viernes, 11 de octubre de 2019

El arte de amar

por Daniel Link para Soy



Con motivo de la muestra “Argentinos de París” que integra en Proa21 la megamuestra Mutante inaugurada el sábado 5 de octubre, Soy entrevistó a Juan Stoppani y a Jean Yves Legavre en su casa de la Boca. La conversación viró, bien pronto, del amor al arte al arte del amor, que ellos sostienen desde hace cincuenta años.





La entrada de la casa que comparten Juan Stoppani y Jean Yves Legavre en el barrio de la Boca es humilde, pero anuncia una de las cualidades de ese hogar: la fachada gris está salpicada de estrellas de colores incrustadas en la pared, como pedazos de cielo que le ponen freno a la monotonía del mundo. La puerta se abre a una casa chorizo debidamente acondicionada para una vida en común de ya más de cincuenta años. Tiene dos dormitorios, un baño, una gran sala con cocina integrada y una mesa más que generosa para recibir a los amigos que todos los domingos se reúnen allí para continuar con la fiesta que comenzó en otra ciudad, en otro mundo, en el corazón de un siglo ya pasado.

Juan nació en 1935, Jean Yves diez años después. Juan estudió arquitectura en Buenos Aires pero bien pronto se transformó en uno de los artistas conceptuales más importantes de Buenos Aires. Participó del núcleo original del Instituto Di Tella, ganó el Premio Braque en 1965. Las condiciones de vida bien pronto le quedaron claras y tuvo que abandonar el país.



Juan: Teníamos varios problemas. Por un escrito en una pared que decía "La concha de Onganía" cerraron el Di Tella, y a mí ya me habían puesto preso dos veces... Preso por nada. Y la gente que iba al Di Tella siempre estaba perseguida. Con Alfredo Arias decidimos irnos de la Argentina. Yo soy como los gatos, me acomodo. Estuvo bien irme, en Argentina me metieron preso y ni sabía por qué. Bueno, una vez sí, fue por tirar una obra mía en la calle. Me llamó la policía y me preguntaron: “¿esto es suyo?”. Cuando dije que sí, me metieron preso. Así no se podía vivir.

Para el último espectáculo del que participó en el Di Tella, Juan se hizo un traje de mujer que usó él mismo. El resultado (por supuesto, exquisito) fascinó a Alfredo Arias que comenzó a pedirle vestuarios. Después Juan trabajó para la industria de la moda, dio cursos en escuelas de estilismo (“pero yo no explicaba la moda, sino cómo inventar las cosas”). Fue ese momento en que las artes ampliaban su campo de operaciones el mismo que le permitió ampliar su territorio, volverse un ciudadano del mundo y un argentino de París, rótulo que inventó Copi para si pero que a Juan y a Jean Yves también le calza, sobre todo porque Jean Ives es francés pero participó y participa con la misma algarabía de esa “internacional argentina” distribuida por la galaxia. Ahora, juntos, están presentando sus obras en la muestra “Cabezas” del Centro Cultural Recoleta y, al mismo tiempo, exponen y venden cuadros y cerámicas en Seguí 3922 (timbre 2, pedir cita al Cita 1168657740).

De hecho, la casita de la Boca tiene sus pisos puntuados por cerámicas hechas por ellos mismos. Una casa chorizo con un jardín al fondo en la que el arte hunde sus raíces y los materiales se confunden, porque todo está hecho para la vida buena.

Un gran ventanal de vidrio separa el jardín del interior, en el que se acumulan cuadros, libros, objetos. Un pájaro que ha hecho nido en el limonero del fondo cada tanto rebota contra el vidrio. “Es que ve su reflejo y se abalanza”, dice Juan.

Pero en verdad, no es un reflejo, sino un sueño, el sueño del nido permanente que han construido Juan y Jean Yves a lo largo de los años, el sueño de una felicidad de la cual todos quisiéramos formar parte. “Una vez entró uno”, dice Jean Yves. “Nos costó mucho sacarlo”.



¿Cuándo llegaron a París?



Juan: Llegué a París por primera vez en 1966 y la segunda en 1968, echado de Nueva York.



