jueves, 27 de octubre de 2005
Finis terrae
¡Ándale!
Luis Mattini, después de las elecciones / La democracia ilusoria: Luis Mattini considera que las elecciones no fueron un momento de democracia, sino lo contrario: el sistema representativo como negación de lo democrático. El agotamiento del sistema político y productivo, el teorema del poder, el progresismo de derecha, Cristina K. y el setentismo, la política de criminalizar a los desobedientes, la indiferencia por las actuales violaciones a los derechos humanos y un chiste judío, para entender ciertos apoyos al gobierno.
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viernes, 21 de octubre de 2005
Dicen que...
El mártir san Sebastián, representa el dolor pero también el erotismo a lo largo de la historia del arte y por eso se ha convertido en el santo patrono de los gays. Esta exposición confirma el propósito milagroso del santo
[Sigue]
jueves, 20 de octubre de 2005
Corrrespondencia
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miércoles, 19 de octubre de 2005
Pandoras
El psicoanálisis nos acostumbró a pensar que no hay mujeres locas, sino que la mujer es, directamente, la locura del mundo. Devenidas en militantes, las mujeres no hicieron sino invertir ese prejuicio para decir que sí, que lo que la mujer hace es arruinar la falsa calma del régimen patriarcal. No es que la mujer enfrente al orden del varón sino que lo arruina por dentro, aniquilando su centro, haciendo del que se creía amo del cosmos un títere de sus caprichos: Salomé, Lulú, Lolita. Las mujeres fatales, a lo largo de la historia, obligan al hombre a hacer lo que más teme y lo que más quiere: pronunciar con voz quebrada esos nombres en lo que todo es blando, líquido, apenas palpitante. Al hacerlo, el hombre siente que renuncia a su potencia genitora, a su genius. Se vuelve tonto, esclavo, objeto de la burla de los otros.
La primera mujer fatal del cine (y, sin duda alguna, su arquetipo) fue Louise Brooks (1906-1985). A los quince años, la bellísima niña abandonó su Wichita natal (Kansas) con rumbo a Nueva York para no volver nunca. No sabemos si bailaba realmente bien, pero su performance en los escenarios neoyorquinos la llevó a Berlín, a Hollywood, y más allá. Su primer crédito cinematográfico es de 1926, pero fue su aparición como Lulú en La caja de Pandora (Georg Pabst, 1929), su décimoquinto papel en la pantalla, la que la llevó a ocupar el lugar privilegiado que tiene en la imaginación sentimental.
Pandora, la primera mujer sobre la tierra según la mitología greco-romana, fue la que sedujo a Epimeteo antes de entregarle la famosa caja ("Es un regalo de Júpiter", le dijo). Epimeteo abrió el regalo de los dioses (en otras versiones más militantes del mito es Pandora la que abre la caja por curiosidad) y dejó salir de ella todos los males que aquejan al hombre desde entonces: reumatismo, gota, afecciones venéreas (dolores que debilitan el cuerpo humano), y envidia, despecho, venganza (lo que pudre el alma de otro modo pura y solidaria).
Pandora dejó suelto en el mundo la plaga del deseo desesperanzado de aquello que no se conoce por principio (la mujer). Pabst comprendió el mensaje que le llegaba desde el inicio de los tiempos y dijo: el goce femenino es nuestra ruina y la mujer fatal al mismo tiempo nos arrebata y nos aniquila porque hace de su propio goce un objeto de su curiosidad. Pabst había visto alguna de las películas previas de Louise Brooks y decidió que sólo ella podía prestarle al arquetipo creado por Wedekin su cuerpo a la vez etéreo y macizo, su mirada intensa, su sonrisa, los movimientos y el emblemático corte de pelo. La caja de Pandora es un melodrama sombrío sobre una mujer bella que provoca la desgracia de quienes la desean (es decir, todos: un doctor honorable, su hijo inocente, una condesa vagamente lesbiana). En la escena final Pabst entiende que la única salida es interponer a Jack el Destripador (aquel que buscaba en las vísceras de sus víctimas los secretos del goce femenino) en el penoso camino de Lulú. La imaginación sentimental de Pabst ató definitivamente la belleza devastadora de la carne femenina y el punto de vista aterrado del varón. La película sufrió censura y mutilaciones en todo el mundo, pero Lulú había llegado al cine para quedarse para siempre.
