jueves, 7 de junio de 2007

Poderoso caballero...

No todas las preocupaciones teatrales que tenía en el momento de escribir El amor en los tiempos del dengue eran de índole formal (o lo eran, porque todo es forma, pero en un registro diferente). ¿Cuál podía ser "el tema" de una obra mía? Pensé que los personajes debían estar obsesionados, también ellos, por la diferencia mínima y me pareció que el dinero, eso que circula ciegamente entre nosotros, era la moneda necesaria para desencadenar sino el drama, por lo menos el parloteo. Como el teatro gira alrededor de las identificaciones (bien o mal consideradas, según las posiciones estéticas y teóricas que se consideren), un dramita del dinero y el modo en que lo contamina todo podía ser el espejo en el que todos y cualquiera pudieran mirarse.
Uno de los primeros espectadores ya señaló que la obra "parece promover, luego de la sala, la repetición de los parlamentos de la obra con nuestra voz, de continuar la función en nuestras vidas". En efecto, luego de la función de prensa, me sorprendió encontrarme con tanta gente que había hecho suyos algunas de las réplicas que habían escuchado minutos antes. Parecía que ese coro de voces amigas corroboraba mi intuición y, al mismo tiempo, refrendaba la potencia de la puesta en escena: el soberbio trabajo de los actores y de la directora.
¿Cuál sería la situación? Un diálogo entre dos personas cuyo vínculo no queda claro (porque involucra el dinero, que todo lo enturbia). Un diálogo agobiante y obsesivo alrededor de un tema único y excluyente, como si los personajes hubieran sobrevivido a una catástrofe incierta y no pudieran pensar sino en eso, a riesgo de desmoronarse. Qué raro fue que muchos de los primeros espectadores se sintieran involucrados (reconocidos) en esos parlamentos desesperados y ridículos, re-presentados por un espejo roto. "El moralista huye de su imagen reflejada en el espejo, rompe la luna y se corta la mano", dijo Trotsky sobre Céline. Tal vez esas metáforas (el espejo roto, la mano cortada) sirvan para explicarnos los efectos del teatro, esa epidemia.

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1 comentario:

Amalia Pedemonte dijo...

Interesante, me hizo acordar a Pirandello, con aires de Quevedo ( ¿era de Quevedo el poderoso caballero que repicaba Paco Ibáñez?)... Enhorabuena Link.

Aquileana