Las personas que viven en Los Ángeles tienen opiniones diversas sobre la ciudad. Para algunos, es el único lugar en el que pueden sentirse "no exteriores" porque no hay angelinos que no vengan de otra parte. Para otros, es una ciudad agotadora e imposible de conocer cabalmente.
Para el visitante casual, es como haberse quedado dormido y haber sido capturado por un agujero de gusano para despertar en un mundo bizarro. Los Ángeles es básicamente horrible, pero a tal punto que escapa a las categorías habituales del gusto. De tan trash, ni siquiera podría reconocérsela kitsch.
Naturalmente, como todo el mundo sabe, no se puede andar sin auto en Los Ángeles. Por fortuna, ahora los alquilan con dispositivos de gps, que guían al más ignorante conductor de un punto a otro y que, cuando uno se equivoca al doblar, vuelve a calcular el itinerario en un par de segundos.
El primer día, en el bar del hotel donde fuimos generosamente hospedados por la Universidad del Sur de California, me hice amigo de un chico, encantado de saber que yo era argentino ("beautiful country"), que, naturalmente, era un realizador de cine independiente y además tocayo. Creyó (un poco porque mi inglés no es muy preciso y otro poco porque me divirtió que la confusión se prolongara) que yo era un escritor de guiones. Le dije que tenía que venir a nuestro Independent Film Festival y me pidió que le escribiera porque le encantaría presentar sus películas en Buenos Aires. "It's a deal", le dije. Como además me acompañaba el artista del momento, que acaba de ganar un premio europeo, pudimos sostener la patraña tan bien como Travolta en Get shorty.
Anoche (en fin: a las 18.45 era la hora pautada) fuimos a comer con todos los participantes del seminario a La Bruschetta, un italiano de Westwood Boulevard (1621), donde nos sorprendió la calidad de la cocina. Comparábamos, cada uno de nosotros, la estrellas de la pantalla con las que nos habíamos cruzado.
Gonzalo Aguilar estaba feliz porque había visto a Alfred Molina e insistía en que era el encuentro mejor, pero nosotros no queríamos dar el brazo a torcer porque habíamos visto a Drew Barrimore subir a una limousina en Rodeo Drive, acompañada de un hombre y una mujer que, evidentemente, la cuidan de los extraños. Alguien había visto a De Niro, pero hace años, y en Nueva York. Si nos ponemos retrospectivos, dije, yo lo vi a Dany De Vito en Berlín hace una década. En esa competencia estúpida estábamos inmersos mientras comíamos los postres, cuando S. descubrió que salía del fondo del salón esa actriz que actuaba en esa serie de Sony (no pienso verificar los nombres) sobre una revista de modas, Blush. Ella era la editora ex-modelo y drogota. Últimamente, se la ha visto en esa serie que es sobre un día de bodas (Big Day, creo que se llama), haciendo de la madre de la novia, y también allí tenía un pasado levemente dominado por los alucinógenos. Por suerte el dueño del restaurante la detuvo para saludarla (se ve que es habitue del lugar), porque de otro modo no habríamos podido indentificarla. No habíamos salido de nuestra excitación cuando ya estaban levantándose de otra mesa el senador de X-Men, al que Magneto transforma en hombre-ameba. Como se detuvieron a saludar a otros comensales, nos fijamos bien y vimos que había en esa mesa un anciano que identificamos como uno de los viejos de Cocoon (no el protagonista, sino uno de sus amigos), muy desmejorado, acompañado de otro señor con peluquín que debía de ser una estrella pero que no conseguimos individualizar (1).
Yo sé que no es demasiado, pero para apenas dos días de estancia me doy más que satisfecho con nuestros encuentros: las celebridades existen, salen a comer y se dejan ver para probar a las masas que sueñan con llegar a algo en el mundo del espectáculo que, con un poco de esfuerzo, ellos también podrán ser reconocidos incluso por ciudadanos de países de tercer mundo como nosotros.
(1) Actualización: estaba también el hermano de Stallone.
Las tres gracias
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Mientras preparo un taller sobre el paso (siguiendo algunos motivos) de los
cuentos tradicionales, desde las lejanas cortes europeas a los libros que
hay...
Hace 3 semanas.
1 comentario:
fea, kitsch, indeseable, etc., más allá del espanto que debe causar, sin duda es algo muchísimo más preferible al humo de mierda que desde hace días invade baires.
pocas veces debés haber pegado un viaje tan oportuno, linkillo.
saludos
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