Louise Brooks no sobrevivió a la sonorización del cine. Le faltaba voz, que es lo que Greta Garbo (1905-1990) podía ofrecer, además de una belleza sobrenatural e inquietante. En Mata Hari (1931) desempeña a la más grande espía de todos los tiempos, la que seduce a los hombres para arrancarles sus secretos. Al traicionarlos con un beso, Garbo señalaba que no es sólo fatalidad lo que se esconde en la mujer fatal, sino también el cálculo profesional. La mujer es capaz de hacer con su goce (y con el goce del otro) una intriga política. La contracara es
La tercera de la tríada sublime que pudo llevar con soltura el look del cielo fue Marlene Dietrich (1901-1992), en cuyo nombre la ele ya choca con una erre que hace ruido. Sus contemporáneas cuentan que, en el teatro, mientras ellas tenían que entregarse a los más disparatados excesos actorales para llamar la atención del público, a Marlene le bastaba con sentarse en una silla, cruzar las piernas (las piernas de Marlene), encender un cigarrillo y mirar el vacío para que el tiempo se detuviera para siempre.
En El ángel azul (1930), Marlene es una regordeta cantante en un cabaret de mala muerte al que concurre un gran burgués. Fatalmente, el Prof. Rath sucumbe a los hechizos combinados de las piernas, la voz y la mirada de Lola Lola y, al pronunciar ese nombre maldito, se deshace en un pozo de impotencia y autoconmisceración. Ni siquiera Marlene pudo salvarse de una condena masculina (cierto que irónica): el final de Morocco (1930) la encuentra rendida (¡a ella, que había llegado como la última Pandora a aniquilar la confianza del varón en su entereza!) ante el inclaudicable legionario Tom Browne (Gary Cooper). La última escena la muestra sacándose los zapatos de taco aguja y hundiendo sus piernas (¡las piernas de Marlene!) en la arena del desierto para seguir a su amor como una cuartelera más.
Por supuesto, Hollywood pronto comprendió que no era prudente quedarse a esperar que aparecieran esas mujeres arrebatadoras, incontrolables, peligrosas y deseables (por todo lo anterior). Más rentable era fabricarlas como un producto y ver qué sucedía. Algunas sobrevivieron a la empresa y otras no. La jovencísima modelo Lauren Bacall fue obligada por Howard Hawks a transformar su voz, llevándola de un chillido nasal parecido al de Fran Drescher (
Rita Hayworth tuvo un entrenamiento más difícil. Al principio de su carrera tuvo que lidiar con el capricho de algunos productores, que pretendían que cantara y bailara, cosa que no le quedaba bien a su cuerpo de pelirroja maciza. Más de una vez cambió de nombre (hizo más de diez películas como Rita Cansino), antes de que un guión bizarro como pocos le permitiera lucir su sex appeal arrebatador en Gilda (1946), donde un vago casino de una muy aproximativa Buenos Aires se convierte en el escenario de las pasiones encontradas de varios hombres por la misma mujer, lo que en el contexto de la imaginación sentimental de los varones lleva fatalmente al crimen.
Recién entonces pudo despegarse de la sexualidad pesada que los varones de Hollywood atribuyen a las mujeres latinoamericanas (Jennifer López, Jessica Alba, Salma Hayek). En La dama de Shanghai (1947), Orson Welles la tiñó de rubia, la adelgazó y le devolvió el misterio y la falsa fragilidad que todas las herederas de Lulú necesitan. En 1953, en el punto más alto de su esplendor, Rita hizo de Salomé para que no quedaran dudas de que ella era capaz de pedir y obtener en bandeja la cabeza de quien quisiera.
El caso de Jane Russell (1921) es un poco triste. Huérfana de padre, tuvo que trabajar desde muy chica para sostener la casa familiar. Presionada por su madre, consiguió ahorrar la pequeña fortuna que le costarían sus estudios dramáticos. En 1943, Howard Hughes la volvió famosa (y censurable) con El forajido, una película bastante menor pero que ponía todo el tiempo en primer plano los 96 y medio centimetros de busto que serían la perdición de Jane. Para colmo de males, fue obligada firmar un contrato de exclusividad con Hughes durante siete años. Hizo pocas películas y en todas ellas quedó siempre relegada al papel de teta parlante. Recién en Los caballeros las prefieren rubias (1953) pudo desempeñar un papel a la altura de su talento: una mujer cínica y experimentada que sabe cómo controlar a los hombres (la contraparte perfecta de la "inocente" Marilyn Monroe). Pero ya era tarde. La marea pop estaba llegando a todas partes e iba a transformarlo todo.
