Por Daniel Link para Perfil
¿Qué habrá pasado entre la primera grabación del mensaje del Sr. Caputo y el momento en que fue emitido? Se me ocurre que se trata de uno de esos misterios para cuya resolución hay que recurrir a la sutileza psicológica de una Jane Austen, de quien tomo prestado el título para esta columna.
Imagino la revisión del mensaje: los nueve puntos que funcionan, cada uno de ellos, como palazos en el lomo de un perro que ha tirado demasiado de la cuerda. El último, el décimo, agregado en esas dos horas misteriosas, es como un tazón de arroz que se le tira al can, para que vea que los castigos que recibió eran merecidos pero que en la casa todavía lo aceptan, siempre y cuando sepa cuál es su lugar.
Gran parte de las medidas anunciadas tienen un sentido, pero carecen de toda sensibilidad. Una cosa sin la otra no sirve para demasiado. La pura sensibilidad se vuelve pasión insensata (sin sentido), atormentada. La pura sensatez se torna un valor gélido, inconsciente de los resultados macabros que puede desencadenar lo que tiene sentido en un momento determinado. Las teorías eugenésicas de comienzos del siglo XX se postulaban como el colmo de la sensatez, pero cumplidas a rajatabla, sin ninguna sensibilidad, dieron en procesos de experimentación inhumana y exterminio.
No soy yo quién para analizar las medidas anunciadas (sin embargo, hice mis números y, teniendo en cuenta las mejores previsiones, llego hasta junio), pero sí puedo detenerme en la antropología que suponen.
Como dije: nueve palazos en el lomo y, después, lo mínimo indispensable para que no te mueras de hambre, al mismo tiempo que el señor presidente promocionaba una hipotética “revolución moral”. ¿Cómo no analizar moralmente las medidas?
El horroroso “No hay plata” que se usa como lema de gestión supone que los sectores más desfavorecidos en el reparto de gracias pueden aceptar vivir sin dinero, sin trabajo y sin expectativas de futuro porque están acostumbrados a eso. En el caso de la clase media, se presuponen (en esto el nuevo gobierno coincide con el anterior) colchones de dólares a los que se podrá recurrir llegado el caso.
Moralmente se abandona (se deja en banda) precisamente a aquellos que más necesitan de la sensibilidad en el momento en que más la necesitan. Consecuencias muy obvias: el lanzamiento de la población a unos parámetros de vida completamente desconocidos.
Si el “capital humano” se manejará con la misma frialdad e indiferencia que la “economía”, nos volveremos bandas de perros salvajes, abandonados a su suerte.
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