Hemos visto, a través de las ventanas, gente nueva acomodando placares. Un nuevo contingente para animar nuestras lángidas veladas. Hoy estuvimos en Lugano (Suiza), una ciudadela de lo más encantadora. Hipermoderna, hiperordenada, aún cuando su lengua de comunicación sea una variedad de italiano. Conseguimos un San Sebastiano de bronce en la tiendita frente a la Catedral. Un poco caro, pero bien lo valió. El señor que nos lo vendió parecía Salvatore, el personaje de Eco, hablando una mezcla de francés e italiano que seguramente debía más a una antigua lengua local que a esos idiomas nacionales.
Nuestro lago, decretamos, es mucho mejor que el lago de Lugano.
De los proyectos para ir al cine, hay que olvidarse. Flavia fue a ver la película de Tarantino, pero en italiano. Y yo no creo poder resistirlo. La idea de ver Matrix antes que en Buenos Aires era linda, pero impracticable en este país tan extraño.
En Suiza, problemas con el dinero: aceptan euros pero sólo en billetes (notas) y no en monedas. Aparentemente valen menos. Todo muy raro.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 2 semanas.
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