sábado, 22 de mayo de 2021

Cono Sur

Por Daniel Link para Perfil

Argentina se acerca a pasos agigantados a su peor pesadilla, ser la lacra de esa inestable unidad geopolítica conocida como “Cono Sur”, además del lastre del Mercosur (caracterización que desencadenó una respuesta airada y completamente fuera de lugar del Sr. Fernández, el principal responsable de nuestros sueños intranquilos).

A la derecha de Argentina (lo que es su Oriente), Uruguay es una república de solidez indiscutible que se ha convertido en el paraíso de los cultores del libre mercado, la acumulación (a veces insensata, a veces no) de capital y, más recientemente, la meca de la industria audiovisual de la región. Además, el país ha implementado una política migratoria de atracción de grandes y medias fortunas y se ha aliado con Brasil para bregar por una mayor apertura de las economías del bloque. En los últimos días, incluso, se ha convertido en destino de asilo político para algunos argentinos “perseguidos por la ley”.

A la izquierda de Argentina (lo que es su Occidente), Chile acaba de celebrar unas elecciones para constituyentes ejemplares. El resultado favoreció ampliamente a los sectores de izquierda independiente que protagonizaron la protesta de octubre de 2019 (lo que significa que la pandemia no necesariamente detuvo todos los procesos políticos), quienes bajo el rótulo “Del Pueblo” consiguieron 24 constituyentes. “Apruebo Dignidad” (Partido Comunista y Frente Amplio) obtuvo 28 escaños, “Apruebo” (buena parte de la Concertación que gobernó Chile entre 1990 y 2010) se quedó con 25 sillas y la derecha gobernante (que utilizó el absurdo y amedrentador lema “Vamos por Chile”) obtuvo la magra cifra de 37 representantes, lo que no le permitirá influir en la redacción de la nueva constitución ni vetar artículos (para lo que era necesario contar por lo menos con un tercio de la asamblea, es decir 52 convencionales).

Además, la elección se realizó según un mecanismo de paridad de género único en el mundo, que garantiza un mínimo de 45% de convencionales mujeres, los miembros de la Constituyente no pueden participar de la gestión de gobierno al mismo tiempo y, además, se reservaron 17 puestos para representantes de los pueblos indígenas. A fines de junio comienzan las deliberaciones que deberán arrojar, después de 9 meses un nuevo texto constitucional.

Mientras tanto, en Argentina la coalición gobernante actúa como un boxeador ebrio al borde del knock out, tirando golpes al aire sin ton ni son, sin que se sepa bien cuál es el consejo más adecuado para guiar el brazo del combatiente. Ah sí, en Argentina todo es un combate y todo es heroico: desde la llegada de un avión con unos cientos de miles de vacunas rusas, pasando por la defensa a rajatabla de los subsidios energéticos a los sectores más privilegiados, hasta la sempiterna pelea con la oligarquía ganadera, privada en estos días de la posibilidad de exportar.

En el exterior, nadie sabe bien para dónde va Argentina y aquí adentro, nadie parece querer reconocer que el país se hunde irremediablemente por el embrutecimiento de su clase política (cualquiera sea la alianza que se considere), incapaz de cualquier gesto de grandeza, aferrada a sus pequeños terrores y anteponiendo siempre, siempre, el negocio personal a la aventura colectiva, el resentimiento al horizonte compartido.

Boqueamos en una ciénaga con el barro hasta el cuello y el chistecito de “hay que pasar el invierno” se ha convertido ya en una sentencia dantesca: “hay que pasar el infierno” (que nunca llega, que nunca se acaba). ¿Qué vendrá después? Probablemente más inflación, más miseria (¿se puede ser todavía más miserable?), más omertá y menos humildad, más obstrucción a cualquier iniciativa razonable y menos imaginación, más palabrerío hueco y la misma obsesión insensata por un poder que no se vuelca a la solución de los problemas del pueblo, cada vez más atónito ante el egoísmo y la insensibilidad de la clase política.

El proceso chileno ha sido caracterizado desde diferentes posiciones como una “esperanza” para América latina. ¿Hay esperanza para América Latina? Sí, sí, infinita esperanza, pero no para nosotros.

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