Con su carga de liberación sexual, voto femenino, igualitarismo laboral, control de la natalidad a cargo de las mujeres y teorías psicoanalíticas que desmantelaron los misterios de la atracción sexual, la posguerra volvió prácticamente imposible cualquier metafísica de la carne. De la mujer fatal o la vamp, el cine pasó a las heroínas o malvadas.
Barbarella, Ripley, Gatúbela, Lara: gotas de sexualidad líquida en el combate de los sexos. Jane Fonda, en Barbarella (1968), fue la primera de una larga lista que incluye a Gatúbela de Batman regresa (1992, Michelle Pfeiffer), Lara Croft de Tomb Rider (Angelina Jolie, que en Alexander se atrevió a dar muestras de todo lo que será capaz cuando madure) y, en un más allá de belleza, sensualidad y eficacia asesina,
La única que intentó ocupar ese lugar imposible (y así le fue) fue Sharon Stone, que venía de derrotar a puñetazos a Arnold Schwarzenegger en El vengador del futuro (1990). En Bajos instintos (1992) le hicieron cruzar y descruzar las piernas y el mundo creyó ver, abierta por última vez, la caja de Pandora. La esperanza, sin embargo, volvió a quedar guardada: Sharon tuvo un episodio cerebrovascular, quedó loca de atar y sólo apta para papeles como la villana de Gatúbela (2004), Laurel Hedare, una mujer de mármol obesionada por el envejecimiento y tan empastillada como Nicole Kidman, tal como se la ve en las ceremonias de entrega de los Oscars, quien en Moulin Rouge! (2001) ofreció una mezcla tan calculada y tan carnavalesca como inverosimil de Louise, Garbo, Marlene, Lauren y Rita: el cementerio cantado de la mujer fatal.
Nos queda, claro, la esperanza: ¿qué será de Dakota Fanning, la niña prodigio, la superestrella del momento, cuando crezca? Ojalá que la imaginación sentimental le permita revivir a Pandora y que el punto de vista aterrado del varón no pretenda aniquilar esa suave fuerza misteriosa y grave. La queremos Lulú, la sabemos Lolita, la soñamos Lola.
miércoles, 12 de octubre de 2005
Fantasmagorías
La literatura de los "onderos", que no fue recibida sin beligerancia por la crítica de la época, bien pronto encontró sus propios límites: en 1968, las manifestaciones estudiantiles en Tlatelolco iban a terminar en una matanza que haría de las juventudes urbanas un sujeto muy de otro tipo (Elena Poniatowska publicó en 1971 La noche de Tlatelolco, un non-fiction estremecedor y celebérrimo). Los cultores de la onda (y la literatura mexicana en su conjunto) entraban en los años setenta con un baño de sangre juvenil.
A diferencia de lo que sucede con el imaginario agrario-pampeano que constituye a los argentinos, siempre habrá "dos Méxicos": el espectral legado de las culturas precolombinas y la hipermodernidad de la cual el DF es su ejemplo más impresionante. La tensión entre esos dos imaginarios mexicanos aparecerá de diverso modo en la producción literaria de las últimas promociones. El propio Sainz llevó esa tensión al máximo con Fantasmas aztecas. Un pre-texto (1982), una "novela" experimental de cuyos nueve capítulos ocho se presentan como meras variantes del primero (el conjunto está organizado alrededor del descubrimiento accidental en el centro de México DF del Templo Mayor de los aztecas). Abandonando, por su parte, toda experimentación formal y toda referencia al imaginario precolombino, José Agustín ha hecho en novelas como Ciudades desiertas (1982) una investigación sobre la relación entre la cultura mexicana, la cultura norteamericana y, naturalmente, el Go-Between que corresponde a esa complicada frontera.
