miércoles, 12 de enero de 2005

Diario de un televidente

"Los de acá son más auténticos", dijo S. refiriéndose a los gauchos, comparados con los cowboys. "No sé si es eso", le contesté.
Después de una larga jornada de trabajo, era la televisión o tirar la computadora por la ventana. Soy prolijo con el zapping: empiezo siempre por el número 3. Y cuando llegué al canal 7 me quedé, naturalmente, mirando el festival de doma y folclore de Jesús María. La parte folclórica era medio bochornosa, pero la doma me dejó con un estado de excitación (sexual) que ni las mejores páginas de gaydar consiguen. Además, en las propagandas seguí con el zapping y encontré en ESPN un rodeo yanqui, de donde la comparación.
No es una cuestión de autenticidad, pienso, sino de lógica televisiva. Lo de Jesús María se veía desleído, como si fuera un "directo" grabado por cualquiera. Lo de los yanquies era un espectáculo televisivo completo, con marcadores, cronómetros, narradores y comentaristas, lo que lo hacía más entretenido. Por supuesto, tenía premios millonarios e innumerables auspicios: Wrangler, Jack Daniels, etc. Como si se tratara de la Fórmula 1. Incluso, había un cowboy (que hizo una actuación lamentable) llamado Schumacher (no sé si la grafía es correcta).
S. deploró que algunos cowboys se subieran a los caballos o toros (esos muchachos montan cualquier cosa) con casco y chaleco protector. "Deben ser las reglas", dije. Pero no, porque no todos iban igual. "Habrán tenido accidentes previos", los defendía. "Para eso, que no vuelvan al rodeo", sentenciaba S., inflexible. Decididamente, él estaba más con la montonera de Jesús María. El espectáculo que daban nuestros paisanos (todos ellos hermosos, no hace falta decirlo) era más rústico y funcionaba con un fondo permanente de payador al borde del colapso. Y nada de jeans, puras bombachas (que a los culos argentinos, de todos modos, les sientan de maravilla).
El ganador, en el show yanqui, fue Dustin Elliot, a quien cualquiera con un mínimo de sensibilidad estética le habría arrancado los wrangler a mordiscones. En Jesús María, yo habría apostado el resto de mi dignidad (que no es mucha) al santiagueño Luis Prestofelipo, que lucía una melena à la Padre Coraje y parecía haber nacido para centauro. Por supuesto, en menos de dos segundos estuvo en el suelo y me di cuenta de que el caballo lo había hecho a propósito: tanta belleza merecía morder el polvo (de la derrota).
Proyecto para los años que vendrán: organizar, con los auspicios de la Secretaría de Cultura, un mundial de doma, monta de toros y enlace de terneros. ¡Yo canté primero!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hola
como estas
amor
haaaaaaaaa
te
quiero conoser
para
despues }
darnos una
cachada
de
la
buenas

principio de incertidumbre dijo...

no te creas. Conozco domadores (incluso en mi familia, que han ganado cosas y todo) y no hay tensión sexual alguna.

No digo que no haya, pero en general, no.

Cuando era chica me gustaba uno que siempre andaba de bombacha de campo, boina y demás estereotipo. Resultó ser un potentado hacendado (de familia, claro). Ahora es medio metrosexual con perfume caro.

So...


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