La otra noche, performance de un poeta argentino en la librería La Rayuela. No sé qué habría pensando yo en Buenos Aires del asunto, pero en Berlín era imposible que la barba negra y densa del performer no me recordara a la del portero del edificio en "Ante la Ley" ("Vor dem Gesetz") y, sobre todo, a la de cualquiera de esos jóvenes rabinos que uno encuentra en cualquier ciudad del mundo, pero no en Berlín. Las palabras que pronunció el poeta, todas ellas ininteligibles, eran también como una admonición hebrea.
Gracias a esa performance, me doy cuenta de que no habría sino una manera de salvar a los berlineses de su melancolía incurable (los que no lo son, como nuestros amigos Wolf y Tanja, huyen todo el tiempo) y a la cultura alemana de su pesadez atemorizante: un shock de fiestas judías (casamientos, bar mitzvah, teatro idish, lo que fuere). Los memoriales del holocausto y los museos judíos no hacen sino reforzar la culpa y, por lo tanto, el terror ("lo que pasó, verdaderamente pasó": pero eso es sólo una parte del asunto).
Las tres gracias
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hay...
Hace 2 semanas.
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