Igualmente ajenos a todo tradicionalismo y al tipo de persecución de lo moderno característico de los onderos, a mediados de la década del noventa un grupo de cinco escritores lanzó un manifiesto que pretendía recomenzar la literatura mexicana: el crack -por supuesto, no es que después de "
Durante el verano de 1996, una pequeña revista publicó el "Manifiesto crack" (más pomposo que conceptual) firmado por Ignacio Padilla (Si volviesen sus majestades, 1996; Amphitryon, 2000, Premio Alfonso Reyes 1989, Premio Primavera 2000), Jorge Volpi (El temperamento melancólico, 1996; La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, 1998), Eloy Urroz, Vicente Herrasti y Ricardo Chávez Castañeda (Para una evolución de la víctima negra en el cine, 1994; Las montañas azules, 1998). Puestos bajo la advocación de Ítalo Calvino y Umberto Eco, estos jóvenes para los cuales la única patria es la ficción salieron a rechazar toda forma de pintoresquismo (precolombino, hispánico, rural, urbano, juvenilista, etc?) e hicieron de ese rechazo la única garantía para la recuperación del gran impulso del boom latinoamericano y, al mismo tiempo, para evitar las trampas de sus socorridas temáticas. Era el nacimiento de la "literatura internacional" mexicana, que se graduaría en 1999, cuando Jorge Volpi ganó con En busca de Klingsor (¡Klingsor, un personaje de Parsifal!) el mismo Premio Biblioteca Breve Seix Barral que décadas atrás había consagrado sistemáticamente a los grandes patrones del boom latinoamericano.
El gran nombre de la literatura mexicana contemporánea, sin embargo, es un solitario que carece de contextos generacionales y estrategias grupales. Mario Bellatín nació en 1960 y tuvo una formación completamente excéntrica. Suele presentarse diciendo: "Soy Mario Bellatin y odio narrar". Hoy es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México y director de
Pareciera que, más allá del boom, los onderos, el crack, Bellatín es el único que puede postular una literatura enteramente nueva, en la cual sería difícil decidir si lo más importante es la potencia de las imágenes que convoca o la perfección de su prosa completamente ascética (a Bellatín le repugna lo "literario" en la literatura).
Después de Bellatín, hay todavía una camada de nuevos escritores mexicanos, la mayoría de los cuales (fieles al espíritu de nuestros tiempos) intervienen en Internet a través de sus blogs: Tryno Maldonado (Zacatecas, 1977) escribe en http://atari2600.blogspot.com. Epigmenio León Martínez es más conocido como Nicoménicus, su seudónimo en internet bajo el cual publica un diario empapado de alcohol y resentimientos amorosos (http://nicomenicus.blogspot.com/). Heriberto Yépez nació y vive en Tijuana. Ha publicado, entre otros libros, A.B.U.R.T.O (2005). En la actualidad trabaja en novelas cortas de tipo experimental, algunas de cuales pueden leerse fragmentariamente en http://hyepez.blogspot.com/. Siguiendo la senda de vínculos trazados por ellos tres es seguro que el lector llegue a un panorama de la actual literatura mexicana infinitamente más rico del que he intentado en estas líneas.
sábado, 8 de octubre de 2005
Libros recibidos
He aprendido en la Vida que la paloma es gracia de blancura.
He aprendido en la Gracia y en la Armonía y en el Blancor que a Aquel Hombre podían nacerle palomas blancas en la blanca mano.
Oscar Wilde. Cisne gentil y luminoso sobre el óvalo negro. Siglo XIX. Genio del mundo.
Siglo XIX. Oscar Wilde. Hombre que encuentra un sentido de altura sobre la altura, de Belleza sobre Cristo y el Arte.
Oscar Wilde. Luz de pábilo que alumbra el cielo de las almas locas. Goce de goces del Señor.
Oscar Wilde. Ritmo patético del espíritu. Candor entrañable.
Oscar Wilde. Catecismo de amores. Oscar Wilde. Y Francisco de Asís.
OSCAR WILDE.
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Para lo mental, primitivo, en estas civilizaciones, Oscar Wilde es un sodomita que escribe. Para mí El Genio. Para otros, un escritor nacido en Palestina.
