domingo, 23 de marzo de 2025

sábado, 22 de marzo de 2025

Teoría del musulmán

Por Daniel Link para Perfil

Señor Joaquín Morales Solá, me dirijo a Ud. en relación con su artículo “¿Qué hacen los barrabravas con los jubilados?” que avala el accionar represivo ejecutado por la Sra. Patricia Bullreich. Usted escribió en un periódico de circulación nacional (y no en una red de resentidos y desinformados): “Ciertos sectores políticos cuestionan la represión policial. ¿Y qué debería hacer la policía? ¿Qué haría el Estado en cualquier parte del mundo ante una situación de violencia de esa magnitud? Debe reaccionar. Es su naturaleza. Si no lo hace, pierde su razón de ser”.

Yo no sé si Ud. es capaz de darse cuenta del abismo al que se asoman esas frases que admiten, por un lado la “represión policial” y la justifican como la “razón de ser” del Estado. De ahí a justificar la represión militar de la última Dictadura hay sólo un paso y Ud. no parece titubear en darlo.

Otros periodistas (en este mismo diario, pero también en el que le paga sus colaboraciones) desmontaron las ridículas presunciones paranoicas de la Sra. Bullreich y del gobierno del que forma parte, tal vez como episodio terminal de una carrera errática. No hubo violencia concertada, no hubo sedición, no hubo intento de golpe de Estado, ni siquiera es claro que haya habido tantos “barrabravas” sino sencillamente hinchas de fútbol (que como yo, o son jubilados o tienen parientes jubilados, puestos bajo la avara tutela de la Sra. Pettovello).

Para Ud., sin embargo, se trata de seres que metafísicamente “son violentos por naturaleza”: “Los barras bravas llevan la violencia a donde van”.

Sorprende que un señor mayor como Ud. caiga en simplificaciones semejantes. El gran filósofo Emmanuel Levinas escribió unas Reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo donde puntualizó (para salvar al funcionario del Tercer Reich) que en la filosofía de Heidegger se puede querer o no el propio Dasein. Para el nazismo, en cambio, uno estaba condenado a su “razón de ser” y su “naturaleza” (lo que Ud. llama “violento por naturaleza”).

Por supuesto, no hay seres de violencia por naturaleza, como no hay jubiladas patoteras o fotógrafos militantes que merezcan la desinhibida represión policial desatada sobre esos cuerpos vulnerables, sobre los que Ud. no tuvo ni una palabra de solidaridad.

Como jubilado, le aseguro que prefiero la compañía y la protección de esos “barrabravas” que Ud. desprecia (como Hitler despreciaba a los judíos, como hoy se desprecia a los musulmanes: por su “naturaleza”) a su compañía o la de la Sra. Bullreich, a quien no le escribo porque sé que ella no lee. ¿Usted sí?

 


viernes, 21 de marzo de 2025

jueves, 20 de marzo de 2025

Todo por un Beto...



 

sábado, 15 de marzo de 2025

Los viejos vinagres

Por Daniel Link para Perfil

Estimada Sandra Pettovello: yo sé que usted debe de estar muy ocupada revisando las planillas de horas extras de las enfermeras en los hospitales a su cargo y dando de baja pensiones por invalidez mal otorgadas. Sé que es una gran responsabilidad la que carga sobre sus espaldas y no tengo dudas de que haber reducido tan drásticamente la canasta de medicamento subsidiados a través del PAMI seguramente no la dejó dormir durante un par de noches. Le escribo un poco por eso: si bien hay un subsidio especial del 100% del valor de los medicamentos en casos especiales (por ejemplo, para afiliados con discapacidad), es prácticamente imposible acceder a él. Le pido que una tarde que tenga libre, vaya a las farmacias del GBA, un ratito nomás, y observe los malabares que hacen los jubilados y las humillantes rogativas a las que se entregan para poder comprar no digamos ya una caja de medicamentos, sino una tirita.

Pero, sobre todo, quería llamarle la atención sobre el retraso en el nomenclador de prestaciones para discapacidad, que no ha sido actualizado desde el mes de diciembre pasado, mientras los precios de esas prestaciones se han incrementado muy por encima de los índices de variación de precios al consumidor (porque el sector “salud” estaba muy atrasado, como argumentan). En consecuencia: los reintegros que corresponden por ley ya no cubren la totalidad de esas prestaciones sino una parte, limitada por el tope de los nomencladores.

Apelo, pues, a su inteligencia y a la razón de Estado que debe guiar su función ministerial: proteja a las personas discapacitadas, actualice los nomencladores, como corresponde.


jueves, 13 de marzo de 2025

Samantha Farjat y Natalia de Negri, el regreso


 

Los recortes del día

 


Bajo alguno de los dos titulares se esconde un pelotudo mal intencionado. Adivinen cuál.

 

Trump y el sadismo

por Judith Butler para Lobo suelto

En la medida que Trump anuncia una serie de órdenes ejecutivas y pronunciamientos públicos devastadores y terribles cada día, nunca ha sido tan importante evitar ser capturadxs por su obscenidad y concentrarnos en cómo las cuestiones están interconectadas.

