sábado, 5 de enero de 2013

Economía y sociedad

por Daniel Link para Perfil

Un año más, que ya corre por delante de nosotros... Como detesto los años bisiestos, recibí éste con alegría: ¡un año impar!
Según mi costumbre, pasaré la mayor parte de enero en la quinta, esta vez acompañado por queridas amigas que alquilaron enfrente porque renunciaron, esta vez, a sus tradicionales vacaciones en Uruguay. Supongo que una de las razones fue la imposibilidad de comprar moneda extranjera.
Leo en el diario que ciertos argentinos que poseen casa en Uruguay se la autoalquilan para conseguir algún billete. No entiendo demasiado bien la operación, porque, al pagar con tarjeta esos falsos alquileres, aunque el Estado uruguayo les devuelva el 10 %, de todos modos deberán pagar el 15 % que el Estado argentino retiene como anticipo del impuesto a las ganancias y/o bienes personales.
Yo, que tampoco tengo dólares, hice unos gastos magros en mi último viaje y en el resumen de la tarjeta apareció la temible sentencia "Percepción Imp. RG 3378 AFIP".
En este año impar, tendré que preocuparme por cómo se deducen esas sumas de mi declaración impositiva. Pero no en enero.
Vuelvo a mis amigas. El 31 por la noche íbamos a comer en su casa, pero la situación meteorológica nos obligó a cambiar los planes y comimos en la mía. Es que ellas no tienen galería donde poner la mesa y su parrilla no es techada. La lluvia y el frío mandan, en estas circunstancias.
Como pasa siempre, mis amigas se enamoraron de mi mamá. Hoy se van a hacer los pies todas juntas. Quiero decir: la pedicura de mi mamá viene para atenderlas a todas ellas, en la casa de enfrente. Y ya que están, van a llamar también a un masajista. O sea: perdí a mis amigas (que ahora son amigas de mi madre) y encima instalaron enfrente un spa para mujeres. Ya han planeado ir juntas a los remates de Giles, a ver qué onda.
No me quejo de esta inesperada simpatía de la cual quedo un poco al margen, sino que la subrayo simplemente para destacar las raras consecuencias de una medida macroeconómica en mi círculo social y familiar, es decir: en toda familia argentina. No tiene razón el señor Ricardo Echegaray, quien para defender el cepo cambiario dijo que "la felicidad de la familia argentina no se mide por los dólares".
Si mis amigas hubieran tenido dólares suficientes se habrían ido al Uruguay (o no habrían alquilado una casa en un barrio tan poco elegante como el nuestro) y la felicidad de mi familia se habría visto disminuida, porque cuando mi mamá no está contenta, es peor que las tormentas de navidad y año nuevo, todas juntas.
Vivimos atravesados por decisiones de Estado que, aunque no nos interesan, más tarde o más temprano nos alcanzan, para bien y para mal.
En mis horas de ocio, en este enero frío de un año impar que yo deseaba que comenzara con todas mis fuerzas, y que había imaginado lleno de deliciosas charlas con mis amigas, vuelvo a lo de siempre: miro los árboles y las plantas, evalúo su progreso, me alarmo con sus estancamientos.
Hace cuatro años planté un jacarandá, árbol poco resistente a las heladas, sobre todo cuando es joven. Me recomendaron que lo protegiera durante los dos primeros inviernos y así lo hice: lo cubrimos con cajas de madera forradas con plásticos transparentes. El tercer invierno lo abandonamos a su suerte y sobrevivió (a duras penas, pero su copa creció). Esta última primavera, sin embargo, apenas si le salieron unas pocas hojas que, enseguida (por las muchas lluvias, tal vez) se pusieron feas. Creo que el jacarandá va a morirse (no es raro, porque en ningún jardín del barrio hay alguno, y esa ausencia notoria debió disuadirme de mi capricho, pero yo insistí en mi loca empresa).
La noche del 31 había pensado largar un globo a volar con nuestros deseos, para que se cumplieran, pero era tanto el viento que el primero se quemó y mi mamá y "sus" amigas me prohibieron un segundo intento porque temían que se quemara alguna casa.
Mi deseo de que el jacarandá recuperara su salud y pudiera sobrevir a los crudos inviernos que lo esperan no levantó vuelo y, por lo tanto, si el jacarandá muere será por la complicidad inesperada entre mis amigas y mi progenitora, resultado de una decisión tomada como consecuencia de una medida que nunca me importó demasiado y que nunca entendí del todo.
Una de mis amigas me dijo una vez que había que entablar batalla contra "la cultura del dólar" y a ella le digo (sí, a vos) que en esa batalla mi jacarandá es una baja (no la primera ni la última, pero sí la que más me afecta.
Mi amiga no lee mis columnas, pero mi mamá sí, así que supongo que le transmitirá mi amargura.

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