(...)
miércoles, 5 de octubre de 2005
Diario de rodaje
El sueño de los héroes. Un diario de rodaje
Por Daniel Link
Fotografías de Sebastián Freire
Un joven muy producido (y los rasgos físicos de una provincia argentina) se me acerca en la puerta del Bar Oviedo, sobre Pueyrredón (a metros de Santa Fe), y me pregunta (porque piensa que algo tengo que ver con el rodaje de Ronda nocturna, con mi anotador en la mano y mi aire seguramente reconcentrado sobre el papel): "¿Qué están haciendo?". "Una película", contesto. "¿Para qué canal?". "No es para TV, es para el cine". "¿Quién la dirige?". "Edgardo Cozarinsky". Mira un poco la preparación de la escena y sigue: "¿Eso qué es? ¿La cámara?". "No, el micrófono". "¿Cuál es el protagonista?". Le miento, porque no quiero comprometer al actor, diciéndole que no está presente. El joven se retira, mariposea alrededor del grupo, se entera aproximadamente de cómo será la escena que va a rodarse. Al rato vuelve, ofuscadísimo, y me dice, como si fuera un indicio de la decadencia del mundo y de las artes: "¿Sabés qué pasa? A ese pibe le falta calle. Para esto (sin que se sepa bien qué es esto, aunque supongo que se refiere a la profesión de taxi-boy, que él debe de ejercer y no al arte cinematográfico) hace falta calle".
La escena sucedió a finales de mayo de 2004, durante la segunda semana de rodaje de Ronda nocturna, la película con la que Edgardo Cozarinsky volvió a Buenos Aires y que se estrenó un año después en Buenos Aires, y al que tuve el privilegio de poder asistir como testigo mudo.
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Casi toda Ronda nocturna fue filmada en la calle, de noche, entre las 9 y las 6 de la mañana, durante 7 semanas. Todos esos freaks (taxi-boys, transexuales, mendigos de la noche) acompañaron el rodaje de la película con curiosidad cinéfila. Cozarinsky (consciente del narcicismo que sucita el cine) a todos los trataba con coridalidad pero al mismo tiempo con distancia. Ronda nocturna no es una película a
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En la esquina de Santa Fe y Pueyrredón, cuando la mayoría de la gente ya se ha retirado de la calle rumbo a sus casas, aparecen los otros, los cartoneros que casi nadie quiere ver y que sin embargo siempre están allí como formando parte de un paisaje al que nos hemos acostumbrado demasiado. "Si hay miseria, que no se note", se dijo siempre en Argentina. Y la mejor forma de no notarla es volver irreales a esos personajes que son el índice de lo que Argentina ya nunca volverá a ser. Una familia de cartoneros se cruza con el equipo de rodaje. Arrastran un carro de supermercado pletórico de cartones y papeles que venderán la mañana siguiente en los centros de recolección y reciclado. Se quedan observando la escena (no una de las escenas que integrarán la película, sino el espectáculo de esa banda de iluminadores, maquilladores y productores que deciden la toma). Pasa otra familia de cartoneros. Los niños de doce o trece años que integran cada una de las miserables caravanas se saludan porque seguramente se conocen. Uno le pregunta al que estaba antes en su puesto de observador: "¿De qué es la película?". Recibe como respuesta: "Si filman acá debe ser una de putos". (fines de mayo de 2004)
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Para Cozarinsky, el casting es fundamental en el cine (mucho más que la actuación, que como todo el mundo sabe, sólo sobrevive en los escenarios, pero no en los sets). De su protagonista, Gonzalo Heredia, le impresionó sobre todo la respuesta a la pregunta inocua "¿De lo que hiciste hasta ahora, de qué te sentís orgulloso?". Muy serio, Heredia le contestó que no podía sentirse orgulloso de nada que hubiera hecho porque todo lo que había hecho le parecía bastante malo. La umilitas como condición del artista y del arte.
Ninguna de las personas que integran el equipo (incluido Cozarinsky) sería capaz de sostener algún tipo de jactancia respecto de su obra. Todos ellos saben que cada cosa que hacen es una acrobacia sin red y que nada podrá salvarlos salvo un proyecto futuro, la obra que vendrá.