Mientras nuevas obscenidades inundan el ciclo de noticias, es fácil olvidar o dejar al margen las órdenes ejecutivas de la semana anterior: prohibiciones de programas y discursos sobre diversidad, equidad e inclusión (DEI) como «ideología de género» en todos los programas financiados con fondos federales. Amenazas de deportación a estudiantes internacionales que participen en protestas legítimas; diseños expansionistas sobre Panamá y Groenlandia y propuestas de hacerse cargo del desplazamiento total y forzoso de sus tierras a los palestinos en Gaza, se anuncian en rápida sucesión. En cada caso, Trump hace la declaración como una demostración de poder, poniendo a prueba si puede entrar en vigor. Las órdenes ejecutivas pueden ser suspendidas por los tribunales, pero la deportación de inmigrantes ya ha comenzado, al igual que la reapertura de los grotescos campos de Guantánamo.

La acumulación de poder autoritario depende, en parte, de la voluntad de la gente de creer en el poder ejercido. En algunos casos, las declaraciones de Trump pretenden tantear el terreno, en otros, la afirmación indignante es su propio logro. Desafía la vergüenza y las restricciones legales para demostrar su capacidad de hacerlo, mostrándole al mundo un sadismo desvergonzado.

Los regocijos en el sadismo desvergonzado incitan a otros a celebrar esta versión de la masculinidad —una que no sólo está dispuesta a desafiar las normas y principios que rigen la vida democrática (libertad, igualdad, justicia)— , que se representan como formas de «liberación» de falsas ideologías y de las limitaciones impuestas por obligaciones legales. Un odio exaltado se presenta ahora como libertad, mientras que las libertades por las que muchxs de nosotrxs hemos luchado durante décadas son distorsionadas y desacreditadas como «wokismo» moralmente represivo.

El goce sádico en cuestión aquí no es sólo de Trump; depende de ser comunicado y ampliamente disfrutado para que exista: es una celebración comunitaria y contagiosa de la crueldad.  De hecho, la atención mediática que suscita alimenta el juego sádico. Este desfile de indignación reaccionaria y desafío precisa ser conocido, visto y escuchado. 

Es por eso que ya no nos sirve simplemente denunciar la hipocresía. No hay una fachada moral que desenmascarar. No, la exigencia pública de apariencia de moralidad por parte del líder se invierte: sus seguidores se emocionan ante la exhibición de su desprecio por la moralidad, y la comparten.

La exhibición desvergonzada del odio, el desprecio por los derechos, la voluntad de quitar los derechos de equidad y libertad a la gente prohibiendo el “género” y sus desafíos al sistema binario de sexo (negando la existencia y los derechos de las personas trans, intersex y no binarias), destruyendo los programas DEI destinados a empoderar a quienes han sufrido una discriminación duradera y sistémica; las deportaciones forzosas de inmigrantes y los llamamientos al despojo total de quienes han sobrevivido, traumatizados, a las acciones genocidas en Gaza.

Raphael Lemkin, el abogado judío-polaco que acuñó el término «genocidio», dejó claro que incluye «un plan coordinado dirigido a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de grupos nacionales… puede llevarse a cabo aniquilando toda base de seguridad personal, libertad, salud y dignidad». De hecho, el traslado forzoso de niños es el quinto acto punible en virtud de la convención sobre el genocidio adoptada en 1948.

No todas las formas de eliminación de derechos de Trump pertenecen a la categoría de genocidio, pero muchas de ellas expresan pasiones fascistas. Negar a las personas trans, intersex y no binarias el derecho a la salud, el reconocimiento legal y el derecho a la libertad de expresión ataca los fundamentos mismos de sus vidas. Incluso el conservador Tribunal Supremo consideró que la discriminación contra las personas trans y de género fluido (non-conforming) constituye discriminación por razones de sexo (Bostock contra Clayton, 2020). 

Entonces, no tiene sentido decir que los derechos de las personas trans amenazan la ley basada en el sexo: pertenecen a esa ley y deben estar protegidos por ella. Acorralar a lxs inmigrantes en escuelas y hogares, deportarlos por la fuerza a centros de detención y arrebatarles sus derechos al debido proceso no sólo muestra un claro desprecio por esas comunidades, sino por la propia democracia constitucional. La amenaza a la ciudadanía por derecho de nacimiento desafía una protección constitucional básica y sitúa a Trump por encima de las normas constitucionales y del equilibrio de poderes.

Si seguimos tomadxs por la indignación y paralizadxs por la estupefacción ante las nuevas declaraciones de cada día, seremos incapaces de discernir qué las conecta. Quedar tomadxs por sus declaraciones es precisamente el objetivo de su enunciación. En cierto modo, estamos bajo su servidumbre cuando nos captura y nos paraliza. Aunque existe cada uno de esos motivos para indignarse, no podemos dejar que esa indignación nos inunde y no podamos pensar. Ahora es el momento de confrontar las pasiones fascistas que alimentan este desvergonzado acaparamiento de poderes autoritarios.