¿Quién te echó?



¡Los americanos! Porque me robé un par de medias.



Jean Yves: Yo llegué en septiembre de 1965, para estudiar literatura y empecé a trabajar en teatro con Patrice Chereau. Soy parisino, pero había estado viajando. Llegué desde Bretaña, pero ya en Venecia me habían dicho que había un grupo de argentinos fabuloso que hacían cosas en París [se refiere al grupo TSE, del que formaron parte Arias y Marilú Marini, entre otros]. Yo me integro, no hay lugar en donde me sienta extranjero. Todo eso era como un sueño para mí: nuestro mundo era el centro de la tierra, éramos como intocables, vivíamos con humor.

Conocí a Copi ese mismo año en un antro gay, mezcla de bar y dark room (aunque esas palabras no se usaban en la época)... Yo tenía 20 años, él un poco más. Me invitó al día siguiente a ver una obra de él, El día de una soñadora, que me gustó mucho. Después empecé a salir con él, a pasear, comer, era una vida de fiesta. Era el gran momento de París, de la libertad, de la gracia, era todo fácil.

Copi ya era famoso por las historietas que publicaba en Le Nouvel Observateur, la gente compraba la revista por Copi, que era como una vedette, la gente lo amaba. Su imagen era más grande que su trabajo, en ese momento. Era una persona de una libertad intelectual, moral y física completamente aparte. Era el tipo ideal del inmigrante de lujo, de buena familia, todo el mundo quería conocerlo. Podía ser muy callado o muy expansivo, pero siempre muy divertido, le gustaba bailar toda la noche.



Juan, ¿vos cuándo lo conociste a Copi?



Juan: Lo conocí en el 1970. Yo vivía en ese momento en Londres. Y Alfredo Arias me llamó para hacer la ropa de la obra Eva Perón. Me vino muy bien volver a París, para mí es una cosa del destino.

Vos fijate que apenas llegué a la ciudad, me fui para lo de Copi y me abrió la puerta este señor (señala a Jean Yves) completamente desnudo.



¿Vivía con Copi?



Juan: Sí, pero como amigos. En ese momento este señor estaba haciendo sus cosas con otro.... Fue el 13 de enero de 1970, y ese mismo día comenzó una relación que no sabíamos que iba a convertirse en 50 años de vida y de trabajo.



Y todo por Copi...



Juan: Todo eso pasó a causa de esa obra de Copi, Eva Perón. Algo le debo a Copi... Sin ser La Celestina, nos encontramos en su casa. Y como Jean Yves era un chico muy sexual (Jean Yves hace muecas), tenía que estar desnudo.

A partir de ese encuentro decidí que volvía a París para vivir con él, no por Eva Perón ni por el teatro, ni por el arte, sino por él. Y con él.



Juan y Jean Yves parecen tener una coreografía perfeccionada con los años. Juan es más sedentario, Jean Yves más hiperquinético. Cada cosa que se dice le da ocasión para levantarse y buscar una foto, o traer un café, o prender un cigarrillo (Jean Yves fuma, Juan no). Es como uno de esos pájaros que, del otro lado del vidrio, revolotean sin cesar.

Los dos son de una generosidad infrecuente. Juan había fijado las cinco de la tarde como horario para terminar con la entrevista. Pero después le pareció que podíamos seguir conversando hasta las seis. Jean Yves nos dejó ver su álbum de fotos personales. “¡Pero esas no las publican!”, advirtió Juan.



¿Cómo era el ambiente parisino de esa época?

Juan: No hay que olvidarse de la época: los años 70. Todo era más barato, alquilabas por nada, era más fácil, te las arreglabas con nada en París, y el espíritu de la gente era de mayor libertad. Yo nací en Argentina, pero podría haber nacido en cualquier otro lado. Éramos más internacionales. Desde chico que yo quería vivir en Francia, desde que me contaron la historia de la Revolución Francesa y de cómo la cortaron la cabeza a la reina. Creo en el azar, no profundizo tanto.



Jean Yves: Después del 68 cambió todo. En París todo era invención de la libertad, sexual, de todo. Había un grupo de gente con una libertad creativa que se permitía todo, también con excesos de todo. París era un poco el centro de la libertad europea y nosotros éramos parte de esos movimientos de liberación.