Hablo con un actor. Me dice: "No hice mucho hasta ahora. Yo vivía en Bariloche y me dedicaba a entrenar perros para que buscaran personas perdidas en la nieve, a educarles el olfato. Un día me quebré una pierna esquiando y se me acabó lo de los perros. Así que me vine a Buenos Aires y como en mi familia hay mucho teatro me dediqué a esto". Reviso su apellido. Le pregunto si es algo de Antonio Cunil Cabanillas, el maestro de actores cuyo nombre homenajean una sala del Complejo Teatral San Martín y
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Va a rodarse una escena en un hotel. Ante la puerta de la suite habrá un guardaespaldas porque, se supone, dentro vive (o está de paso) un "embajador". Hablo con el actor, que también hace trabajos como personal de seguridad para restaurantes de categoría. Cada uno de sus brazos tienen el grosor de la pierna de un hombre corriente. "Es que lo mío es la persuasión", se justifica. "El teatro me ha enseñado mucho. Por ejemplo, a manejar las situaciones con sutileza". (junio de 2004)
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Para los habitantes de Buenos Aires la ciudad se ha convertido en un gigantesco set de filmación, un estudio de grabación permanente, una pasarela perpetua. Eso, como el turismo, forma parte de la irrealidad de todos los días. Ronda nocturna tal vez sea un síntoma de esa sensación y un intento por apresar esos fantasmas. (junio de 2004)
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Última noche de rodaje, en un hotel. Todo el equipo de producción amontonado en una habitación mientras se prepara una escena en la habitación contigua, de la que se oyen las voces de los utileros armando la escena. Cada tanto alguien saca una foto. Cada tanto alguien conversa. Todo en un susurro, para no molestar a los verdaderos huéspedes del hotel. Todo en un susurro, como si hubiera fantasmas de verdad. En el cuarto contiguo, una discusión sobre cómo se prepararán las lineas de cocaína (que son en verdad de azucar impalpable) y el ángulo en que la cámara tomará la acción.
Mientras todo esto sucede, el actor protagónico, alejado del mundo, se dedica a estudiar la guía telefónica. (junio de 2004)
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Última noche de rodaje. A partir del día siguiente, comienza la posproducción. El montaje se hará en Francia. La sonorización y la edición de sonido, en Buenos Aires. Para Cozarinsky, empieza la depresión. "Por lo menos para mí, que soy una persona solitaria, un rodaje significa un cambio profundo. Estar rodeado de personas, aún cuando no tenga con ellas relaciones de gran intimidad, funciona como una contención muy especial. Saber que a partir de mañana voy a estar solo de nuevo me deprime". En el final del rodaje de su película anterior, Crepúsculo rojo, Marisa Paredes se burlaba amablemente del estado de dicha de Cozarinsky durante el rodaje con la pregunta "¿Qué es, un emperador romano?" (junio de 2004)
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Ronda nocturna (2005), la película de Edgardo Cozarinsky, fue estrenada durante la última versión del Bafici (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente), ese evento mezquino en el que no se sabe bien si en él la excentricidad se vuelve frívola o la frivolidad, excéntrica. La sola idea de "cine independiente" es una abominación conceptual. ¿Independiente de qué? ¿De los intereses de los grandes estudios? ¿Es que hay tales "grandes estudios" en Argentina? ¿De la política? ¿Es que acaso hay, etc.?
Lo que se llama "cine independiente" es lisa y llanamente cine débil, que no puede competir por el público con ninguna película mainstream. Si los planificadores y administradores culturales tuvieran verdadero coraje o vocación de disidencia, el festival sería de cine "experimental?. Pero no, "independiente" y "barato" (porque baratas son las producciones y, también, las entradas) sirve para corroborar que el "cine de entretenimiento" no es "cine de verdad" y que los verdaderos amantes del séptimo arte son capaces de someterse a las torturas que los fieles del Bafici son capaces de soportar en haras de un arte que nunca debió existir.
Además, todo sucede en ese lugar espantoso llamado "El Abasto" donde la clase media celebra sus fastos, al que cuesta llegar, al que cuesta entrar, del que cuesta salir y en el que cuesta, sobre todo, estar. Lo que en el contexto del Bafici se llama "cine independiente" no es sino la frutilla que adorna la torta de la especulación inmobiliaria en Buenos Aires. El público que concurre al Bafici (lo sepa o no) no hace sino legitimar el estado horrible del mundo y de las artes.
Ronda nocturan no es un ejercicio de "cine independiente". Es un ejercicio de inteligencia, y es una experiencia estética (radical), una experiencia particularmente notable porque es capaz de sacar sus mejores virtudes de aparentes defectos, cosa que sólo puede decirse del cine de los grandes.