Quienes celebran su desafío y su sadismo están tan tomados por su lógica como quienes se paralizan de indignación. Quizá haya llegado el momento de apartarse de estas pasiones para ver cómo funcionan, pero también de encontrar pasiones propias: el deseo de una libertad igualmente compartida; de una igualdad que haga realidad las promesas democráticas; de reparar y regenerar los procesos vivos de la Tierra; de aceptar y afirmar la complejidad de nuestras vidas corporeizadas; de imaginar un mundo en el que el gobierno apoye la salud y la educación para todxs, en el que vivamos sin miedo, sabiendo que nuestras vidas son interdependientes e igualmente valiosas.

 

 

 

miércoles, 12 de marzo de 2025

Alegoría de la política

por Giorgio Agamben para Quodlibet

Todos estamos en el infierno, pero algunas personas parecen pensar que no hay nada más que hacer aquí que estudiar y describir minuciosamente a los demonios, su horrible aspecto, su feroz comportamiento, sus traicioneras tramas. Tal vez se engañan de este modo pensando que pueden escapar del infierno y no se dan cuenta de que lo que les ocupa por completo no es sino el peor de los castigos que los demonios han ideado para atormentarles. Como el campesino de la parábola kafkiana, se limitan a contar las pulgas en la solapa del guardián. Ni que decir tiene que tampoco los que están en el infierno pasan su tiempo describiendo a los ángeles del cielo: también éste es un castigo, menos cruel en apariencia, pero no menos odioso que el otro. 

La verdadera política se encuentra entre estos dos castigos. Comienza por saber dónde estamos y que no podemos escapar tan fácilmente de la máquina infernal que nos rodea. De demonios y ángeles sabemos todo lo que hay que saber, pero también sabemos que es con una imaginación falaz del paraíso como se construyó el infierno y que a cada consolidación de los muros del Edén corresponde una profundización del abismo de la Gehenna. Del bien sabemos poco y no es un tema en el que podamos profundizar; del mal sólo sabemos que nosotros mismos hemos construido la máquina infernal con la que nos atormentamos. Tal vez nunca haya existido una ciencia del bien y del mal y, en cualquier caso, aquí y ahora no nos interesa. El verdadero conocimiento no es una ciencia, es más bien una salida. Y es posible que esto coincida hoy con una resistencia tenaz, lúcida y rápida en el acto.

8 de marzo de 2025

La Mascletà de hoy

 



sábado, 8 de marzo de 2025

Gente joven que se mata

por Artemio López para Perfil

Según datos oficiales, “en la Argentina, los suicidios constituyen la segunda causa de muerte en la franja de 10 a 19 años. En el grupo de 15 a 19 años, la mortalidad es más elevada, alcanzando una tasa de 12,7 suicidios cada 100 mil habitantes”.

La tasa en los varones es de 18,2 y en las mujeres 5,9. Desde principios de la década de 1990 hasta la actualidad la mortalidad por suicidio en adolescentes se triplicó a nivel nacional.

La psicóloga, militante de la salud y miembro de la Fundación Soberanía Sanitaria, Daniela Giorgetta, se pregunta: “¿Cómo explicamos este terrible accidente del alma? ¿Qué fenómeno siniestro conduce a la juventud al peor de los finales? ¿Qué los hace sufrir tanto? ¿Por qué no los vimos ni escuchamos antes? No es este un recuento de situaciones trágicas o meras descripciones de esta época, es un intento de atar cabos, de unir puntos, de poder respondernos algo ante la pregunta cómo llegamos hasta acá”.

Para comenzar a responder la pregunta de Giorgetta, referimos una información reciente suministrada por el ministro de Salud Bonaerense, Nicolás Kreplak: “La cantidad de suicidios en la provincia duplica la cantidad de asesinatos. Se duplicaron los suicidios en el primer año de Javier Milei”.

Tomemos ahora estos datos y combinémoslos con la mirada de Mark Fisher, el filósofo y teórico cultural británico que abordó el tema de la depresión sustrato de muchos suicidios, desde una perspectiva crítica y política, particularmente en su libro Capitalist Realism: Is There No Alternative?

Sostiene Fisher que en un contexto de falta de alternativas y crueldad neoliberal, la responsabilización se convierte en un problema central cuando se trata de salud mental.

Las personas que enfrentan dificultades psicológicas o emocionales, como la depresión, a menudo son (auto) percibidas responsables de su sufrimiento, sin considerar los factores sistémicos que contribuyen a su malestar.

Sin cuestionar las estructuras de poder y las condiciones sociales que producen estrés, ansiedad y alienación, se tiende a culpar al individuo por su incapacidad para “adaptarse” o “superar” dificultades.

Esto puede llevar a la estigmatización y al aislamiento, ya que se percibe la enfermedad mental como un fallo personal.

La responsabilización refuerza la sensación de que no hay alternativas al neoliberalismo. Si las personas están constantemente bajo presión para mejorar su bienestar personal, enfrentándose a la ansiedad por su desempeño en todos los aspectos de la vida, se crea un ambiente en el que la lucha por la “automejora” parece ser la única opción viable.

Esto supone la culpa individual: si no se tiene éxito, es porque no se está haciendo lo suficiente o porque se carece de la disciplina o la motivación necesarias.

Este proceso de culpabilización individual puede crear un ciclo de desesperanza, base frecuente del suicidio, donde las personas se sientan responsables desconociendo al sistema que les impide acceder a lo que realmente necesitan para llevar una vida satisfactoria.

