontológico Infantil de la Boca, el Jardín de Infantes, la Escuela de la Vuelta de Rocha y la de Artes Gráficas de La Boca, el Teatro de la Ribera, en agradecimiento a los años pasados en Casa Cuna. Otros expósitos llegaron a destacarse como universitarios, incluso como médicos de Casa Cuna, pero ninguno tuvo su fama.

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