Juan: Ahí vinieron las nuevas tendencias de arte plástico, de teatro, y a nosotros nos preocupaba el medio teatral y también la moda, y se podían hacer muchas cosas de forma muy fácil. Hacíamos impresiones de camisetas, accesorios, y de golpe el mundo de la moda nos exigía un compromiso económico, industrial, que no podíamos asumir. Así que seguimos en el mundo del teatro, un mundo en el que éramos más nosotros mismos, por fuera del negocio. Yo creo mucho en el destino, vamos de un lado a otro pero siempre en el mundo artístico. No podemos estar en el negocio.



Con el grupo TSE...



Jean Yves: Pero no solamente. También hicimos vestuarios para óperas en Bruselas y otros teatros europeos. Eva Perón fue un éxito enorme, con la bomba que puso la Triple A [en rigor, no fue la AAA, sino un comando de la derecha peronista no identificado]...



Juan: Copi era un amigo y nos veíamos todo el tiempo. Era tan simple para mí trabajar con él, era un placer. Para él yo era la persona indicada para hacer la ropa, y eso que conocía a Yves Saint Laurent.



¿Qué extrañan de aquella época?



Juan: (se ríe) Los años que teníamos... Yo ya la viví, y lo que vos vivís en una época no se va a repetir, pero vos cambiaste la época. Hoy en día la gente joven vive de otra forma, tienen otros medios que nosotros no teníamos.



Jean Yves: había posibilidad de todo, éramos artistas, fue una gran época de creación.



Pero ustedes además crearon una forma de vivir juntos...



Juan: Es que no solo fue la tensión sexual lo que compartimos... Desde el primer momento yo sentí que me entendía, nos gustaba lo que hacíamos, es algo que no puedo explicar, simplemente me llegó.



Jean Yves: Juan siempre fue muy divertido.



Juan: Yo nunca tuve que esconder nada. Y no me interesa qué hace la gente de su vida privada. Nosotros salimos, vamos juntos a hacer las compras, qué se yo lo que piensa la gente. Tampoco me preocupa. Tenemos esta casa, esta vida en común. Trabajamos juntos. Hemos vivido en otros lugares.



¡Cincuenta años de vida en común! Uno quisiera trabajar para una revista del corazón y poder proponer un conjunto de reglas para la correcta conyugalidad, esos consejos que hasta los diarios más conservadores brindan a sus lectores. Pero con Juan y con Jean Yves resulta evidente que no hay nada de eso: ni reglas estrictas, ni decálogo de obligaciones. Todo fluye con la naturalidad del amor, eso “que no se puede explicar”: cómo cada uno espera que el otro termine de hablar, cómo cada uno completa o se ríe de lo que el otro dice, cómo se chicanean sin malicia (“Él nunca encuentra las llaves..., para mí que lo hace a propósito”, dice Juan; “él tiene unos cuantos años más que yo”, dice Jean Yves). Una fluidez que tal vez provenga de haber podido cumplir con todos los deseos, de haber podido habitar todos los espacios, de haberse conocido en ese momento en que la imaginación, por un instante, tomó el poder.

Unas vidas unidas por la imaginación y una comunidad que eligió no prescindir del arte, entendido en toda su potencia de transformación, seguramente tiene anticuerpos suficientes como para resistir a la malicia del mundo.

Por supuesto, ya hace mucho tiempo que no van a bailar y las nuevas tecnologías constituyen, como para nosotros, una barrera insalvable.



Jean Yves: La última vez que salimos fuimos a Contramano. ¡Cuánta cocaína que había!



En una semanas, les comentamos, un amigo artista y diseñador hace fiesta de disfraces. Desde ya, los invitamos.



Juan: ¡Vamos seguro! Yo recupero mi primer vestuario y voy disfrazado de señora.



¡De la Mujer Sentada!



Jean Yves: Y nosotros recibimos en casa todos los domingos. Viene todo el mundo. ¡Vengan! (mientras nos llena los bolsillos de limones de su jardín del fondo).




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