¿Y qué tipo de insatisfacción estructural da marco hoy al incremento del padecimiento subjetivo y la culpabilización individual en los jóvenes?

Al respecto, un informe del Centro de Estudios para la Recuperación Argentina –dependiente de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA– indica un aumento muy fuerte de la indigencia y pobreza para quienes tienen entre 14 y 29 años. El relevamiento está hecho en base a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH-Indec).

La indigencia impacta sobre el 24,5% de la población joven a nivel nacional, y la pobreza afecta al 62%, récord absoluto desde que se miden ambas carencias.

Por otra parte, el desempleo y la informalidad entre los jóvenes duplican a la media nacional y el salario promedio juvenil es la mitad de la media nacional.

La persistencia del modelo neoliberal de miseria planificada, que en su versión más extrema en democracia encarna el presidente Milei, –solo interrumpido durante la década kirchnerista–, en nuestra perspectiva, y los datos así lo corroboran, resulta el marco estructural que da contexto al aumento de los padecimientos subjetivos que en su cima muestra la disparada de la tasa de suicidios juveniles.

Abandonar este modelo de organización económico-social neoliberal responsable de calamidades estructurales y también de una subjetividad desdichada es el único camino, ya no solo para lograr mayores niveles de justicia y equidad, sino también para que la gente joven no se mate.

 

Los recortes del día

Dancin queen





 

 

Los recortes del día

 


Una artista del hambre

Por Daniel Link para Perfil

Querida Beatriz, nunca había imaginado que iba a leer tu último libro en tu ausencia (creo que, vos sin embargo, habías previsto esa circunstancia).

No entender me sumió en una tristeza abismal, por el tono de profunda amargura y porque no te reconocí, o vi a la Beatriz que yo conocía aplastada por un personaje unidimensional, muy diferente de aquella persona que venía a comer a mi casa, con la que hablábamos de gatos y de películas, de política y de viajes.

Por supuesto, esperaba de tu libro muchas más “revelaciones” que las que, en definitiva, terminás entregando. “Revelaciones” en el sentido de pliegues de experiencia que funcionaran como pormenores lacónicos que hicieran juego con los que yo conocí (de manera directa o indirecta) mientras duró nuestra amistá. No dedicás ni una página a tu experiencia en la Facultad de Filosofía y Letras y muy pocas a tu relación con la literatura argentina.

No entender es un libro mezquino: no tanto con el lector, sino con vos misma. De tu pasado seleccionás fragmentos que carecen de la intensidad y el poder de evocación de Viajes. Doy un ejemplo: tu relación con tu padre está bastante detallada pero de la relación con tu madre queda sólo un chiste, “madre idiota”, que no alcanza para entender ese nudo gordiano. Seguramente es un ajuste de cuentas, pero quienes leemos quedamos afuera.

En tu versión, la infancia (en general) es sólo un intervalo del que es necesario salir cuanto antes. Ninguna verdad en las experiencias o saberes de infancia (“vivía en la luna, ese helado satélite que es la infancia, donde no se entiende nada ni nada se conoce”).

La niñez como el paradigma del “no entender”, del no saber y del no poder. En un libro que se dedica a desplegar la formación de un gusto y sólo eso, la infancia no tiene espacio posible y es apenas el trampolín para empezar a definir el gusto, que deja de ser objeto de una sociología para convertirse en predicado de una voluntad (“el buen gusto resulta de un largo y terco trabajo”).

Desde el comienzo mismo, salís de la niñez con una convicción “moderna” más bien abstracta que aplicás sin misericordia, apoyándote en saberes que te vienen de los otros. Pero incluso en esas apropiaciones, no queda clara la razón de la serie. Es tan obvio que se adopten los gustos de las personas con las que se convive como decir que las parejas, con el correr del tiempo, terminan pareciéndose físicamente. Esa banalidad no sirve para nada. Lo que falta decir, en esas relaciones en las que se forma el gusto (que en tu caso, nunca se trans.forma) es por qué te quedaste con la arquitectura “moderna” de una ex pareja y con el jazz de otra, por ejemplo.

En tu libro aparecés como una figura trágica de alguien que cumple un destino, sin que haya crecimiento alguno (eso sería una trans.formación) sino acumulaciones y acentuaciones cada vez más definidas. Warhol, en un libro que me gusta mucho, dice de su interlocutor: ““tiene un gusto extremadamente definido. Lo cual creo que está mal porque limita su poder adquisitivo”.

El eclecticismo, tan característico del Siglo XX, nunca estuvo en tu horizonte. Es muy posible que una persona que haya abrazado la causa moderna en arquitectura bien pueda sostener un gusto (incluso perverso) por alguna cumbia. O que un músico de vanguardia guste del cine chatarra.

En tu caso, todo funciona en bloque, sin fisuras, con una definición extremista.

No entender es un libro sobre tu gusto, que yo no compartí. Confesás que, desde siempre, preferías cualquier bodrio moderno a las escaleras de la Biblioteca Laurenciana. La referencia es injusta, porque en 1476 Alberti hizo la casa del Mantegna, que anticipa toda la arquitectura ante la que caes rendida.