Daré sólo un ejemplo: la historia, por necesidades de guión, debe transcurrir un 2 de noviembre. Por razones que escaparon a la voluntad de su director, no pudo filmarse sino durante un mes de junio particularmente frío.
Yo, que estuve en ese rodaje, tenía una curiosidad enorme por ver cómo iba a verse esa incongruencia climatológica en el film. Pensé que tal vez no se notara tanto. Lo cierto es que se nota: es un 2 de noviembre y hace frío. Ahora bien, como Edgardo Cozarinsky nunca quiso hacer una película "realista", la incongruencia de la fecha y el frío no hace sino crear una atmósfera de irrealidad que, por razones que tienen que ver con la resolución de la película (el día de todos los muertos, aquéllos que ya no están entre nosotros salen a buscar, para llevarse con ellos, a las personas que amaron) pero también con el clima del que Ronda nocturna se hace cargo, sólo pueden favorecerla, porque de eso habla (de la irrealidad, de lo imaginario, de la nihilización del mundo), entre otras cosas. Yo recibí el sentido de lo que estaba percibiendo mucho después de haber naufragado en mi propio llanto.
De discordancias semejantes, el film de Cozarinsky (que antes que ninguna otra cosa, antes que uno de los mejores escritores argentinos, es, sobre todo, una persona inteligente y sensible) está lleno.
Cozarinsky (autor de la compilación clásica Borges y el cine) sabe que el cinematógrafo es una experiencia de pensamiento encarnado (lo sabe también respecto de la literatura) y ha reflexionado sobre cómo es esa encarnación del pensamiento que llamamos cine. A la par del estreno de su película, el autor publicó el guión de Ronda Nocturna (Buenos Aires, Libros del Rojas, 2005), precisamente para potenciar esa experiencia estética que había comenzado como un texto escrito, continuó con una experiencia dramática callejera y terminó como un relato audiovisual.
Ronda nocturna se llama así porque evoca, deliberadamente, a Rembrandt. El cineasta y su equipo, dice Cozarinsky, son como esos conjurados que atraviesan la noche con una linterna, no para iluminar (porque la luz, en Rembrandt y en Cozarinsky, viene de todas partes, de cualquier parte) sino para guiarse en un laberinto de signos. Es una ciudad (objeto a la vez del amor y del extrañamiento, como sucede siempre que se trata del amor) lo que Cozarinsky quiso entregar como un don a sus espectadores (también: a sus lectores). La ciudad de la noche.
Alan Pauls declaró que Cozarinsky había hecho por Santa Fe y Pueyrredón lo que Borges con Palermo Viejo. Se puede estar de acuerdo o no con un pronunciamiento semejante (que adolece de una simetría tal vez irreparable), pero en todo caso Pauls pudo ver que Cozarinsky estaba haciendo algo con Buenos Aires que había que entender como una operación desusada, y necesaria. (16.04.2005)
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"No puedo dejar de pensar que Ronda nocturna seria una película mucho más satisfactoria si hubiese sido filmada desde el punto de vista de los embajadores que contratan a los taxi boys", escribe Manuel Trancón en la revista El amante del mes de mayo de 2005. ¿Por qué el crítico no puede dejar de pensar eso, salvo por prejuicio homofóbico? "Se nota que Cozarinsky no se siente nada cómodo con ese mundo", agrega el crítico. ¿Acaso alguien puede sentirse cómodo con ese mundo, con el mundo? ¿Y acaso Cozarinsky hizo esta película por encargo y con mandato de comodidad?
Cozarinsky fue a buscar algo al mundo. Si lo encontró o no es algo que sólo él podrá decir, pero lo cierto es que, al ver Ronda nocturna, nosotros somos testigos de esa busca. Y le agradecemos que nos haya dejado participar del rumbo de sus pensamientos. (14.05.2005)
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La película de Cozarinsky no es testimonial, sino fantástica. Habla del amor, y de la muerte. Se llama Ronda nocturna, como un cuadro de Rembrandt, y aspira a esa misma grandeza. Y sus personajes, casi todos ellos, dicen una sola cosa: "Nadar sabe mi llama la agua fría,/ y perder el respeto a ley severa". (14.05.2005)
martes, 4 de octubre de 2005
Dicen que...
El texto completo de Pablo Mancini, acá.