Al principio del libro hacés una analogía entre lectura y deglución (“la escuela donde hice primaria y secundaria ofrecía una buena provisión de alimentos tan variados como dispersos”). Retengo esa referencia porque alguna vez me dijiste que tenías un trastorno alimentario: te olvidabas de comer. Y cuando comías en casa, lo hacías como un pajarito.

Tal vez eso esté en el principio de la formación de tu gusto, que responde sobre todo a un ansia, un hambre desmedido. “Vivía hambrienta”, decís de aquella niña. Y lo mismo podría decirse de la persona que construís para dar cuenta de un gusto insostenible.

Te extraño, Beatriz. No sos vos la de este libro.

viernes, 7 de marzo de 2025

Los recortes del día

 

(Si alguien se roba este argumento deberá enfrentarme en la justicia: considérense anoticiados)
 

jueves, 6 de marzo de 2025

Vamos mejorando


El anticamp

por Mauro Bonotto para Medium
 
Desde que Soy una pringada hizo el video más gracioso del año, con mis amigxs andamos repitiendo que de tan mala, Emilia Pérez pega la vuelta y se transforma en una joya camp.

Y claro, es tan horrible que es graciosa. ¿Quién no se ríe con Hueles como papá, el cuadro musical en donde un niño le canta a su madre sobre el tufo a mezcal, guacamole y coca… cola que siente en su ropa?

¿Quién no se ríe de los estribillos sin ritmo, de las voces desafinadas, del wokismo forzado, de los giros inverosímiles, del estereotipo demasiado tonto que se hace de México?

Emilia Pérez es un caso raro en el cine mainstream. No la vemos porque sea buena, sino porque es pésima. Pero, al contrario de otros casos de consumo irónico, parece hecha para ser vista de esta manera y es tremendamente exitosa en su intención.

En ese sentido, sigue la lógica del cine de clase Z. Películas de subgénero como Sharknado o Killer Sofa que no se toman enserio, que se plantean como antiarte, que buscan ser berretas y mientras más lo sean, mejor.

¿O alguien de verdad piensa que es un descuido del verosímil que la abogada imprima alegatos en medio de una feria callejera? ¿o que el equipo de arte haga una virgen desproporcionada, con una cara más parecida a la restauración del Ecce Homo de Borja que de Karla Sofía Gascón?

Es tremendamente ingenuo pensar que no hubo comicidad planificada en el icónico número de la clínica de reasignación de sexo. Ni a Pepe Cibrián se le hubiese ocurrido:

— ¡Men to woman!

— ¡From penis to vagina!

Ni los Rusicals se atrevieron a tanto

Que el mainstream busque lo camp no es solo poco autentico y ridículo (en mal sentido de la palabra). Es un acto político malintencionado, que parece venir de una lógica distópica, casi como una extrapolación a la vida real del derelicto de Zoolander (un estilo de la moda que glamoriza la indigencia).

“Hay que distinguir entre lo camp ingenuo y lo deliberado. Lo camp puro es siempre ingenuo. Lo camp que se reconoce como tal (camping) suele ser menos satisfactorio. Los ejemplos puros de camp son involuntarios; son de una seriedad absoluta.” — Susan Sontag

Como película mainstream, Emilia Pérez, es un espejo invertido de la Met Gala de 2019, en donde la temática fue Camp: Notes on Fashion. ¿La alta costura abrazando el mal gusto? Mas bien apropiandose de él con premeditada intención y majestuoso virtuosismo.

“Creo que todos realmente lo intentaron y entraron en el espíritu de la cosa. El verdadero camp era tan malo que era bueno y no lo sabía. Pero nadie va al Met Ball sin saber lo que está haciendo; no hay inocencia en eso.” — John Waters

Esto no quiere decir que no haya disfrute en una falsa obra camp, en la ficción de lo camp, en su apropiación. Algunos vestidos de la Met Gala son admirables, pero es justamente esta admiración lo que hace que la relación espectador-obra sea más cercana a la de las bellas artes que a la de lo camp.

Tampoco quiere decir que no haya elementos auténticamente camp en Emilia Pérez. El ejemplo más claro es Selena Gómez y su pésima pronunciación del español. Hay algo decididamente camp en su intento de hacerlo bien y fracasar tan rotundamente.

El plano donde susurra al teléfono: hasta me duele la pinche vulva nada más de acordarme de ti”, es representativo de esta simbiosis entre autenticidad camp y apropiación camp.

Incluso si la hipótesis de la ingenuidad fuese cierta (que los continuos desaciertos fueron accidentes, que la pinche vulva fue escrita con seriedad), Emilia Perez no es convincente como obra camp, porque su relación con el espectador no lo es.

Hay que ver cómo uno se siente cuando la mira. El disfrute de la película nace de emociones antónimas a lo camp: la ironía, la burla y el menosprecio. Ninguna es llave de acceso a la emotividad camp.

“El gusto camp es, sobre todo, un modo de deleitarse, de apreciar; no de enjuiciar. (…) Las personas que comparten esta sensibilidad no ríen ante la cosa que etiquetan como camp, simplemente se deleitan.” — Susan Sontag

El camp es placer visual irracional, sin justificar el gusto con giros intelectuales. Es reacción estética pura. Pensar que algo es “tan malo” que se vuelve bueno, es hacer una operación irónica. Es posicionarse en un pedestal superior (“sé que es malo, por eso lo disfruto irónicamente”).

“El `buen´ mal gusto es celebrar algo sin pensar que sos mejor que eso… El `mal´ mal gusto es condescendiente, burlarse de los demás.” — John Waters

En cambio, la mirada camp se equipara con el objeto cultural, lo ve como un igual, lo sitúa a su nivel. Si se ríe, se ríe con él, no de él (y es como burlarse de si mismo).

Se valora la obra porque es la representación material de su (mal) gusto. Un mal gusto que no es otra cosa que un gusto que no se condice con el de la norma. La palabra “mal” significa únicamente eso: lo antinormativo. No hay camp sin oposición a la norma. Por eso lo camp es necesariamente queer.

Este es otro eje de por qué Emilia Pérez no es camp: aunque se presente como una película progresista, es conservadora. Oficialmente trata sobre la aceptación de las identidades trans, el empoderamiento de la mujer y la lucha contra el patriarcado. Pero a nivel formal construye una fantasía feminista tan exagerada que solo permite la burla. Es como si gritara: “¡todo esto del cambio de género y los femicidios es ridículo, pura ficción, riámonos!”.

La construcción del personaje de Emilia Pérez es el ejemplo más claro de esta contradicción con el supuesto sentido oficial. Una mujer trans que lucha contra las mafias, pero que en realidad es el narco más sanguinario de todo México. A nivel argumental es una película woke. A nivel subterraneo representa la pesadilla paki sobre las personas trans, en donde su verdad ontológica es la de ser criminales travestidos para el engaño.

(Qué decir de que su deadname sea Manitas, pero que el director haga varios planos detalle sobre las manotas de Karla Sofía Gascón…)

En Los productores, dos estafadores montan un musical horrible y abiertamente nazi para que fracase y así lucrar con el fraude; pero el público lo interpreta como sátira y resulta un éxito. La pieza había revelado, a través de la ficción, un escudo estético contra toda mirada: representar la interpretación del mundo de una ideología hasta su exageración más absurda. Sus detractores ven la obra como la comprobación de la estupidez de sus enemigos, pero también de que existe una maquinaria propagandística que intenta torpemente cambiar su parecer. Por el contrario, los adeptos a la ideología representada disfrutan de ella porque entienden que la ridiculización es un código humoristico (algo parecido a los sentimientos que despierta el roast, ese subgénero del stand-up en donde se humilla a un agasajado).

Pareciera que los realizadores de Emilia Pérez extrapolaron este dispositivo a la vida real: montaron una película torpe y odiosamente woke para que la izquierda la interprete como camp y, a la vez, para que la ultraderecha la interprete como la comprobación de sus teorías conspirativas (Hollywood como maqunaria de propaganda comunista y la falsedad de los discursos de género y feministas). En ambos casos se la aplaude, tanto normis como disidencias la validan y hasta el catering recibe nominaciones a los Oscar.

Esta tensión dual entre objeto cultural y mirada es una inversión en espejo de la sensibilidad camp. Si en el camp se aprecia sinceramente una obra rechazada por los estándares normativos; en su espejo invertido, en cambio, se la aprecia irónicamente porque representa la apoteosis de la norma. Propongo un nombre para este sentir: el anticamp.

Emilia Pérez, entonces, no es camp. Es:

El anticamp no es lo opuesto del camp, es la apropiación de lo camp como estética. Por eso siempre hay elementos decididamente camp en un objeto anticamp.

El camp es autentico en su ingenuidad. El anticamp construye apariencia de ingenuidad. El “mal gusto” de lo camp es una consecuencia en principio no deseada. El “mal gusto” de lo anticamp es una búsqueda consciente, una reelaboración estética de la torpeza.

El uso que hace el anticamp de lo camp es concreto. Se limita a esos dos rasgos indispensables: ingenuidad y mal gusto. Una obra que construya su apariencia camp en solo uno de estos aspectos, no será anticamp.

La MetGala del 2019 no es anticamp, porque elabora desde los supuestos signos del mal gusto, pero es transparente en sus intenciones de alta costura (lo camp se usa apenas y explícitamente como una referencia estética o temática).

Los anzuelos anticamp son elementos de la pieza construídos para simular mal gusto e ingenuidad. Aparentan ser hilachas en la costura, errores en la ejecución, consecuencias de un criterio errado. Estos “accidentes” no son otra cosa que una puesta en escena. Buscan llamar negativamente la atención y despertar pasiones tristes: la crítica, el odio, el menosprecio, el cringe.

Emilia Pérez está plagada de anzuelos anticamp. La pinche vulva es un anzuelo anticamp. From penis to vagina es un anzuelo anticamp. La música horrible es un anzuelo anticamp. Prácticamente cada fotograma lo es; de ahí que resulte paradigmática.

El anticamp busca ser descubierto infraganti. Apela a la mente conspiradora del espectador, que cree estar develando una finalidad tendenciosa (pero, en cambio, cae en su juego).

Si “el gusto camp es un modo de apreciar, no de enjuiciar”, el gusto anticamp es, justamente, el del juicio. El objeto camp quiso ser valorado y no lo logró. El objeto anticamp busca el rechazo y lo logra.

En este sentido, me parece fundamental profundizar en la tensión entre objeto y mirada. Si en el camp esta relación es horizontal, en el anticamp es desigual (una desigualdad inversa a la del arte institucionalizado de museo, en donde el aura sacra de la obra posiciona al espectador por debajo).

En el anticamp, la obra sitúa al espectador por encima. Parece decirle: “Soy una basura tan mal hecha que podés verme los hilos y descubrir mis verdaderas intenciones”.

Por eso, un objeto anticamp apela a la supuesta inteligencia. Si el espectador no cree estar descubriendo una verdad oculta, el sentir anticamp no se activa.

Contrario al goce de lo camp (que no está ni en lo político ni en lo intelectual, sino en el placer estético puro), el goce de lo anticamp está en la explosión (de inteligencia, de ironía, de odio o de burla) que se produce al descubrir la supuesta intención oculta del objeto.

Estos elementos forjan un escudo que hace de la crítica su antídoto definitivo. Los insultos le vienen bien. Lo único que importa es la reproducción de su discurso, de su norma. Que se ataquen. Que hablen mal, pero que hablen. Por eso el sentir anticamp es paki (no puede haber anticamp disidente) y la sensibilidad camp es queer (no puede haber camp normativo).

La Masacre de Texas reelaborada desde el anticamp

Lo paradigmático de Emilia Pérez es que lleva al terreno del arte institucionalizado una dinámica que es propia de la comunicación política contemporánea.

El anticamp es la fórmula de esos objetos y performances de la ultraderecha que nos causan perplejidad, gracia e indignación a la vez. Aunque no es territorio exclusivo de neoliberales y fascistas, son ellos quienes nos tienen acostumbrados a este sentir.

La motosierra de Milei es el anticamp criollo por excelencia. Habría que acordarse de lo que sentimos cuando entró en escena por primera vez durante una recorrida de campaña. A algunos les causó gracia (era la confirmación de que estaba loco), a otros les causó miedo (era la confirmación de que estaba loco, también). La supuesta locura intrínseca revelada por el objeto funcionó como la falla que le permitió a sus detractores sentir el goce anticamp, subestimarlo y subestimar a sus votantes.

Hay escenificaciones anticamp en todos lados y en todo momento.

En noviembre del año pasado, algunos militantes libertarios organizaron un acto que mezclaba estética nazionalista del subdesarrollo con imperialismo romano de cotillón. Uno de sus referentes, el Gordo Dan, dijo que eran “el brazo armado de La Libertad Avanza”.

Los componentes de “mal gusto” habían sido desatados, pero el anzuelo anticamp se terminó de completar al día siguiente. El cuerpo orquestado de funcionarios y tuiteros explicó: no se referían a armas de verdad, sino a celulares.

El arco opositor (la izquierda, el progresismo, el peronismo; pero también los paladines del gorilismo republicano) dedicó horas de pantalla y miles de caracteres a desbaratar la mentira; a explicar por qué mentían, por qué en realidad había sido un acto nazi y una amenaza concreta y tangible a la democracia. Habían pisado la trampa.

Astucia del Gordo Dan la de hacernos creer a los kukas que éramos más inteligentes por haber señalado su hilacha nazi, sus verdaderas intenciones; cuando en realidad todo lo que hacíamos era alimentar y reproducir su fama, su discurso y su norma.

En cambio, ningún libertario abandonó las filas. Tomaron la estética nazi como un gesto irónico, se rieron y reforzaron su enlace afectivo con el movimiento.

En la telaraña del anticamp, los verdaderos predicadores de una ideología son sus críticos.

“Elon Musk no es fascista: solo quiso entregar su corazón al público”

La mayoría de las veces la ingenuidad no se construye a posteriori, sino que está en la textura misma de la cosa.

En los últimos días de febrero, Donald Trump compartió en sus redes un video sobre la Franja de Gaza tan ridículo como ofensivo. Un montaje de imágenes animadas hechas con inteligencia artificial que muestran una utopía capitalista y frívola: Gaza convertida en un enorme complejo turístico.

El rasgo de mal gusto está en la ridiculización y banalización de un territorio en guerra, pero también en la gracia de algunas postales. Ese berretismo de la imagen construye su ingenuidad. Es como si nos dijera: “no me tomen muy enserio, soy un video de mierda”.

Como era esperable, llovieron críticas y se cumplió la finalidad anticamp: producir un objeto cultural destinado a la polémica para la prevalencia de la norma.

 

 

Parte rumbo a Europa...

El profesor Daniel Link, en gira veteromundana, visitará la Santa Sede y asistirá a la función de Alcine en la Ópera de Roma en el marco de su gira académica, que incluye las conferencias:

* “Los signos en rotación. Semiosis, cine y literatura” en la Universidad de Valencia, en el marco del proyecto Trans.Arch (martes 11 de marzo).
* “De la anfibiología: sobre el cine de Albertina Carri” en el marco del Coloquio Internacional “Albertina Carri: cartografía de una obra mutante” organizado por la Universidad de Toulouse (viernes 28 de marzo).
* “Darío Queer”, en la Universidad de La Laguna, Tenerife (viernes 11 de abril).
* “Experimentalismo y disidencia: algunos libros latinoamericanos" en la Universidad de Génova (viernes 4 de abril).
 
A su regreso, pronunciará la conferencia "Del ritornello" en el marco de las actividades de la Cátedra Literatura del Siglo XX (FFyL, 19/5, 18:00)
 
Fortuna comitetur!






 

 

 
 

sábado, 1 de marzo de 2025

Nación marrona

por Daniel Link para Perfil

Un poco motivado por las desafortunadas declaraciones del concejal Sergio Santana sobre el turismo marrón en Mar de Ajó, hacés lo que nunca antes: en modo Isidoro Cañones agarrás el auto y te vas a Mar del Plata, la capital turística argentina que, en plena temporada, suele ser marronísima. Por supuesto, está bien que así sea. Después de todo, lo que se llama Argentina tiene poco que ver con las representaciones metropolitanas y la banda atlántica de la geografía nacional. El modo Isidoro Cañones favorece el estudio antropológico porque aprovechás tus relaciones con las estrellas del teatro marplatense para recorrer lugares (playas, restaurantes, calles) que no son tus habituales. Una noche comiste en la esquina de Corrientes y Rivadavia a la salida de los teatros. Una marea marrón, mezclada con jóvenes vedettes en ascenso y viejas leyendas de los escenarios. Comiste bien, y te salió baratísimo. Y estabas a dos pasos de tu casa. Otro día, fuiste a una playa popular con un capocómico y una vedette que cumplía años. Por supuesto, eran íntimos de los vendedores ambulantes, que le regalaron a la cumpleañera una salida de baño de punto y a vos te ofrecieron un descuento fabuloso para una camisola para tu mamá y, encima, te pasaron la clave de wifi del balneario que estaba detrás para que pudieras hacer la transferencia.

Todo era marronidad en diferentes intensidades. Tucumán, Córdoba, Catamarca. Las provincias ya no pampeanas ejercían su derecho a la playa con una resolución indiferente a los prejuicios y, también, a las normalizaciones corporales.

No volverías a Mar del Plata en temporada, pero no por la calidad de la gente, sino por la cantidad (abrumadora). Las morfologías corporales no pueden formar parte de un diagnóstico cultural porque eso conduce de inmediato a la discriminación y el segregacionismo. Y, para vos, lo mejor de Mar del Plata es la mezcolanza.

Por supuesto, deplorás la muerte del delfín en Mar de Ajó, pero es un poco abusivo atribuirlo a mentalidades, culturas o colores de piel. Después de todo, ahí están las fotos de la oligarquía patriótica con sus cadáveres de ciervos apilados después de sus excursiones de caza. Lo que en un caso es ignorancia, en el otro es pura crueldad.





jueves, 27 de febrero de 2025

Homenaje a Beatriz Sarlo






 

sábado, 22 de febrero de 2025

Invasión extraterrestre

Por Daniel Link para Perfil

Te despertás sobresaltado y no reconocés el lugar donde estás. Tu cuerpo desnudo parece haber sido sometido a presiones e indagaciones de algún tipo, que no podés precisar porque no sentís dolor sino una especie de malestar general, casi una náusea. La misma, pensás que habías sentido la semana previa, cuando levantaste la persiana de tu casa y viste todo el jardín herido de hongos que había colonizado el terreno gracias a las lluvias y el calor extremo. Esa presencia blancuzca en medio de lo verde te pareció una especie de posesión alienígena o ultraterrena. Hasta las perras evitaban correr entre los hongos, que parecían preanunciar la corrupción de la materia.

Eso mismo sentías en ese despertar violento, un escozor dérmico, la formación de una arcada que no llegaba a cumplir su propósito, una contaminación generalizada de lo que habías considerado propio hasta entonces: tu cuerpo, ese papel, ese fuego.

Una presencia que se imponía a tu cuerpo, a la vida en general tal como la conocías. Estabas solo, pero de pronto esa presencia se materializó en dos criaturas indefinibles pero de rasgos similares, por no decir idénticos, salvo por el color de pelo.

Las dos criaturas te miraban fijamente, haciendo con sus dos manos gestos de pulgar en alto. Lejos de aceptar con beneplácito ese gesto odioso que replicaba un emoticón (que supuestamente replicaba un gesto, etc.), sentiste miedo: estabas a merced de ellos. Uno de ellos llevaba anteojos y el otro no. Eran de edad indefinida, pero tampoco era fácil adivinar su género y no tenían marcas raciales definidas. Sin embargo, de inmediato se los reconocía como del mismo planeta. Era como si sus identidades (que podían intercambiarse fácilmente) se formaran a partir de máscaras más o menos iguales con ligerísimas variaciones.

Vestían idénticamente, unos mamelucos negros muy holgados (lo que daba la impresión de que debajo de ellos había masas gelatinosas o gasterópodos). A la altura de lo que en los seres humanos marcaría la posición del corazón, cada uno tenía un distintivo tornasolado. Uno decía HW (el más pelirrojo), el otro SC (el más castaño). Taladraban la misma frase en tu cabeza: “Somos del planeta Libra. Venimos en son de paz”.

lunes, 17 de febrero de 2025

Los recortes del día

 "Venimos en son de paz...."